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El porvenir del Mercosur

Miércoles, 27 de noviembre de 2019 00:00
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Tras quinientos años de predominio de Occidente, el péndulo de la historia vuelve a girar hacia el Oriente: con China como locomotora, y Japón como sigiloso acompañante, con el activo protagonismo de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (Asean), avanzan las tratativas para crear la mayor alianza de libre comercio del planeta, que desplazaría de ese sitial a la Unión Europa y al nuevo Nafta.

Esta aceleración de las negociaciones multilaterales, reflejada en el cónclave de jefes de Estado convocados por la Asean, que tuvo lugar días atrás en Bangkok, Tailandia, está inscripta en el escenario de la disputa económica entre China y Estados Unidos. Donald Trump, invitado al encuentro, prefirió faltar a la cita y, en cambio, invitar a sus colegas asiáticos a un encuentro similar en territorio estadounidense.

Curiosamente, los progresos en la integración económica promovida por la Asean comenzaron en 2016, cuando Trump decidió retirar a Estados Unidos de las negociaciones para el Tratado Transpacífico de Cooperación Económica, que había impulsado su antecesor, Barack Obama, una ambiciosa iniciativa que apuntaba a unir a Estados Unidos con una docena de países del Asia Pacífico pero no a China.

China aprovechó el vacío generado por esa retirada norteamericana para lanzar la iniciativa de constituir una Asociación Económica Integral Regional (RCEP), que no sólo incluye a los diez países miembros de la Asean (Brunei, Camboya, Filipinas, Indonesia, Laos, Malasia, Singapur, Tailandia, Myanmar y Vietnam), sino también a Japón, Australia, Corea del Sur y Nueva Zelanda. En la intención de Beijing está sumar a la India, pero el gobierno de Narenda Modi por ahora se resiste, por temor a sufrir una demoledora invasión en su mercado interno de las manufacturas industriales chinas.

Un Mercosur asiático

El punto de partida histórico de esta compleja construcción económica coronada en Bangkok fue el sudeste asiático o Indo Pacífico, como también suele denominárselo últimamente, una amplia zona que integra a un conjunto de países extremadamente heterogéneos, de muy diversa superficie y población, así como de múltiples religiones, lenguas, sistemas políticos y niveles de vida y desarrollo económico.

En la segunda mitad del siglo XX la región fue uno de los principales escenarios "calientes" de la guerra fría, en sangrientas contiendas que tuvieron como epicentro a Vietnam pero abarcaron también a Laos y Camboya. Pese a ello, en 1967, en plena guerra de Vietnam, cinco países de la región (Tailandia, Indonesia, Malasia, Singapur y Filipinas) fundaron la Asean, a la que se incorporaron posteriormente Brunei en 1987, Vietnam en 1995, Laos y Myanmar en 1997 y finalmente Camboya en 1999.

Las peculiaridades de este bloque regional promovieron un modelo de integración absolutamente pragmático, sin la pretensión de alcanzar identidades homogéneas, ni moneda ni Parlamento ni legislaciones comunes, ni tampoco interferencias en la vida interna de los estados miembros. El idioma oficial de la asociación es el inglés, lo que permite una comunicación rápida entre países en que se hablan decenas de idiomas locales.

La Asean, cuyo modelo de funcionamiento inspiró esta ambiciosa iniciativa de China, tiene un sistema diferente a los utilizados en la mayoría de los procesos de integración regional en Occidente. Para Mercedes Botto, directora del Instituto de Investigaciones Sociales de América Latina, "difiere del modelo europeo por la ausencia de instituciones supranacionales y del Tratado de libre Comercio de América del Norte (Nafta) por los niveles de asimetría de sus socios". Tampoco se asemeja al Mercosur, tanto por los motivos ya señalados como por sus distintos grados de apertura económica: "en Asean el mecanismo de desgravación ha sido más lento pero más profundo".

Pero esta historia de éxito de la Asean es apenas la prehistoria de lo que pergeña hoy China. Porque Beijing tomó ese modelo como punto de partida pero con la intención de transformarlo en el modelo de una integración regional que abarque a otros tres países del G-20: Japón (la tercera economía mundial), Corea del Sur, y Australia, que ocupan el undécimo y décimo quinto puesto de ese ranking, respectivamente, y Nueva Zelanda y busca incluso seducir a India (quinta economía mundial).

Multilateralismo vs. bilateralismo

Este proceso de integración del Asia Pacífico interactúa con el funcionamiento de la APEC (Foro de Cooperación Asia Pacífico), una asociación de los países de la Cuenca del Pacífico en el que sí participa Estados Unidos, así como Canadá y Rusia, y donde intervienen también México, Perú y Chile, tres economías latinoamericanas que forman parte de la Alianza del Pacífico, un bloque comercial que agrupa también a Colombia. China, Japón, Australia, Indonesia, Corea del Sur, Malasia, Singapur y Vietnam son miembros de esta iniciativa multilateral que busca avanzar en la liberalización del comercio mundial.

La interacción entre Estados Unidos y China en el seno de la APEC revela la insuficiencia de las interpretaciones simplistas que pretenden reducir la complejidad del escenario mundial a la dicotomía “blanco-negro”. Trump no es un proteccionista en el sentido clásico. Su estrategia de “America first” no reniega del libre comercio sino del multilateralismo. Prefiere las negociaciones bilaterales en que las que Estados Unidos puede imponer a sus socios condiciones más ventajosas.

Esa estrategia alcanzó ya resultados exitosos en la renegociación del NAFTA, en la que Washington abandonó el formato tripartito, originado en la época de Bill Clinton, para acordar por separado con Canadá y con México y tiene ahora su prueba de fuego en la pulseada con China, una disputa que tiene aristas más políticas que comerciales y en la que, en vez de acuerdos definitivo, cabe esperar una larga etapa signada por una inestable combinación de conflicto y cooperación recíproca.

Pero, más allá de avances y retrocesos, sería un error vaticinar una reversión de la tendencia hacia la globalización de la economía mundial. Lo que sí cabe apreciar es algunos cambios en la orientación de ese proceso. Uno es geográfico: Asia es el epicentro de la nueva geografía económica mundial. El segundo es un corolario del anterior: el Océano Pacífico desplaza al Atlántico como principal canal de circulación de las corrientes comerciales. El tercero es que mientras China y el Oriente apuntan al fortalecimiento del multilateralismo, en Occidente la reaparición de tendencias nacionalistas lleva a volver a privilegiar las negociaciones bilaterales entre los estados.

En este último punto, así como  Trump prefiere negociar directamente con China y no con los países del  bloque asiático en formación o con la Gran Bretaña del “Brexit” más que  con la Unión Europea, habría que to    mar muy en serio las declaraciones de Jair Bolsonaro sobre su intención de abrir negociaciones, aún más allá del Mercosur, para concertar tratados  bilaterales de libre comercio de Brasil con Estados Unidos y con China.    
 

 

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