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Más allá de las diferencias en las medidas tomadas por los distintos gobiernos, algunas más restrictivas y otras más laxas, vivimos tiempos de aislamiento.
Quizás hoy algunas personas sientan ya superada la cuestión.
Pero lo que es seguro es que no les debe haber sido indiferente aquel primer aislamiento decretado por marzo del año pasado en Argentina.
Todos recordamos eso.
Asistimos a un fenómeno de características tan globales, una pandemia que afectó al mundo todo, sin distinciones geográficas, étnicas, religiosas, o sociales. Entonces a un año del “primer gran aislamiento”, estaremos en condiciones de evaluar algunas consecuencias que tuvo en los sujetos, a la luz del psicoanálisis.
Psicoanálisis, ¿un discurso vigente?
Podemos dar una respuesta sin vueltas: se trata de una práctica eficaz, capaz de producir en el sujeto ecos en su cuerpo que le alivia el malestar. Es más que una práctica de la palabra; las interpretaciones del analista tienen efectos en el cuerpo, cuerpo afectado por circunstancias de la vida de los sujetos, como el ejemplo que examinamos hoy: la pandemia y el confinamiento.
Además es una herramienta que permite analizar la cultura, la civilización, el otro social, desde Freud, quién escribió obras como “El malestar en la cultura” o “Moisés y la religión monoteísta”, que nos ayudan aún hoy a pensar las distintas épocas, hasta Jacques Lacan, psicoanalista francés, quien analizó en profundidad la conformación de la familia moderna en su valioso texto “Los complejos familiares”.
Los síntomas son una especie de paradoja entre lo más singular de un sujeto y, por otro lado, en lo tocante a su lado simbólico, tienen siempre algo de lo social. En ese sentido no hay síntoma que sea anacrónico, todo síntoma nos presenta algo de la época. Punto de juntura entre lo individual y lo colectivo.
¿Qué síntomas hoy?
Podemos afirmar, después de la experiencia de este último año, en el que centenares de analizantes han acudido a las consultas presenciales o virtuales, que el aislamiento produjo cierta intensificación en síntomas que quizás ya se presentaban antes, hay una especie de empeoramiento de malestares: insomnio, depresión, fenómenos psicosomáticos, crisis respiratorias, ausencia de apetito o apetito en exceso, ansiedad, ataques de pánico.
Los niños y jóvenes también padecen de sus propios malestares: encopresis, enuresis, cortes autoinfligidos, angustia, berrinches, crisis de llanto.
Este empeoramiento nos habla del exceso que es constitutivo de los sujetos, pero que actualmente encuentra más dificultades para su regulación. Por esto el cuerpo siempre está implicado de alguna manera en el malestar. No hay padecimiento que no se sienta en el cuerpo.
Sujetos que trabajan horas de más, que no pueden “cortar”, dejar de leer los mails de la empresa a cualquier hora de la noche, o que padecen de inhibiciones o excesos.
El recurso a las pantallas
Otra característica propia de esta pandemia es, sin duda, el uso de los dispositivos electrónicos. Esto merece un análisis aparte.
Clásicamente nos hemos preguntado sobre el límite entre su uso como recurso y su abuso como exceso. Hay organismos internacionales que desaconsejan su uso en niños pequeños, y otros que tratan de regular el consumo por cantidad de horas al día. Más allá de que no puede saberse cuál es la medida justa para cada quién, cabe preguntarse también qué hubiese sido de esta pandemia sin los objetos tecnológicos.
Recuerdo un capítulo de la famosa serie Black Mirror donde un excéntrico millonario dueño de una empresa tecnológica se exilia en medio de la nada, pero tiene cerca siempre un teléfono satelital que lo reconecta con su mundo digital. Las pantallas han jugado un papel decisivo en la pandemia, no sería descabellado pensar que el sujeto de hoy usa estos gadgets como un modo de arreglo con lo que no anda bien en su época.
Así como encontramos los excesos y los empeoramientos, también encontramos sujetos que en su relación con las pantallas encuentran modos de estabilización. Así como encontramos sujetos a los cuales el aislamiento ha conducido a lo peor, hay otros que han logrado estabilizar sus síntomas por estar exentos a la presión que les implica la vida en sociedad.
Esto nos permite pensar que los síntomas, más allá del malestar que comportan, sirven como arreglos. Pequeñas suplencias ante lo insoportable de vivir; cada época encuentra un modo de sobrellevar estos goces en exceso, la nuestra, la de la hipermodernidad, es definitivamente una marcada por el uso de las pantallas, de manera inédita.
Nos queda la tarea de seguir profundizando en la lectura de estas consecuencias, no sin subrayar que la apuesta del psicoanálisis es apuntar a lo más singular que tienen estos síntomas como arreglos singularísimos con el malestar que hay que explorar, para que podamos hacer un mejor uso y no quedar capturados solo por su lado de toxicidad.
* Estudiaremos estos temas en las clases del Seminario Clínico 2021 del CID Salta “Cuerpo. Goce. Síntoma y sus anudamientos”, que se inicia el próximo sábado 27 de marzo a las 9.30 por la plataforma zoom. Informes: infocid [email protected]
** El autor es licenciado especializado en Psicología Clínica. Responsable del CID Salta IOM2 - Prácticas de Psicoanálisis.