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“La Chimenea fue declarada por el Concejo anterior como Patrimonio Arquitectónico, Histórico y Cultural; es por ello que en su momento solicité al municipio que cumpla con dicha ordenanza y realice las tareas correspondientes para su preservación, lo cual en los últimos años estaba en peligro”, expresó el edil Gonzalo Díaz, autor del proyecto de restauración de la estructura.
En el marco del Plan de Desarrollo Estratégico de Turismo Sustentable que lleva adelante el municipio de Orán, inició la obra de restauración en el mes de marzo. La restauración completa culminó hace unos días en esta figura emblemática de la ciudad en el acceso norte donde está emplazado este verdadero símbolo.
Todo un símbolo
La antigua torre de ladrillos fue declarada Patrimonio Histórico Cultural de Orán por el Concejo Deliberante en octubre de 2016, por iniciativa, en aquel entonces, del edil Iván Mizzau, idea que todo el pueblo tomó con alegría.
Símbolo del pueblo de Orán, la chimenea fue testigo por más de un siglo de la historia de los norteños. Al pie de ella trabajaron cientos de personas con el sueño de mantener a cada una de las familias que dependían de ese trabajo.
Una obra de precisión
Considerada una de las mejores obras arquitectónicas de la zona, la chimenea sobrevivió a varios temblores que azotaron a la ciudad, sin embargo su fuerza y la exactitud de la obra la mantuvieron en pie hasta hoy.
Las calderas traían aparejados dos problemas: en primer lugar producían mucho humo, perjudicando la salud y la visión de los operarios, y generaban chispas que podían ocasionar incendios por el aserrín y la madera en el aserradero.
Como solución a estos problemas se pensó en construir una chimenea.
Su constructor, Francisco Tosoni, con su personal a cargo, cavó los grandes cimientos y empezó a levantar la gigantesca obra de ladrillos. Era una obra delicada, única. Los ladrillos estaban hechos en cuña, especialmente cocidos por los ladrilleros del lugar.
Luego de unas semanas ya se erguía más de la mitad sobre el paisaje. De ahí en más se haría por etapas. No había que levantar más de un metro por vez, luego dejar secar por varios días y recién seguir levantando. Sabía que si construía de golpe sobre material húmedo, la estructura colapsaría por su propio peso. Seguramente al bajar todos sus trabajadores deben haber sentido el orgullo de la tarea cumplida. Con sus rostros quemados por el sol abrasador del verano oranense.