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Como nunca, un proyecto de reforma del Estado depende de la confianza que inspire. Es evidente que las elecciones de octubre mostraron la confianza de los ciudadanos en los lineamientos que el gobierno de Mauricio Macri estableció para sus políticas.
Las contracaras son varias. Desde el punto de vista económico, los sacrificios que requiere en Consenso Fiscal aún no logran exhibir el espaldarazo de un boom productivo. La historia, en general, muestra que ese tipo de "big bang" no existe.
Desde una mirada política, Macri logró el apoyo de todos los gobernadores, excepto el de Alberto Rodríguez Saá (un cultor de la originalidad). El resto, lejos de sentirse con "una pistola en la cabeza", como opina Manuel Godoy, celebraron sin disimulo el pacto.
Si bien algunos recursos se reducirán, existe un sistema de compensaciones para evitar los desequilibrios. Para los mandatarios provinciales, el verdadero temor es que la reactivación económica no llegue. El vértigo desencadenado por inflación, tarifas, tasas de interés y cotización del dólar impone malabarismos e impide sentir que el cambio sustancial ya pasó de los objetivos a las realizaciones.
Sin seguridad jurídica y política no hay inversiones a largo plazo; sin estas no habrá empleo genuino y, de ese modo, la gente no podrá vivir mejor. La economía no se maneja por decreto, por voluntarismo ni por dogmas. Muchos actores de la política y de la economía, así como líderes religiosos y referentes culturales, parecen ignorar que las fórmulas aplicadas en los últimos cuarenta años no funcionaron.
Nuestro país tomó como referencia política e intelectual a modelos políticos del siglo XX que, después de la posguerra y la Guerra Fría, naufragaron.
Existe una predisposición a idealizar a regímenes como los de Cuba o Venezuela, que no logran resolver los problemas básicos de la vivienda y el empleo. Existe también un consenso tácito por reivindicar valores como la justicia social y la libertad. Lo cierto es que en cuatro décadas se cuadruplicó la pobreza, abundan las familias con tres generaciones de desempleados y las peripecias económicas -de la híper inflación a la híper recesión- han llevado al país por un camino desalentador.
Hace falta un cambio de criterio, porque si para defender al empleo se ignora la realidad del desempleo, que es el problema más acuciante, nos espera el abismo. Nuestra provincia no escapa a las generales de la ley. Más bien, lo contrario.
El aumento de la planta de personal y de la masa salarial del Estado no es solidaridad ni contención, sino el resultado de la ineficiencia económica ornamentada por el populismo político.
Pero la confianza que necesita cualquier cambio en las políticas fiscales solo se gana con coherencia. Si se reducen las secretarías pero los secretarios desplazados siguen siendo personal de planta, o si el ministro de Trabajo de la Nación nombra a su hermana en el Estado, la credibilidad se esfuma.
Los gobernadores elegidos por la gente son garantes del pacto fiscal, pero no alcanza con sancionar leyes. Las señales deben ser inequívocas.