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La última voluntad del poeta Juan Carlos Dávalos

En un día como hoy, pero de hace 50 años, los poetas Juan Carlos Dávalos y su hijo Arturo León fueron sepultados en San Lorenzo.
Domingo, 26 de abril de 2020 00:55
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Hace cincuenta años, el 26 de abril de 1970, los restos mortales de don Juan Carlos Dávalos y su hijo Arturo León fueron llevados desde el cementerio de la Santa Cruz, en Salta, a la Villa de San Lorenzo. Allí, luego de emotivas ceremonias, y dando cumplimiento con la última voluntad de los difuntos, ambos fueron inhumados en fosas contiguas, en el campo santo de aquella localidad.

Don Juan Carlos Dávalos, considerado el poeta mayor de Salta, había fallecido el 6 de noviembre de 1959, y sus restos estaban temporalmente en el cementerio de la Santa Cruz, ya que su última voluntad era que se lo sepultaran en San Lorenzo. Allí había nacido el 11 de enero de 1887, siendo sus padres el doctor Arturo León Dávalos y doña Isabel Patrón Costas. Por su parte, su hijo Arturo León, también poeta y compositor, había nacido en Salta el 29 de enero de 1918. Era el hijo mayor de don Juan Carlos y de doña Helena Celecio, y había fallecido el 5 de diciembre de 1960, apenas un año después que su padre. Y al igual que los restos de don Juan Carlos, los de Arturo también estaban de paso en el cementerio de la Santa Cruz.

Como decíamos, Juan Carlos Dávalos había manifestado expresamente que quería ser sepultado en su San Lorenzo natal, en tanto Arturo había confesado a sus allegados que su íntimo deseo era descansar junto a su padre. Y así fue que la voluntad de ambos se cumplió el 26 de abril de 1970, cuando uno junto al otro fueron trasladados y sepultados en el cementerio de San Lorenzo.

El traslado

Era un día soleado y desde temprano comenzó a llegar gente al cementerio de la Santa Cruz. A las nueve de la mañana, tal como se había dispuesto, los féretros de don Juan Carlos y de su hijo Arturo León asomaron por el atrio de la necrópolis llevados a pulso por familiares y amigos. Luego de depositados en los coches fúnebres, el cortejo se encaminó a San Lorenzo y, según la crónica de aquel día, al pasar por San Cayetano la hilera de automóviles ya era larguísima. Después de recorrer los pocos kilómetros que separan a Salta de San Lorenzo, la caravana arribó a la vieja entrada de la villa donde una multitud la esperaba. En ese lugar, una antigua carreta tirada por una yunta de bueyes esperaba los restos de los poetas. Luego de que padre e hijo fueran colocados en el carruaje, el cortejo inició la lenta marcha hasta la iglesia de San Lorenzo, donde se rezaría un funeral de cuerpo presente.

Al pescante de la carreta iba don José Manuel Meriles, un criollo de 88 años, en tanto una guardia de honor de cuarenta gauchos del fortín “Juan Carlos Dávalos” de San Lorenzo marchaba a la par con el padre Normando Requena a la cabeza.

La vieja carreta camino al cementerio con los restos de los poetas de Salta.

El funeral

Ya en la iglesia, los féretros fueron depositados al pie del altar mayor donde el padre franciscano José Collalunga ofició el funeral. Entre los asistentes estaban el gobernador Dr. Carlos Ponce Martínez, Dr. Humberto Alias D’Abate, Ramiro Peñalba, Luis D’Jallad, Elías Bolea, el intendente de San Lorenzo don Néstor López Serrey, don Marcos Alsina, los poetas Julio Díaz Villalba, Holver Martínez Borelli, José Juan Botelli, José Ríos y sus amigos Gustavo “Poncho” Marrupe y “Chacho” Royo. También se habían dado cita numerosos artistas, folcloristas, amigos y mucha gente que debió seguir el funeral desde la calle. Entre los familiares se destacaba la presencia de Jaime, Hernán y Martín Miguel Dávalos, hijos y hermanos de los difuntos; la viuda de Arturo Dávalos, la poetisa Sara San Martín y sus hijos Rodrigo y María Inés; Julia Elena y Luz María Dávalos; Eduardo Casabella y José Wilger. En el transcurso del oficio religioso un coro cantó la Misa Criolla siendo sus integrantes Alfonso Altube, José Velazco, José Tejerina, Agustín Quiroga, Rafael Caro, Marcelo Alarcón, Isidro Giné, Humberto Clark y Violeta de Sanguedolce.

Culminado el solemne funeral, los féretros de los poetas nuevamente fueron colocados en la carreta que de inmediato tomó el camino del cementerio, seguida por una multitud. Ahora, además de la guardia de honor del fortín gaucho “Juan Carlos Dávalos”, también acompañaba la Banda de Música del Destacamento de Exploración de Caballería de Montaña 5, que, siguiendo el paso lento del carruaje, ejecutaba la Marcha Fúnebre de Fryderyk Chopin. Así fue que la caravana tardó casi una hora en cubrir este último tramo del camino. 

En el campo santo

Ya en la entrada del viejo campo santo, los ataúdes de los poetas fueron trasladados a pulso hasta donde se habían cavado dos tumbas. Allí se hizo un alto y se concretó el último homenaje a don Juan Carlos Dávalos y a su hijo Arturo León, antes de ser sepultados. Las palabras de despedidas estuvieron a cargo de don Marcos Alsina, por la Municipalidad de San Lorenzo, y del poeta Julio Díaz Villalba, presidente de la Comisión de Homenaje a don Juan Carlos Dávalos. Luego de un respetuoso silencio y de que las tumbas fueran bendecidas se procedió a sepultar a estos dos inolvidables poetas de Salta, mientras muchos de los presentes arrimaban un puñado de tierra. Don Cesar Perdiguero, también presente en representación de El Tribuno, dijo: “A escasos centenares de metros, una vieja casona es testigo silencioso del regreso del hijo dilecto al solar nativo”.
Salta había cumplido con la última voluntad de sus poetas. 

Dos poemas de Juan Carlos y Arturo Dávalos

Ay Madre

¡Ay Madre! Cuando la muerte
en su regazo me ampare,
y vuelva mi alma a ser pura
y leche negra mi sangre.
Como cuando tú me diste
sin que yo lo demandare
ésta vida en que camino
entre amores y pesares.
Que se cumplan tras la muerte
los sueños que tu soñaste,
cuando indefenso y pequeño
aun no te nombraba, ¡Madre!

Juan Carlos Dávalos

Dios

Yo escucho a Dios en la callada umbría 
lo veo en el milagro de una hoja,
está en la savia y en mi sangre roja
y en el vino y el pan de cada día.
Él es la estrella que mi paso guía
y las raíces que la acequia moja,
y la tarde que de oro se despoja
y el grillo y violín monotonía.
Tiene manos de tronco retorcido,
sus ojos miran con el sol que quema
y en el viento transmite su mensaje.

Como los hombres lo han escarnecido, 
siendo Dios inventó una estratagema
y se ocultó para siempre en el paisaje.

Arturo León Davalos, Cerrillos, 1959
 

 

 

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