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La inflación y el desempleo: En Economía se habla siempre de "bienes", que son las cosas que se compran y venden, principalmente para satisfacer las necesidades de consumo.
Sin embargo, hay también "males", y muchos: la basura, la contaminación en general y varios más.
Si bien es opinable cuál de todos los "males" es más nocivo para las economías, el par que más ha llamado la atención y preocupación de los economistas es, sin duda, el constituido por la inflación y el desempleo.
No hace falta explicar qué son estos dos males porque los argentinos los padecemos desde largo tiempo atrás En cambio sí puede ser interesante destacar que ambos conceptos guardan entre sí una conexión, de suerte tal que, en términos generales, cuando mejora uno de ellos, al mismo tiempo empeora el otro y recíprocamente.
Dicho de otra forma, cuando se consigue abatir la inflación, casi inevitablemente aumenta el desempleo y otro tanto, en sentido contrario, ocurre cuando se procura reducir el desempleo: aumenta la inflación.
No obstante, hay, a veces, algunas "ganancias", en el sentido de que, amparadas en una política económica bien encaminada y apreciada por la población, ambas calamidades, inflación y desempleo, pueden reducirse al mismo tiempo, aunque claro que también es válida la alternativa simétrica, ya que si se advierten torpezas graves en el accionar del gobierno, estas dos cabezas de la hydra se expanden también al mismo tiempo.
A modo de prueba de que inflación y desempleo no pueden, en general, ser abatidos conjuntamente, piénsese en la Argentina de las largas décadas desde que se originó la inflación, en los cuarenta del siglo XX, en que la tasa de desempleo estaba por debajo de los dos dígitos, y en la Argentina de la década de los noventa de ese mismo siglo XX, en que la inflación se redujo drásticamente, pero la tasa de desempleo se elevó por encima de los dos dígitos.
Dos males, ¿una opción?
¿Qué es "mejor": la inflación, o el desempleo?
Por supuesto, es difícil "elegir" cuando se trata de males. Sin embargo, en términos de quienes se ven alcanzados por ellos, parece evidente que, en el caso del desempleo, este afecta principalmente a quienes lo padecen, o sea los desocupados; en cambio, la inflación, en principio, perjudica a todos por igual.
Conforme esto, la desocupación puede ser compensada, al menos en parte, a través de un seguro de desempleo a-la-europea, vale decir, bien instrumentado, de modo que se perciba sin demoras cuando el ciclo económico se presenta, pero también vaya reduciéndose hasta extinguirse a medida que le economía se recupera.
A su turno, es claro que no hay seguros para la inflación porque, aun en un escenario en que se indexen todas las variables alcanzadas por la suba de precios, por una parte se produce una demora entre que estos suben y sus efectos se corrigen, a la vez que la experiencia muestra que los procesos indexatorios potencian la inflación.
Adicionalmente, y recurriendo nuevamente a la evidencia de la Argentina, cada vez que en períodos democráticos el gobierno logró disminuir apreciablemente la inflación, ganó las elecciones, y recíprocamente. Así, en 1985 el gobierno triunfó con el Plan Austral, y en 1991, 1993 y 1995, nuevamente el gobierno se impuso en elecciones legislativas y presidenciales, en este caso, al amparo de la Convertibilidad.
¿Todos pierden?
¿Seguro que no hay ganadores con la inflación?
La idea de que ante un proceso inflacionario "todos" pierden tal vez debería matizarse.
Por una parte, es sospechoso que, al mismo tiempo que muchas iniciativas antiinflacionarias -tanto bajo administraciones militares como civiles- han sido inicialmente exitosas, por ejemplo, el así llamado Plan Krieger Vasena de 1967, el Plan Austral de 1985 y el Plan de Convertibilidad de 1991, todas ellas han terminado en fracasos por la "rebelión" de quienes, evidentemente, no se sentían satisfechos con la estabilidad de precios.
¿Por qué esta resistencia, si se ha propuesto anteriormente que todos se perjudican con la inflación?
La respuesta, tal vez, es que no es lo mismo que "todos se perjudiquen con la inflación", lo que puede ser relativamente cierto, con que "todos se beneficien" con la estabilidad.
¿Por qué algunos se sienten perjudicados con la estabilidad de precios?
La explicación es que, evidentemente, los precios (o salarios) aumentan porque "alguien" los eleva no pueden incrementarse por sí mismos- y lo hacen porque suben los costos o porque las empresas consideran necesarios mejores márgenes, o por ambas cosas.
Ahora bien. ¿Por qué en otras economías las empresas no "mejoran la rentabilidad" o los trabajadores suben sus salarios?
La explicación simple es que no lo hacen porque no pueden, y no porque el gobierno les imponga precios máximos u otros controles, sino porque si se atrevieran a hacerlo, la competencia los eliminaría de la escena.
Por cierto, en la Argentina, las barreras arancelarias o bien, las prohibiciones directas a la importación, junto a otras rigideces, hacen que las empresas "puedan" elegir la rentabilidad que consideran conveniente y esto facilita las subas de precios, que se alimentan también de los aumentos en los salarios, tarifas, tipos de cambio, etc.
Claramente, en la Convertibilidad, la experiencia antiinflacionaria más larga y prolongada no exenta de problemas y críticas- justamente la estabilidad se consiguió al eliminar las barreras arancelarias y reducirse drásticamente los aranceles en general.
¿Se puede reducir a niveles aceptables la inflación?
Una tasa ideal de inflación es obviamente cero o muy próxima a este valor, pero un nivel aceptable inicial, que luego debería mejorarse, podría ser un 10% anual, y se conseguiría justamente con un programa de apertura progresiva de la economía, gradual pero sistemático, hasta alcanzar aranceles alineados con los internacionales, a la vez que se eliminan los controles y prohibiciones a la importación y se elimina el déficit fiscal, también causante de la inflación.
Este programa, que debe acompañarse de reformas laborales que le quiten poder a los sindicatos junto a un diseño tarifario de recuperación gradual de los costos de producción de la energía y combustibles, debería ser acordado por una porción ampliamente mayoritaria del arco político, con un compromiso de cumplimiento a lo largo de un extenso periodo de tiempo, por ejemplo, diez años o más.
Por supuesto, esta estrategia, como todas las anteriores mencionadas, va a ser resistida por quienes se sentirán perjudicados y de allí la necesidad de un fuerte respaldo político que necesariamente debe exceder el del partido ocasionalmente al frente del gobierno.
La industrialización forzada
La inflación ha sido consecuencia de la peregrina idea de “industrializar” la Argentina a la fuerza en los cuarenta del siglo pasado, es decir, sin contemplar las ventajas o desventajas competitivas de dichas industrias.
Esta industrialización forzada, lograda con prohibiciones y altos aranceles, ha generado, por su parte, la concentración poblacional en la ciudad de Buenos Aires y cordones aledaños, la pérdida del ferrocarril, de las hidrovías y puertos fluviales porque no había productos regionales que exportar ni industriales a llevar ya que toda la población estaba en un solo punto, y la frustración del crecimiento que la “Argentina rural”, con una industria genuina bajo su entorno había logrado, con baja inflación y elevado nivel de ingreso por habitante y población menos irracionalmente distribuida y concentrada.
Sin duda, abatir la inflación también podría contribuir a desandar este perverso y penoso camino recorrido durante las últimas siete u ocho décadas, palmaria evidencia de nuestra decadencia nacional.