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La cuarentena por la pandemia y la negociación con los acreedores por la deuda externa se extienden hasta la primera semana de junio. La lucha contra el coronavirus, con sus grandezas y miserias, sigue en el centro del debate.
El presidente Alberto Fernández se enoja cuando le preguntan sobre la economía, porque está "preocupado por la salud pública", mientras que los voceros del kirchnerismo duro salen a cuestionar en tono de barricada a quienes advierten sobre los riesgos de un pico inflacionario. No es que defiendan a Fernández ni al ministro Martín Guzmán; tampoco explican cuál es el plan económico del gobierno ni demuestran con datos ciertos que lo que parece un tembladeral es solo apariencia.
Pero la pandemia, un factor político inesperado, tiene sus costos muy pesados en un país donde cada vez se reparte más "dinero en los bolsillos de la gente" y, al mismo tiempo, hay cada vez más pobres. Todos los gobiernos han fracasado en los últimos cuarenta años en la lucha contra la decadencia y todos -sin excepción- se han escudado en la herencia recibida. Pero desde el momento en que se tomó la decisión de paralizar la actividad del país era previsible que todos los problemas se iban a agravar.
En abril la recaudación nacional creció apenas 11,6%, con respecto a un año atrás, con una inflación anual del 48%. En el caso de IVA, el aumento fue de 8,3%.
La parálisis establecida el 19 de marzo hizo que la caída interanual de la actividad económica en ese mes fuera de 11,5%. Para encontrar un dato semejante hay que remontarse al tenebroso marzo de 2002. O a los meses de abril y mayo del 2009, cuando se registraron bajas del 11,9% y 13,7%, respectivamente; fue en medio del tembladeral causado por la crisis de la burbuja inmobiliaria de 2008, el país atravesaba las secuelas del conflicto con el campo por la resolución 125 y había restricciones -mucho más discretas que las actuales- impuestas por la gripe A.
Además, el Fondo Monetario Internacional prevé para este año una caída de 5,7% del PBI para la CEPAL, 6,3% -, muy alta pero aún lejos del 10,9% del 2001/2002.
Los que más sufren
En abril, la canasta básica alimentaria aumentó 3,1% respecto a marzo. Según el Indec, una familia tipo conformada por dos adultos y dos hijos menores de seis y ocho años necesitó $17.897 para no estar por debajo de la línea de indigencia, y $42.594 para no ser considerada pobre.
Decenas de miles de pymes y minipyimes corren peligro de cierre. Si no se vende, las empresas no funcionan. Si no funcionan no recaudan y, en consecuencia, para mantener al personal deben endeudarse, decapitalizarse y cerrar. Es sencillo y previsible.
Para el escenario de desempleo, empleo en negro y subsidio del Estado que vive el país, tras mucho tiempo de andar sin rumbo, la aparición del COVID-19 es dramática. Y dramática en serio.
Unicef Argentina estima que la pobreza en niños, niñas y adolescentes llegará al 58,6% a fin de año, alcanzando a 7,7 millones de ellos.
La pobreza extrema en diciembre de este año llegaría al 16,3%. En términos de volúmenes de población, esto implicaría que, en un año, las personas en esa condición pasarían de 1,8 a 2,1 millones.
La pobreza aumenta cuando las niñas, niños y adolescentes viven en hogares donde el jefe de familia está desocupado (94,4%), con un trabajo informal (83,9%), con bajo clima educativo (92,9%), migrantes internacionales (70,8%) o cuando la cabeza de la familia es una mujer (67,5%).
¿Habría hiperinflación?
Desde el aumento de los precios del petróleo, hace 47 años, en adelante, la economía dependiente de los hidrocarburos entró en zonas de turbulencias. En la Argentina la "crisis de la deuda" de los 80 terminó en hiperinflación (1989); la convertibilidad, en hiperrecesión (2001-2002); el experimento kirchnerista, en cuatro años de cepo cambiario, desempleo y duplicación del gasto público. Ahora, además de la pandemia tenemos miles de empresas al borde del cierre y el gobierno necesita negociar con los acreedores el pago de la deuda (que en los actuales términos es impagable), resolver el déficit fiscal -una herencia que se remonta al día en que el precio de la soja dejó de funcionar como tabla de salvación y frenar al COVID-19.
Hoy la disparada del dólar es un síntoma de desconcierto.
Según el economista Roberto Cachanosky, en un año la base monetaria se expandió el 59% y el déficit fiscal había aumentó en el primer trimestre el 183%.
"Del total de ingresos tributarios de abril la Nación se quedó con $271.175 millones de los $358.659 millones totales recaudados. La diferencia fue a las provincias por coparticipación federal. Así que la Nación tuvo ingresos impositivos por $271.175 millones y el BCRA emitió moneda para asistirlo por $310.000 millones. $80.000 millones corresponden a adelantos transitorios y otros $230.000 millones son utilidades ficticias que el BCRA le transfiere, vía emisión monetaria, al tesoro. En otras palabras, la principal fuente de financiamiento del tesoro hoy es la emisión monetaria".
Jorge Colina, de la consultora Idesa, observa: "Si se tomara el dólar oficial, el PIB per cápita se habría reducido en 10%. Sin embargo, midiendo con el dólar paralelo ($120) la caída en el PIB per cápita es mayor a 50%. La caída del PIB per cápita es desde US$10.000 a algo menos de US$5.000".
Carlos Melconian cree que la inflación podría "coquetear" los tres dígitos en 2021.
"Estamos frente a un fenómeno de emisión relevante. Hasta antes de la pandemia se estimaba emitir $800.000 millones y ahora hablamos de hasta $3 billones", dijo, y consideró como instrumento de absorción de ese excedente de pesos la venta de dólares del Banco Central, ajustar el gasto público o inventar una "coronamoneda", pero destacó que "todavía no hay un programa".
Pero hay una luz al final del túnel: "Se viene un período en el que el agro tendrá una demanda mundial fenomenal".
El difícil equilibrio del presidente
La incertidumbre sobre el rumbo a seguir es un punto crítico.
El presidente Alberto Fernandez, guste o no guste, en sus casi seis meses de gestión (y antes, en sus cinco años de jefe de Gabinete) genera confianza cuando transita por el camino del medio. Es decir, cuando actúa con realismo. Pero la incertidumbre sobre el rumbo a seguir es un punto crítico.
Hoy no hay “relatores de catástrofes” (como Leopoldo Moreau definía a Álvaro Alsogaray poco antes del colapso de 1989); no obstante, sin crédito y con déficit, es evidente que la impresora de billetes funciona a toda velocidad. Y cuando eso ocurre, el fantasma de la hiperinflación parece más amenazante. En medio de las emociones que despierta la emergencia, los extremistas siguen queriendo “ir por todo”. La imagen de Máximo Kirchner impulsando un impuesto a la riqueza muestra una ambición impúdica de poder que hasta parece una burla. Lo mismo, que el procurador del Tesoro, Carlos Zannini, aproveche su cargo y la confusión para presionar a la Justicia en busca de impunidad. O que “se caiga el sistema” en el tribunal que debe juzgar a la vicepresidenta. Alberto Fernández está obligado a hacer equilibrio fino entre sus socios políticos y los problemas profundos del país.
Ese impuesto a la riqueza no resolverá nada importante y profundizará las grietas ideológicas en un momento particularmente delicado por la doble crisis que debe resolver el Presidente. Y no caben muchas dudas de que se lo están imponiendo. En ambas orillas de la grieta saben que las figuras con mayores niveles de rechazo son Cristina Fernández y Mauricio Macri, mientras que la moderación de Alberto y Horacio Rodríguez Larreta les asigna una fuerte dosis de popularidad. Y eso hace tambalear las aspiraciones de los radicalizados. La experiencia política del Presidente le permitió construir una imagen de diálogo y cooperación con Horacio Rodríguez Larreta y Axel Kicillof ante la emergencia de la pandemia. Es probable que esas fotografías produzcan pánico en una dirigencia que parece estancada en los antagonismos de los años 50 o en el proceso prerevolucionario de los años 70.
Muchos políticos de maquillaje progresista hablan de los excluidos, pero construyen su poder desde Puerto Madero.