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Catástrofe socialista

Jueves, 31 de enero de 2019 00:00
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La palabra "socialismo" es evidente por su ausencia en gran parte de la cobertura noticiosa de la crisis política de Venezuela. Sí, todo observador sensato está de acuerdo en que el país situado en la cima de las mayores reservas probadas de petróleo del mundo, es un caso de desastre económico, un desastre humanitario y una dictadura cuya desaparición no puede llegar lo suficientemente pronto.

Pero... ¿socialista? ­Ni pensarlo!.

O eso dice una línea argumental que insiste en que el buen nombre del socialismo no debe ser empañado por los resultados de la experiencia. Sobre Venezuela, lo que es más probable que se lea es que la crisis es producto de la corrupción, el amiguismo, el populismo, el autoritarismo, la dependencia de los recursos, las sanciones y los engaños de Estados Unidos, e incluso los residuos del capitalismo mismo.

Curiosamente, no es así como los admiradores del régimen venezolano solían hablar del "socialismo del siglo XXI", como lo apodó Hugo Chávez. El difunto presidente venezolano, dijo el británico Jeremy Corbyn, "nos mostró que hay una forma diferente y mejor de hacer las cosas. Se llama socialismo, se llama justicia social, y es algo hacia lo que Venezuela ha dado un gran paso". Noam Chomsky se mostró igualmente entusiasmado cuando elogió a Chávez en 2009. "Lo que es tan emocionante de visitar por fin Venezuela -dijo el lingista- es que puedo ver cómo se está creando un mundo mejor y puedo hablar con la persona que lo ha inspirado".

Tampoco muchos de los admiradores de Chávez estaban demasiado preocupados por los lados más tenebrosos de su régimen. Chomsky se retractó de algunos de sus elogios a medida que Venezuela se volvía más abiertamente dictatorial, pero otros en la izquierda no eran tan aprensivos. En un largo obituario en The Nation, el profesor de la Universidad de Nueva York Greg Grandin opinó que "el mayor problema que enfrentó Venezuela durante su gobierno no fue que Chávez fuera autoritario, sino que no lo fue lo suficiente".

Por lo menos Grandin admitió implícitamente que el socialismo en última instancia requiere coerción para lograr sus objetivos políticos; de lo contrario, forma parte de la naturaleza humana que la gente encuentre escapatorias y soluciones para mantener como puedan la mayor parte de sus propiedades.

Eso es más de lo que se puede decir de algunos de los antiguos defensores de Chávez, que preferirían olvidar cuán cerca estaba Venezuela de la escritura socialista ortodoxa. ¿Gasto gubernamental en programas sociales? Verificado: de 2000 a 2013, el gasto aumentó al 40 por ciento del PIB, desde el 28 por ciento. ¿Aumentar el salario mínimo? Verificado. Nicolás Maduro, el actual presidente, lo hizo no menos de seis veces el año pasado (aunque no hace ninguna diferencia frente a la hiperinflación). ¿Una economía basada en cooperativas, no en corporaciones? Verificado de nuevo. Como Naomi Klein escribió en su adulador libro de 2007, "La doctrina del choque", "Chávez ha hecho de las cooperativas una prioridad política máxima... Para el 2006, había aproximadamente 100.000 cooperativas en el país, empleando a más de 700.000 trabajadores".

Veinte años de socialismo, animados por Corbyn, Klein, Chomsky y compañía, llevaron a la ruina de una nación. Puede que ellos no se sientan muy avergonzados, y mucho menos perjudicados por lo que ayudaron a hacer. Ahora bien, el resto de nosotros debemos ocuparnos de que nunca nos pase esa tragedia.

 

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