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Cuba con Biden: ajuste y replanteo

Miércoles, 30 de diciembre de 2020 01:59
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Cuando la inminente asunción de Joe Biden en la Casa Blanca abre la posibilidad de una modificación en las relaciones entre Estados Unidos y Cuba, la isla caribeña se apresta a conmemorar el 62´ aniversario del ingreso triunfal de Fidel Castro a La Habana en medio de un drástico ajuste ortodoxo de su economía, consistente en la reducción de subsidios, aumentos de tarifas y de impuestos y una fuerte devaluación de su moneda, la primera en su historia, con la expectativa de abrir camino a la inversión privada para salir de una crisis que este año se refleja en una caída del producto bruto interno del 8%.

El punto neurálgico de este nuevo rumbo impuesto por el presidente Miguel Díaz Canel, quien desde 2019 sustituye a Raúl Castro en la jefatura de Estado, es la unificación de las dos monedas que coexistían en la isla desde 1994: el peso y el peso convertible (CUC) equivalente a un dólar. Esa dualidad desaparece y queda solo el peso cubano con una corrección para llevarlo a la paridad del extinto peso convertible.

En términos prácticos, la reforma implica una devaluación del 99%. Esa depreciación de la moneda incrementa el precio de los insumos importados y presionará sobre los precios internos. Para atenuar sus consecuencias negativas sobre el nivel de vida de la población, el Gobierno aumentará sueldos y pensiones.

Una de las innovaciones fundamentales del nuevo plan económico habilita la participación mayoritaria de capitales extranjeros en empresas mixtas a fin de mejorar el clima de negocios. En el sector financiero, esa disposición autoriza el funcionamiento de empresas de capital totalmente extranjero, aunque con destinos específicos. Para evitar periódicas corridas cambiarias, resultará imprescindible un mayor ingreso de divisas. De allí que el Gobierno haya aumentado también el número de comercios que pueden cobrar en dólares mediante tarjetas de crédito.

Este viraje representa un giro copernicano, insinuado ya en 2014 con el deshielo impulsado por Barack Obama, con el aporte del Vaticano, a través del influyente episcopado cubano y la mediación del papa Francisco, con Raúl Castro sorprendiendo al mundo con su presencia en una misa oficiada por el Papa en la mismísima Plaza de la Revolución. En tren de interpretar aquella paradoja, vale consignar que Loris Zanatta, un intelectual italiano reconocido por sus acérrimas críticas a Francisco (el primer Papa jesuita de la historia), en un libro de reciente aparición titulado "Fidel Castro, el último rey católico", sostiene que el líder cubano más que un marxista había sido un fiel discípulo de la orden jesuítica que lo había educado en su juventud.

Una expectativa renovada

El escenario internacional ha vuelto a cambiar y no es posible separar estos anuncios económicos del ascenso de Biden, que fue el vicepresidente de Obama y que por su condición de católico practicante desempeñó un rol especial en las conversaciones con el Vaticano que precedieron a ese deshielo entre Washington y La Habana. Cuba trata de retomar esa ruta pero las condiciones son muy distintas. Con Biden en la Casa Blanca, un eventual acercamiento exige abordar la cuestión venezolana, que para la futura administración demócrata seguirá siendo el principal foco de atención en la región.

El experimento "chavista" preocupa en Washington por la internacionalización derivada de los vínculos establecidos por el régimen de Caracas con Rusia, China, Irán y Turquía. Según los asesores de Biden, para resolver el tema venezolano es necesario restarle a Maduro el apoyo de sus socios externos.

En ese sentido, Cuba juega un papel fundamental.

No sólo provee la custodia personal del mandatario venezolano, sino que el G-2, el servicio de inteligencia cubano, considerado como el mejor preparado profesionalmente de América Latina, es uno de los soportes fundamentales de la estabilidad del régimen.

El régimen de La Habana tendrá entonces una encrucijada estratégica con su aliado caribeño, cuya crisis le obligó a recortar hasta el mínimo el suministro de petróleo y la ayuda financiera en dólares y aceleró la puesta en marcha del ajuste económico, que está en sintonía con la nueva Constitución, aprobada en 2019, que reconoció legalmente a la propiedad privada capitalista entre otros mecanismos propios de la economía de mercado.

El sendero hacia esa reforma se había iniciado en 2011, en el Sexto Congreso del Partido Comunista, que aprobó un proceso de apertura, bautizado como "adecuación".

Esa experiencia reformista no abrevaba en la "glasnost" y "perestroika" de la Unión Soviética, sino en la apertura de China y especialmente en la llamada "renovación multifacética" de Vietnam, con la que Raúl Castro se ha identificado y que en 1986 significó una apertura del país asiático que implicó un abrazo con Estados Unidos, sellado más tarde en un tratado bilateral de libre comercio.

Volver por la misma senda

La situación cubana es igual o peor que en el denominado "periodo especial", tras la caída de la Unión Soviética, que provocó un colapso en la economía y motivó la creación del peso convertible como una manera de afrontar la emergencia. La intensificación del bloqueo y la pandemia impidieron el ingreso de turistas, principal rubro de ingreso de divisas.

Las restricciones impuestas por Trump hundieron también las remesas de divisas de los cubanos residentes en Estados Unidos, que son el segundo rubro de abastecimiento de dólares y un valioso aporte en los ingresos para miles de familias cubanas.

La falta de dólares promovió el surgimiento de un potente mercado informal de la divisa que incentivó un doble fenómeno. Por un lado, el auge de las llamadas “mulas” que mueven importaciones clandestinas. Por el otro, la reaparición de la antigua “pirámide invertida” que implica que trabajadores con menor formación educativa, ligados al turismo, ganen más que los profesionales, con la consiguiente tendencia de graduados universitarios a emplearse como remiseros, cocineros, mozos o maleteros.

El deshielo con Estados Unidos había regularizado los vuelos entre ambos países y los cruceros turísticos. 
En un solo año, 600 mil estadounidenses recorrieron la isla. Cadenas hoteleras como Marriott inauguraron sucursales en La Habana. 

Miles de cubanos las imitaron con hostales en sus viviendas particulares, pequeños restaurantes, bares y discotecas para aprovechar la oportunidad y canalizar el turismo juvenil. 

Muchos emigrados retornaron para iniciar pequeños emprendimientos. Una nueva clase media empezó a despuntar, absorbiendo en la economía informal a miles de desocupados de la estructura estatal.

Aquel auspicioso atisbo de apertura se cerró rápidamente por el endurecimiento impuesto por Trump en 2016. Sin embargo, Cuba cuenta con una curiosa ventaja competitiva. 

Posee una de las burguesías económicamente más poderosas de América Latina. Es propietaria de alrededor de 140.000 empresas que facturan anualmente alrededor de 50.000 millones de dólares. El problema es que no reside en Cuba sino en Miami. Pero esa burguesía quiere invertir en su país de origen. La incógnita es si la asunción de Biden y la contribución de Francisco podrán reproducir las condiciones políticas para que aquel sueño inconcluso vuelva a florecer.

Por Pascual Albanese
Vicepresidente del Instituto de Planea­miento Estratégico
 

 

 

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