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¡A las 22.30 sale el colectivo, eh! Nos avisan durante la noche del martes 9. Son las 20 y aún quedan notas por mandar, también bañarse y cenar. Logramos cerrar todo y las duchas me esperaban, al menos eso creí porque cuando llegué no había agua y tuve que esperar 15 minutos junto a 70 desconocidos semidesnudos. A esta altura ya es normal. Nos dirigimos al buffet: chancho con ensalada y después al colectivo. El amigo Christian Cruz, del diario El Comercio (el que siempre estuvo desde que comencé a cubrir el Dakar), nos trae un presente para el viaje. Es el famoso pisco peruano. Nos servimos una bebida que en porcentaje es igual a fernet (70%-30%), pero de pisco y agua tónica. En el medio encuentro señal y mi amigo Hernán Zeballos manda mensajes, hablamos por whatsapp. No puede creer esta aventura. “¡Es como una de las giras que hacíamos siguiendo a Los Piojos!”, me dice. Tiene razón, no me di cuenta antes. Dormir en el piso, comer lo que sea y ni una queja, todo por amor.
Me despido de mi amigo que está en Buenos Aires, sigo la conversación con los amigos-colegas que están en el campamento. Extraño a Los Piojos, al menos a escuchar su música así que pongo youtube. Brindamos y a dormir como unos bebés. Arequipa estará, según cálculos, a unas 7 horas. Erro feo. Llegamos casi 11 horas más tarde.
Miro el paisaje y ya no están las dunas (el viaje nocturno fue increíble: a lo lejos, en medio de la oscuridad del desierto, las luces de un automóvil se distingue a muchos kilómetros de distancia, pero impacta un poco. Si estoy al lado de Fabio Zerpa, tal vez le doy la razón). Ya en Arequipa, decía, miro un poco las casas cercanas a la base militar donde vamos a dormir. Es la segunda población más grande de Perú y también hay turismo, pero no se nota en este sector de la ciudad.
Llegamos al campamento, vemos los mejores en motos y me alegro por los hermanos Benavides. La mayoría de la banda sudamericana trabaja en gráfica y manda adelantos a las webs de sus medios, así que todos hacemos un resumen y después preguntamos el horario de llegada al campamento de los primeros pilotos. Recién van a comenzar a llegar a las 17. Falta una eternidad.
El centro nos espera: catedral, balcones y la famosa plaza de Armas. Somos una multitud: Christian y Bryan (de El Comercio), Tincho (El Mercurio), Gonzalito (El Gráfico de Chile), Fernando (La Nación) y Agustín (La Voz del Interior) pensamos tomar dos taxis, pero llega una mini combi ¡con siete lugares! El barba está de nuestro lado. Somos una gran banda y del otro lado recibimos mensajes en tonos celosos. No se enojen, el campamento Krusty, podrá imitarse pero igualarse jamás.
Llegamos al centro y esta parte de Arequipa es bella. Un venezolano (de los tantos que emigraron a este país), nos muestra la carta del día y necesitábamos almorzar. El buffet del campamento aún estaba más verde que las dunas.
Ceviche (al menos me gustó un poco más que hace cuatro años) y rocoto relleno, fue el almuerzo, con limonada. ¡Bien peruano!
Solo nos tardamos una hora y preferimos volver al campamento, pero todavía falta y muchos optan por dormir la siesta. Al fin hay camas (no les había contado), las de los soldados de este regimiento. Yo prefiero desgrabar una nota del ídolo boliviano: el chavo Salvatierra. Cuando lleguemos al país del altiplano, muchos se van a sorprender con la cantidad de remeras que hay en las calles con su nombre.
Escucho la primera moto y salgo. No eran los Benavides, pero llegan enseguida. Las 17 de Perú, 19 de Argentina ¡qué tarde es! Por suerte atienden enseguida, están cansados y quieren irse a sus refugios. También aprovecho para charlar con Tomás Acedo, su amigo, asistente y más. Desgrabo y escribo. Son las 21 y en el diario deben estar locos los muchachos. Les digo que continúo yo con este diario y lo subo a la web.La sala de prensa también cierra rápido. Algunos ya se marchan hoy a La Paz, yo prefiero irme mañana. Perú me gusta demasiado y quiero volver pronto.