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Un tiempo de individuos sin historia

Jueves, 28 de diciembre de 2017 02:45
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Por

Psicoanalista y escritor

 

Podemos observar en este tiempo el pulular de individuos inmersos en una vida vana, sin motivaciones ni causa, deshistorizados, ajenos a toda referencia simbólica, a los que cualquier cosa les da lo mismo. Son los casos de las llamadas “psicosis ordinarias” actuales, en los que si bien están presentes algunos fenómenos de las psicosis clásicas: la perplejidad frente al mundo exterior, la falta de un punto de sujeción, la dificultad en el lazo social, etc., carecen de delirio, alucinaciones auditivas, vivencias persecutorias, propias de las psicosis tradicionales.

Son sujetos que nos recuerdan a “El extranjero”, de Albert Camus o a “Bartleby el escribiente”, de Herman Melville.    

“Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé. Recibí un telegrama del asilo: falleció su madre. Entierro mañana. Sentidas condolencias. Pero no quiere decir nada. Quizá haya sido ayer”. Así comienza la novela “El extranjero”, narrando la extrema desafectivización del personaje, el entierro de la madre como algo que ocurre porque ocurre, un simple trámite o a lo sumo un sueño del que al día siguiente sólo le quedarán vagos recuerdos y algunas imágenes.  

 En “El extranjero”, se presenta la desafectivización y la indiferencia del personaje, la inercia del dejarse arrastrar por lo casual, su descripción de las escenas como cuadros congelados o pinturas expresionistas donde no se siente incluido, su vivencia de extrañeza ante el mundo, una vida vana con vecinos vanos, la perplejidad frente a lo real descarnado, el estupor y el hecho de que todo le da igual. La relación amorosa de Meursault con María, su amada, es sin palabras, el goce puro, el erotismo ocasional. Cuando María le pregunta si la ama, él le dice: “no tiene importancia”. Por ejemplo, no tiene motivos para casarse, pero tampoco para no casarse.

En Meursault impera el sentimiento de lo absurdo, el crimen sin sentido (“pensé en ese momento que se podía tirar o no tirar y que daba lo mismo”), la banalidad de su lenguaje como cuando frente al tribunal que lo está juzgando, y que lo condenará a muerte por haber asesinado a un árabe en la playa, ante la pregunta “por qué mató al árabe”, responde: “por el sol”. Cuando lo encierran en la cárcel, ya condenado a morir en la guillotina, todo el problema para él consiste en “matar el tiempo”. Entonces rememora los objetos que le rodean en la celda y enumera sus mínimos detalles, acto que nos evoca al personaje del cuento de Borges “Funes el Memorioso”, que a causa de un golpe en la cabeza pierde la capacidad de seleccionar y jerarquizar los hechos.

Dice Meursault. “comprendí entonces que un hombre que no hubiera vivido más que un solo día podía vivir fácilmente cien años en la cárcel. Tendría bastantes recuerdos para no aburrirse”.

Meursault no se aburre, porque para Camus, la verdadera libertad está en el pensamiento.

Los personajes y la existencia SUBT

Sin embargo hay que realizar algunas aclaraciones: En realidad estamos haciendo una extrapolación algo forzada y lo único que nos interesa en el caso de los personajes citados son los fenómenos que presentan en sus comportamientos, ya que ni Camus ni Melville se plantearon directamente el problema de la psicosis como tal.

La reflexión en Camus, a través del personaje Meursault, no es sobre la psicosis, sino sobre la existencia, sobre la libertad humana y el pensamiento como lugar de realización de la libertad. Sin embargo cuando reflexionamos en psicoanálisis acerca de la psicosis, también se nos plantea como central el tema de la libertad.

Albert Camus y Herman Melville, centraron la descripción de sus personajes Meursault y Bartleby en la primacía del acontecer individual en la condición humana. Quizá la diferencia entre los personajes Meursault, Bartleby y los casos de las psicosis ordinarias actuales, sea la proliferación de aquellos. Camus y Melville seguramente no pensaron que esta época iba a producir, casi en serie, casi masivamente, sus Meursault y sus Bartleby.

Lo pulsional y lo moral SUBT

Estas obras de la literatura  ilustran un aspecto del acontecer actual en la cultura, aunque no sea ésta una época existencialista ni Meursault pueda ser equiparado en un todo con los sujetos que pululan en las sociedades actuales. Pero en muchos aspectos el personaje puede ser comparado con esos individuos de este tiempo, carentes de un anclaje, sin noción de porvenir, inmersos en un dejarse estar, sujetos en los que parecería faltar la posibilidad humana, que señala Kant en la “Crítica de la Razón Práctica”, de adelantar la acción y reflexionar sobre los propios actos. Habría en ellos imperativo pulsional, pero no moral.

Pensemos en esos robos seguidos de crímenes inmotivados, o motivados sólo por el imperio inmediato de la pulsión, el pasaje al acto, la descarga del instante sin mediación de lo simbólico.

Meursault mata a un árabe y no puede dar la razón. “Lo maté por el sol”, atina a decir frente al tribunal. El acontecer del mundo es para él un retrato ante el cual siente que cualquier intervención suya sería vana e inútil y que sólo resta la contemplación, el paisaje de lo real.

Algo de esto se inscribe en la época. Jean Baudrillard en su libro “El Crimen perfecto” sostenía hace ya algunas décadas que hoy el mundo se cambia a sí mismo y que ya no habría sujetos humanos capaces de intervenir en la realidad, a la que considera sólo virtual, sino meros clones, réplicas humanas.

Quizá habitamos una época en la que todos somos un poco “el extranjero”, atravesados por la deshistorización, el borramiento de las diferencias (aunque aumenten las desigualdades), un presente sin puntos de referencia, en la que todo el tiempo está ocurriendo algo y a la vez nada ocurre, porque todo se borra y desaparece en la inmediatez y la vorágine.

La perplejidad SUBT

En “Bartleby el escribiente”, de Herman Melville, obra que se podría situar como una especie de existencialismo anticipado en el siglo XIX, se trata del estado contemplativo del personaje, de su aislamiento y del automatismo de su frase: “preferiría no hacerlo”.

En estado de dolorosa perplejidad Bartleby no satisface la llamada de los otros y hace vacilar un orden, una regularidad y un anclaje en el buffet en donde ha ingresado como escribiente. Su frase se sitúa por fuera de la articulación significante, al margen del orden simbólico. Un día deja de escribir, no da la razón, se alimenta sólo con pasteles de jengibre y se queda a vivir en la oficina en estado de aislamiento y extrema soledad, inmóvil, mirando desde la ventana el muro del frente.

 Cuando se lo conmina a renunciar a su empleo, repite: “preferiría no haberlo”. Deshistorizado, jamás hubiera contado quien era ni de donde venía y si tenía o no parientes. En determinado momento, ante su negativa de abandonar el edificio, es denunciado por un vecino, detenido por la policía e internado en un hospicio en donde fallece al poco tiempo. El narrador, al final de esta “short story”, relata que un rumor afirmaba que Bartleby había sido empleado de la oficina de cartas no reclamadas de Washington, cartas no leídas, no llegadas a los destinatarios y que eso podría haber desencadenado su excentricidad y soledad. Algo de eso se juega en la época: la impermeabilidad del Otro para alojar la palabra del sujeto, verbalizaciones que no llegan a destino.       

 

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