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¿Crecemos o nos desarrollamos?

Miércoles, 06 de febrero de 2019 00:00
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La cuestión del crecimiento y el desarrollo ha sido considerada en forma extensa desde la Economía y otras ciencias existiendo en el caso de aquélla muchas coincidencias entre los economistas en cuanto a las condiciones para el crecimiento, a la vez que también ciertas discrepancias que incluyen algunas del autor de estas líneas.

Entre las coincidencias, probablemente la más importante es la que distingue el crecimiento del desarrollo, que en alguna etapa de la teoría económica se consideraban equivalentes pero que en la actualidad se diferencian claramente, teniendo en cuenta que el crecimiento se toma como tal cuando el PBI se eleva en forma razonablemente estable por encima del aumento de la población, proponiéndose a continuación la teoría explicar cuáles son las condiciones para lograrlo.

En cuanto al desarrollo, el enfoque es más abarcativo y toma en cuenta la calidad del crecimiento alcanzado y la forma en que éste puede beneficiar a la mayor parte de la población, no agotándose la temática del desarrollo solamente en la Economía, sino que se requiere el concurso de otras ciencias, como por ejemplo, la Historia Económica, la Sociología y la Demografía, sin que este listado agote las disciplinas que pueden aportar su valiosa mirada sobre el tema.

Acumular

Yendo a la cuestión del crecimiento, la teoría convencional plantea que la tasa de ahorro es una herramienta clave para conseguir justamente una tasa de crecimiento más elevada, estando de por medio, además, con los avances posteriores, la cuestión del progreso tecnológico y su evolución dentro del funcionamiento de la economía, el papel del gobierno y del dinero, la importancia relativa del capital con relación al trabajo, la investigación y desarrollo y otras consideraciones adicionales.

Sin perjuicio de las obvias coincidencias con gran parte de las aportaciones a la teoría del crecimiento que se han logrado, ésta, en sus planteos más básicos enfrenta algunas observaciones que el autor se permite señalar; principalmente las siguientes.

En primer lugar, se pone demasiado énfasis en el papel de la relación ahorro/PBI y muy poca o ninguna en el de la inversión, siendo que, en un planteo muy simple donde los actores son las familias y las empresas, estas últimas necesariamente cumplen un papel destacado en el incremento del PBI, al punto que los gobiernos claman por más inversiones como forma principal de lograr más producción y empleo.

En segundo lugar, se sostiene que una forma de conseguir una tasa más elevada de acumulación es cuando la tasa de crecimiento de la población es más reducida relativa a otras economías, identificando ésta con la tasa de empleo, lo que no es correcto porque no son lo mismo ni se comportan en el tiempo de manera similar.

Sin embargo, este enfoque entraña un error porque, por la construcción del modelo que sustenta las conclusiones que se proponen, las tasas de crecimiento del empleo y del capital tienen que ser idénticas entre sí e iguales a la de crecimiento del producto; pero entonces, si aumenta la del empleo, no puede disminuir la del capital al ser solidaria con aquélla, con lo que la tasa de acumulación no se reduciría y el producto por habitante no se alteraría, contrariamente a lo que propone la teoría.

Dinamismo de la economía

¿De qué depende, entonces, que las economías crezcan a tasas que representen un aumento en el ingreso por habitante de su población? Sin dejar de tener en cuenta el ahorro, especialmente en la forma de un stock de fondos dentro de un mercado de capitales desarrollado para financiar la inversión, el crecimiento depende esencialmente de un correcto diagnóstico del Gobierno en cuanto a los sectores que pueden darle dinamismo a su economía y de crear confianza para que el capital privado invierta en forma intensiva, buscando elevar, esta vez sí, la tasa de inversión. Esto, sin ir más lejos, es lo que permitió a la Argentina crecer en forma sostenida a partir de la organización nacional y hasta las primeras décadas del siglo XX, sin que importara la elevada tasa de analfabetismo o la falta de infraestructura, que las propias inversiones contribuyeron luego a reducir de manera sustancial.

Recíprocamente, la Argentina altamente alfabetizada, dotada de una extensa red ferroviaria, hidrovías y otros componentes importantes para crecer, hizo todo lo contrario desde la década de los cuarenta del Siglo XX, si se la compara con otras economías de América Latina.

Claramente entonces, el entorno institucional favorable a una economía abierta y con fuerte participación de las exportaciones logró tasas de crecimiento más elevadas para la Argentina y una mejor performance en comparación con otros países de América Latina, que la economía concentrada posterior.

El desarrollo económico - social

Como se decía, el desarrollo es una cuestión diferente al crecimiento, y si bien no puede darse sin éste, sin duda no es suficiente que las economías crezcan para que la población mejore de manera apreciable sus condiciones de vida, porque para que una economía se desarrolle deben incorporarse otros parámetros tales como la calidad educativa, el estado sanitario, la propia visión de los habitantes sobre sí mismos y otros componentes que exceden largamente los que se tienen en cuenta para el crecimiento.

De manera muy esquemática, para mejorar las condiciones de desarrollo se considera que, en el corto plazo, es imperativo proporcionar empleo a quienes carecen de él, y una forma sencilla es a través de la obra pública financiada, reduciendo gastos innecesarios y mediante la obtención de créditos de organismos internacionales, focalizada en las áreas rurales y urbanas de mayor fragilidad en términos de necesidades básicas insatisfechas (NBI) y orientada a resolverlas: desagües de efluentes, provisión de agua potable, viviendas, etc. esforzándose el programa en ocupar, de ser posible, a las propias familias afectadas por estas NBI. Asimismo, y como forma de acercar los ingresos diferenciados en sus extremos, se deben dirigir los esfuerzos a incrementar su tasa de crecimiento en los sectores de menor participación relativa -justamente quienes tienen empleos de mayor precariedad o carecen de ellos- porque, como en las carreras de autos, el competidor más veloz acrecienta la diferencia con quienes vienen por detrás y esta se amplía vuelta a vuelta, lo que agranda la brecha de desigualdad.

En el largo plazo, claramente el esfuerzo debe dirigirse a proporcionar educación, principalmente básica, a todos los sectores que han ido desgranándose en su recepción en términos de cantidad y de calidad. La educación debe ser de excelencia, con una estrategia de contención social muy completa en los sectores donde están presentes los “ni-ni” y donde la fragilidad familiar es más intensa.
 
Las instituciones y la política 

Evidentemente lo expuesto es solamente un aporte muy reducido e incompleto de una problemática más amplia y compleja, pero probablemente contribuya a instalar este tema en la agenda de la Argentina que, además de problemas endémicos como el de la inflación, debe abocarse también a incorporar el del desarrollo económico y social, que ya posee idénticas características.

Debe ser claro, evidentemente, que las transformaciones que requiere una estrategia de desarrollo comienzan por decisiones políticas racionales, sostenidas y compartidas. Nuevamente lo realizado por la Argentina desde la Organización Nacional y hasta la década de los cuarenta del Siglo XX, no obstante muchos errores y desaciertos, es un claro ejemplo a seguir. Al mismo tiempo, el camino desandado a partir de allí y hasta el presente constituye un contraejemplo a evitar en lo sucesivo.

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