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Lograron salvar el pueblo reforzando el anillo que tantas veces los salvó de las inundaciones. Mujeres, hombres y niños se fueron, pero un grupo se quedó, dándole batalla al duro Pilcomayo.
Santa María es un paraje que está al lado de La Curvita, un puesto más allá de Monte Carmelo, los dos más afectados con la crecida del río Pilcomayo.
Cuando se recorren caminos de barro, y el sol norteño está en su punto máximo, el comentario de "un kiosco abierto por la zona" es más que bienvenido.
Lo que el agua nos dejó
Las opciones son: continuar camino o correr el riesgo y conseguir saciar el deseo de tomar alguna bebida fresca.
Estantes, cajones y heladeras casi vacías. Lo primero que uno piensa es que es la escena propia que el paso del agua dejó, pero no. "Somos los únicos que le peleamos al río acá, hermano. Por eso nos salvamos; no entró el agua", dice Fredy Maza desde detrás de la vitrina, cuando se le consulta por el estado de su negocio.
"Somos poquitos aquí", agrega, y eso se nota apenas uno entra a Santa María.
Del negocio sale una mujer agradeciéndole al kiosquero con dos bolsones de mercadería que dice que "son para los chicos que están trabajando". Mientras, cuenta que fue una de las pocas mujeres que se quedó con su hija que está embarazada, confiando en el trabajo de sus familiares y vecinos.
"Le dije a mi hija que yo no me iba de mi casa, que si tenía que dormir en el techo, dormía, y decidió quedarse conmigo a cuidar nuestras cosas", cuenta.
"La unión hace la fuerza", dice el dicho popular, y los pobladores de Santa María lo entendieron bien. Lograron que no se inundara al menos una buena parte de la comunidad. Con el esfuerzo de varios reforzaron el "anillo", un muro de contención que da al río y que otras veces los salvó de inundaciones.
Es un terraplén de un poco más de dos metros de alto que sirve de contención y desvía las aguas que bajan del Pilcomayo. Esta construido con áridos, piedras y palos y al parecer resulta un método útil.
"Esta es la defensa que trabajó en Santa María", dice Fredy mientras muestra una lista de más de 20 jóvenes que aún están vigilando y trabajando en el terraplén. Una lista manchada e improvisada que incluso nombra a dos de ellos como "Juan y su amigo".
Aquí los nombres no importan, sí la cantidad para recibir los bolsones, comida y donaciones.
El trabajo fue arriesgado. Relatan que hace diez días trabajan sin parar, y que incluso llegaron a meterse hasta un metro y medio, o dos, debajo del agua para poner las bolsas con tierra donde el agua se estaba filtrando.
"El río ya venía avisando hace días", asegura el hombre, aunque recuerda que hace diez años que no crecía el Pilcomayo de esta forma.
Kiosco de operaciones
El kiosco de Fredy tiene 20 años en la zona, pero hoy se volvió un centro de operaciones, dónde en un primer momento pedían bolsas para armar los anillos de contención. Ahora pedían alimentos para los que trabajan "por el pueblo". Por allí pasan los camiones del Ejército y les dejan bolsones con mercadería, o latas de comida que luego él las lleva o pasan a buscarlas, porque, "ellos no tienen tiempo de ir a pedir al lado de la ruta; están trabajando", afirma. Y aclara: "Yo les dije que ahora me curto, pero luego sigo mi camino porque yo no quiero nada, me conformo con haber salvado mi casa y mi kiosco y poder seguir trabajando".
Las comunidades inundadas son varias, pero aquí solo llegó a inundarse la mitad porque el río bordeó el muro. "Somos pobres, gente laburante", dice Fredy, como si de eso quedara alguna duda.