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27 de Junio,  Salta, Centro, Argentina
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Un Dios sin tapabocas

Viernes, 04 de septiembre de 2020 02:19
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"Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe. La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre. Y la Palabra se hizo carne".

Este texto del Evangelio de Juan presenta a Dios como un ser vivo que atraviesa la historia de la humanidad. Prepara a su pueblo para la gran revelación, y esa explosión de esperanza comienza con la irrupción de Dios en la historia por Jesucristo, Dios y Hombre, Hombre y Dios.

El Dios de todas las religiones del libro no es un Dios mudo. No es un Dios que se aísla, que crea una burbuja impoluta para ser y estar. No construye nichos para estar encerrado, es un Dios comprometido en la vida del hombre, que se mete en ella desde su naturaleza. El Libro o la Biblia representa el esfuerzo del hombre por traducir la palabra de Dios y hacerla llegar a los hombres de su tiempo y de todos los tiempos, a la vez que representa la cercanía de Dios que inspira al autor sagrado, de un Dios que quiere hablar nuestro lenguaje. Toda la Escritura Sagrada o revelada nos habla de esta interacción entre Dios y el hombre en la cotidianeidad, en la vida personal, pero sobre todo en la organización de la vida en comunidad. Dios no está solo, no es bueno que el hombre esté solo. Todos somos piezas fundamentales en la construcción social y comunitaria.

La pandemia ha marcado un tiempo de miedos e inseguridades, donde un minúsculo virus nos ha globalizado en la desesperanza, todos con miedo gritamos un "sálvese quien pueda". Y así, comenzaron a aparecer miles de agoreros de calamidades y castigos apocalípticos, en el sentido peyorativo de éste término. Aparecieron pitonisas, consejeros, solucionadores de todos los problemas, miles de vendedores de productos de limpieza, oportunistas y avivados que lucran con el miedo y la tristeza. Todos caminamos disciplinados por la terminación del documento personal, y uniformados con simpáticos barbijos que intentan ocultar con sonrisas sarcásticas nuestras inseguridades y temores.

En ese clima de miedo, se mezclan el terror a contagiarse del virus o sucumbir a otra enfermedad y el peor de los miedos en el corazón del hombre moderno, que es perder su puesto de trabajo. Y por este último drama se soportan, no pocas veces, injusticias, vejaciones y humillaciones en los ámbitos laborales, sean públicos o privados. Es cierto también, que hay situaciones insostenibles para el sector empresarial, para los pequeños y medianos empresarios, como para los trabajadores. Unos dependen de los otros. Es un engranaje que debe funcionar a la perfección, tal vez no como un reloj suizo, pero debe sostenerse esa interdependencia social, que requiere dos palabras claves: justicia y solidaridad. Justicia para dar lo que corresponde y solidaridad en las ganancias y en las pérdidas.

Los pastores de las diversas iglesias deberían tomar la posta que Dios les dejó en su hijo Jesucristo. La Palabra de Dios no debe caer en el vacío ni puede encerrarse Sus pastores son los depositarios de la Palabra que se hizo carne. Depositarios de la Palabra que es sabiduría, luz y camino, de la Palabra que es justicia y solidaridad, de la Palabra que es valentía, serenidad y esperanza.

La Palabra viva de Dios debe tronar desde todos los púlpitos invitando a la esperanza, denunciando las injusticias, mostrando un camino de fe, que es serenidad y nunca resignación, fortaleza y confianza, nunca jamás, el miedo. Los púlpitos modernos, prensa, radio, televisión, internet, etc., no deben servir para fomentar una religiosidad sin compromiso o una piedad intimista sin los pies en la tierra, deben ser vehículos de esperanza y alegría, de perdón y reconciliación, de llamado a la justicia. Si los pastores callan, no sólo traicionan su misión, sino que dejan al pueblo a merced de los aprovechadores de turno. Si los pastores tienen miedo y se esconden, nunca entendieron el mandato de Jesús antes de elevarse a los cielos "yo estaré con ustedes hasta el fin de los tiempos" (Mateo 28, 20)

Las iglesias tienen el poder de la palabra no sólo porque Dios se lo entregó como legado, sino también, porque en nuestra sociedad y en nuestra cultura, el pueblo le otorgó ese poder para guiarlos y espera el ejercicio de esa misión. La iglesia católica se llama así misma experta en humanidad y lo es. El papa Francisco ha demostrado esa sabiduría heredada de sus antecesores y ha manejado a la iglesia con responsabilidad y una gran coherencia.

Las instituciones religiosas tienen el deber de motivar la esperanza y la fortaleza en la gente de nuestro pueblo. Y el pueblo espera que ellas sean garantes de la justicia en tiempos tan confusos. La ética del Evangelio es esencialmente, la justicia y la verdad. Vienen a mi memoria los primeros mártires cristianos y los modernos profetas de los continentes más pobres que culminaron su vida en el martirio. Vienen a mi memoria el coraje de los sacerdotes, laicos y religiosas durante la peste de 1870 en Buenos Aires. Es tiempo que las iglesias se hagan cargo del momento histórico siendo protagonistas, acompañando a la autoridad civil, pero como profetas de la esperanza y sobre todo de la justicia; como fiscales del pueblo.

En el mes de la Biblia para todo el mundo cristiano, católico y evangélico, dejemos hablar a Dios, al Dios de la vida, al Dios del amor, al Dios de la esperanza, al Dios que venció al mal y a la muerte en la Cruz. No es tiempo de cobardía o tibieza, no es tiempo para poner mordazas a Dios.

 

 

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