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27 de Junio,  Salta, Centro, Argentina
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Navidad y consumo

Jueves, 20 de diciembre de 2018 00:00
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En historia siempre se dice que el mito se impone a la realidad, y en las sociedades modernas el pensamiento mágico dirime cuestiones sociales, políticas y familiares.

En estas fiestas navideñas se hace fuerte el pensamiento mágico en la vida cotidiana; la gente, por lo general, espera algo nuevo, algo mejor, algo diferente.

La magia es ilusión y actúa como estimulante en la vida, pero nunca puede ser la solución, porque es efímera. Sin acciones concretas, ninguna realidad se transforma como arte de magia.

La Navidad es la fiesta del nacimiento de Jesús. Su llegada se entiende, desde la fe, como la respuesta de Dios al hombre. Sin embargo, a lo largo de los siglos hemos ido desvirtuando esta fiesta y agregándole elementos vinculados más a la superstición que a la misma fe.

Y dentro de ese proceso de secularización, sin dejar de lado el sentido religioso hemos incorporado, intencionalmente, personajes sustitutivos de la fiesta original. La figura de San Nicolás, obispo nacido en la región de Turquía, y cuyos restos descansan en Bari fue famoso por repartir su herencia entre los pobres, y dio origen a la figura de Santa Claus, Papá Noel o simplemente San Nicolás y su reconocida generosidad se trasladó a la costumbre de entregar regalos y golosinas a los niños en estas fiestas. Una firma comercial, modificando su vestimenta de obispo, lo lanzó al estrellato y nació el Papá Noel instalándose, por efecto de la globalización mediática, como la figura central de la Navidad, desplazando al pesebre y sobre todo al Niño Dios.

De esta sustitución surgen muchos cambios de paradigmas en la conducta propia de la fiesta navideña. Algunas costumbres que no solo desvirtúan el sentido religioso original, sino también tienen consecuencias en conductas o modos de proceder. La fiebre consumista, como una peste, genera un clima de tensión y ansiedad, de conflictos familiares y recuerdos tristes y dolorosos que ha llevado a mucha gente a exclamar, "odio las fiestas de fin de año".

El consumismo, como cultura de este tiempo, genera una sensación de vacío, nos torna insaciables, ya que siempre queremos más, queremos todo. Y el dinero se trasforma en el nuevo dios que todo lo puede. Sufre el que lo tiene y sufre el que no lo tiene. Y como una paradoja, Dios llega al hombre en un humilde pesebre, como un inmigrante sin techo propio, y nosotros celebramos la Navidad como la fiesta de la abundancia y el exceso.

Si la Navidad no genera el espíritu de la paz y el amor, de la sencillez y la generosidad, si no genera el desafío de vivir con plenitud los momentos más simples de la vida, valorando gestos y actitudes humanas, será simplemente otro tiempo de disgusto, donde adquiere sentido esa frase triste de los que dicen, "odio las fiestas de fin de año".

La magia es ilusión, la fe es compromiso. Vale la pena vivir la Navidad con sentido cristiano, plenamente humano, mirando a nuestro alrededor para descubrir en el que está solo, en el enfermo, en el anciano, en los niños más pobres y enfermitos, en los adictos, en los que no tienen trabajo, en los que quedaron tirados a la orilla del camino de la vida por la desocupación o los conflictos de familia, descubrir en ellos el rostro mismo del Niño de Belén.

 

 

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