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A 30 años de la histórica visita a la ciudad de Salta del Sumo Pontífice Juan Pablo II

Lo primero que hizo fue arrodillarse y besar la tierra salteña. Luego de la recepción de bienvenida en El Aybal, el Papa se trasladó al Hipódromo de Limache donde se realizó la ceremonia del “V Centenario de la Evangelización de América Latina”.  
Sabado, 08 de abril de 2017 23:04
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Hace 30 años, Juan Pablo II se encontraba en nuestra ciudad. Había arribado el día antes, aquella tarde histórica del 8 de abril de 1987. 
Muchos salteños guardan aún en su memoria, aquel momento en el que Juan Pablo II descendió del avión que lo había traído hasta el aeropuerto internacional de “El Aybal” (ahora Martín Miguel de Güemes). Lo primero que hizo, fue arrodillarse y besar la tierra salteña, mientras miles de personas lo aclamaban tanto en la estación aérea, como a lo largo del camino que recorrería a Salta.
Luego de aquella humilde ceremonia, Juan Pablo II se puso de pie e inmediatamente recibió el saludo de las autoridades de la Provincia de Salta, encabezadas por el primer mandatario, el gobernador don Roberto Romero.
De inmediato se trasladó al Hipódromo de Limache donde lo estaban esperando los fieles reunidos para celebrar “El V Centenario de la Evangelización de América Latina”. Entre ellos, estaban las siete etnias de las tribus nativas de Salta: tobas, matacos, chaguancos, chorotes, churupíes y chiriguanos, todos llegados del noroeste argentino, además del pueblo de Salta. 
Una estremecedora ovación recibió entonces el papa Juan Pablo II cuando exactamente a las 19.45 los altoparlantes anunciaron el ingreso del papamóvil al Hipódromo de Limache, lugar elegido para la ceremonia central de bienvenida al Sumo Pontífice en su visita a esta ciudad. 
“Juan Pablo II te ama todo el mundo” coreaba la multitudinaria concurrencia calculada en unas 200.000 personas, mientras que la concentración total alcanzó a casi 600.000 personas.
Resultaría soberbio pretender relatar las emociones que emanaron aquella tarde de la multitud congregada frente al sitial especialmente preparado para “el sucesor de Pedro”, pero, si la comparación viene al caso, la escena bien pudo parecerse con alguno de los pasajes fílmicos que anualmente podemos ver en las películas que relatan la vida de Jesús de Nazaret para Semana Santa.
Luego, cuando el papamóvil paró, el Sumo Pontífice descendió exactamente a las 19.20, mientras centenares de banderas blancas y amarillas se desplegaron por el aire como un enorme paño que rodeaba la figura papal.
Previo a ello, el papamóvil había recorrido el circuito hípico, seguido de un grupo de entusiastas que no se contentaron con observar una sola vez el paso del Pontífice y su comitiva, desplazándose a lo ancho y a lo largo de aquel inolvidable e histórico escenario, que estaba expresamente iluminado “al giorno”.

Los cánticos
Los cánticos religiosos no cesaron en ningún momento. A medida que el tan esperado viajero se desplazaba por la tarima adornada con claveles rojos, los presentes cantaban las estrofas del Himno al Señor del Milagro. 
El gobernador, don Roberto Romero, su gabinete, legisladores nacionales y provinciales y autoridades de las provincias vecinas, fueron ubicados a los costados de aquella tarima, en tanto que religiosas, aborígenes e invitados especiales estaban apostados desde horas tempranas, flanqueando el sitio asignado a los funcionarios.
Todos querían al Papa, quien a paso lento saludaba y ofrecía sus manos a los feligreses que se habían reunido para darle la bienvenida y escuchar su mensaje 
“Viva el papa Juan Pablo II!” manifestaba a toda voz el sacerdote maestro de ceremonia, y la multitud no vacilaba en responder desde todos los rincones del hipódromo: Viva!, viva nuestro pueblo!, y otra vez se dejaba escuchar la algarabía contestataria del pueblo salteño allí reunido. En medio de todas estas expresiones, un niño se acercó al “pastor de la curia romana” y con tierno gesto le ofreció una flor. El Papa besó a la criatura y de inmediato la multitud irrumpió en un prolongado aplauso.

Estrado y obsequios
Cuando el Papa finalmente ocupó el estrado principal, los rostros de los obispos, sacerdotes y novicios se transformaron. Delataban regocijo y asombro, y algunos hasta se sumaron, dejando de lado todo formalismo, a las cálidas expresiones de la multitudinaria concurrencia. 
Juan Pablo II permaneció de pie hasta que el coro concluyó con la interpretación del tema “Mensajero de la paz”, y descansó en su sillón para seguir atentamente las palabras que pronunció el entonces arzobispo de Salta, monseñor Moisés Julio Blanchoud.
A continuación el Coro Polifónico de Salta, dirigido por Margarita Grosso, entonó una parte de la “Misa Criolla” de Ariel Ramírez y luego se procedió a dar lectura a un párrafo del Libro de los Apóstoles, referido a la persecución de los cristianos. 
En ese marco, el movimiento “Palestra” desplegó un gigantesco dibujo de Karol Wojtyla, con la leyenda “Madre no nos sueltes de tu mano”. El Papa habló después de la lectura del Evangelio y en cuatro oportunidades fue interrumpido con aplausos y vivas.
La ceremonia religiosa continuó mientras comenzó la entrega de ofrendas. Entonces, el gobernador Roberto Romero y su esposa llegaron hasta el sitial del Papa para depositarle un obsequio en nombre de la Provincia de Salta, mientras se escuchaba la inolvidable voz de Eduardo Madeo.

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