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El sexo, la escuela y la vida

Viernes, 06 de octubre de 2017 00:11
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La muerte de una madre adolescente es el precio doloroso que se paga en una sociedad donde la fractura social se hace cada vez más pronunciada. La historia de esta jovencita, oriunda de Molinos y alojada en finca Valdivia, es un relato elocuente de exclusión. Murió en una humilde vivienda y es probable que haya sido mal atendida en el hospital Materno Infantil. Pero antes, el sistema de salud y el sistema educativo también la habían dejado librada a su suerte.
La maternidad es un compromiso existencial que permite la realización personal, pero que puede convertirse en una pesadilla inmanejable.
Una adolescente, generalmente madre sin pareja o con pareja inestable, no tiene la madurez imprescindible como para abordar semejante tarea.
Como madre necesita contención, pero generalmente no la tuvo ya antes de ser madre.
Ciertas simplificaciones tienden a interpretar estas realidades a partir del criterio de “relación sexual sin precauciones”. Sería bueno escuchar a los expertos, es decir docentes, psicólogos y asistentes sociales que conocen el fenómeno de la maternidad precoz con las características propias de cada estamento social y en cada región del país. 
Cada una de estas jóvenes madres actúan de acuerdo con su conocimiento de la propia sexualidad, correcto o insuficiente, pero también conforme a una visión del mundo y a una idea de su propio futuro. Tal vez, también, con una experiencia de la vida como puro presente.
Todas estas cosas pueden suceder y suceden cotidianamente en ese mundo de los barrios, tan desconocido o ignorado en el centro de las ciudades. Hace unos años, un ministro de Educación justificó las demoras en la instrumentación de la educación sexual en las escuelas salteñas argumentando que “todo iba a terminar en un revolcadero”.
Claramente, no fue una respuesta ni un argumento, sino una evasiva. 
La educación sexual no puede ser entendida como una invitación al descontrol, sino como una forma de proveer a los alumnos conocimientos que le permitan controlar su cuerpo en circunstancias que se le plantearán en algún momento. El sexo es un impulso y un ser humano debe recibir del sistema educativo la capacidad de controlar todos sus impulsos; de hacer aquello que desea en la medida que desea. 
Pero la sexualidad no es solo genitalidad. 
Esto, que parece obvio, contradice ideas, certezas y sentimientos dominantes en las relaciones humanas de una sociedad hoy apabullada por la violencia de género, el abuso y el femicidio.
El sexo es una relación interpersonal, que incluye -o debería incluir, para ser plenamente humana- la libertad, el amor y el respeto.
Educar en la sexualidad es, entonces, formar en el conocimiento de la corporalidad y en el respeto por el otro.
La educación sexual en las escuelas no puede reducirse a un instructivo sobre el uso de cualquier forma de control para evitar el embarazo no deseado, pero debe incluir esa información, porque resulta imprescindible para los jóvenes. Resulta imprescindible para evitar embarazos, para evitar enfermedades de transmisión sexual, para evitar frustraciones e infelicidades. 
La educación sexual en las escuelas no puede ser entendida como la mera ocurrencia de las ONG feministas o de las organizaciones que defienden la identidad de género. No puede ser entendida como una militancia de ningún tipo, sino como educación integral en estado puro.
No se trata de una clase, sino que debe estar presente en todas las clases.
La deben brindar los docentes en cada circunstancia que se plantee, además de los espacios sistemáticos que se le asignen en la currícula.
El día en que las escuelas públicas y privadas brinden educación sexual sin tabúes ni violencias, sin preconceptos y contemplando la realidad de los niños y los adolescentes, será posible avanzar con firmeza a una sociedad equilibrada.
La educación sexual tiene un fuerte contenido moral, que es el del respeto por el otro. 
La sociedad machista, carente de esa educación, entiende y admite la sexualidad como dominación y sometimiento.
En muchos casos de abuso o de embarazos juveniles, la confusión sobre el propio rol, tanto del varón como de la mujer, es determinante. Pero también ese desconcierto es el que permite que una mujer soporte pasivamente la violencia de su pareja, y tolere y prolongue situaciones inadmisibles para el sentido común. 
Situaciones que terminan muchas veces en la muerte.
No existe justificación alguna para que las escuelas salteñas no tengan educación sexual; la explicación, es cierto, podría encontrarse en el déficit que presentan en casi todas sus actividades.
 La educación sexual requiere un control muy cuidadoso por parte de la autoridad pedagógica. Son muchos los adultos, entre ellos los docentes, que carecen de educación sexual y, también, sería necio cerrar los ojos al problema de la pedofilia.
De todos modos, el paso decisivo consiste en comprender que la educación sexual, lejos de convertir a las escuelas en “revolcaderos”, es un instrumento imprescindible para que los niños y los adolescentes, especialmente los que viven en sectores excluidos, empiecen a vivir mejor. 
Y los adultos, también.
 

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