Laberintos humanos. Entablemos pues
La historia no podía terminar de otro modo, me dijo Armando suponiendo que se lo hubiera preguntado. Una mujer es incapaz de ser feliz siendo eternamente joven y bonita, me explicó como si supiera de otros casos, como le sucediera a Paola Mérides, dijo, que nunca lo fue.
¿Y qué le pasó a esa tal Paola?, quise saber. Le pasó lo que a tantas mujeres: conoció a un hombre. Esteban Mendieta bajaba cañas del camión, y acaso fuera el sudor en su camiseta o que tarareara una canción de Los Pibes Chorros, la cosa es que ella se fijó en él y se acercó a la cabina del camión para ofrecerle una cerveza.
Esteban Mendieta le sonrió de medio lado, como hacía siempre por causa de una hemiplejia que bien podía confundirse con sensualidad, se recostó sobre el neumático del camión y le respondió que no bebía, cosa extraña en esos pagos. Paola, de todos modos, le dijo que lo que intentaba era entabla conversación.
Entablemos pues, le dijo Esteban secándose el sudor de la frente con el brazo, y ella dejó caer su mirada para guardar silencio. ¿Qué le pasa ahora?, le preguntó el muchacho y ella, coqueta, aclaró que la madre le prohibía hablar con extraños. Esteban subió al camión para ponerlo en marcha, pero el hombre que ya había pagado por las cañas lo detuvo.
Termine su trabajo, dijo imperativamente el cliente despechado mientras Paola Mérides sonreía satisfecha. Cuando ya estuvieron solos, ella le ofreció un sándwich de milanesa, lo que Esteban Mendieta, sin temor a ofenderla, rechazó argumentando que sufría del hígado.