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Laberintos humanos. Trío amoroso
Amante de las novedades, don Ambrosio Funes, que también era amante de doña Clarisa, la costurera, quiso probar eso del corazón de vaca y se lo compró al Moisés. Don Ambrosio esperó escondido tras un molle que don Sínico dejara su casa para jugar a la loba con los amigos, y cuando ya estuvo lejos silbó, esperó que Clarisa le respondiera el silbido y caminó hacia la casa con la bolsa sanguinolenta en la mano.
Le pidió a la prenda, que era ajena, que le cocinara picante de corazón y ella, acostumbrada a los extraños deseos de su amante, lo hizo con cebolla roja, habas y una lata de arvejas, los sirvió en la misma mesa en la que media hora antes almorzara su marido, y cuando Ambrosio quiso pinchar la carne, descubrió que se trataba de una aspiración imposible.
La historia corrió rápida por el paraje puneño, aunque con nombres cambiados tanto como para que don Sínico no supiera de la infidelidad, y así se dijo en el mercado que don Sobrioma le pidió a la Saricla que le cocinara picante de corazón pero que la tripa sentimental era tan dura que jamás pudo ensartarla en el tenedor.
Sobrioma, el incógnito amante de esa tal Saricla, regresó a la carnicería para increpar al Moisés acusándolo del corazón duro que tenía, cosa que escucharon los niños que pastaban en la puerta del negocio, voz que llegó a sus madres de los niños que pronto dejaron sentado en la memoria oral del paraje que Moisés era un hombre de corazón duro y, por ello, cuando Nataela Presley llegó una tarde, creyeron que era el apropiado para amarla.