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Demodictadura en El Salvador

Miércoles, 31 de marzo de 2021 00:00
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Un "huracán político" sacude a El Salvador, uno de los países más pobres de América Latina y uno de los cinco más violentos del mundo. Nayib Bukele, un excéntrico presidente de 39 años, arrasó con el 66% de los votos en las elecciones legislativas, consiguió una aplastante mayoría en la Cámara de Diputados y consagró el naufragio simultáneo de la izquierda del Frente de Liberación Farabundo Martí (FMLN) y la derecha de la Alianza Republicana Nacionalista (Arena), las dos fuerzas que se habían turnado en el gobierno desde 1992, fecha del acuerdo de paz que puso fin a una sangrienta guerra civil iniciada en 1980.

Tras casi tres décadas de una alternancia bipartidista que no modificó el escenario de desigualdad social y violencia generalizada legado por la guerra civil, Bukele capitalizó el desencanto colectivo con la "clase política". Una encuesta realizada por Latinobarómetro en 2018 indicaba que El Salvador era el país de la región que menos importancia otorgaba al sistema democrático, apreciado por apenas el 28% de la población, mientras que un abrumador 54% se manifestaba indiferente ante la alternativa de vivir en democracia o en dictadura.

Bukele ganó en la primera vuelta las elecciones presidenciales de 2019 con un partido "prestado", porque el suyo, denominado Nuevas Ideas, no llegó a tiempo para inscribirse legalmente. Durante sus dos primeros dos años de mandato, gobernó con minoría en el Congreso, en base a decretos presidenciales y en conflicto con el resto de los poderes del Estado y los medios periodísticos. En estas elecciones parlamentarias, el oficialismo obtuvo 56 bancas en el Parlamento. Nunca en la historia ningún otro partido había cosechado una cantidad semejante de bancas. La cifra máxima había sido alcanzada por ARENA en 1992 cuando obtuvo 39 escaños.

En estas condiciones, Bukele podrá gobernar casi sin restricciones institucionales, lo que agiganta las prevenciones de sus críticos sobre sus tendencias autoritarias y su vocación de eternizarse en el poder.

Un meteorito político

Con esa mayoría parlamentaria, no precisa negociar con la oposición para la designación de un tercio de los magistrados de la Corte Suprema de Justicia, el nombramiento del fiscal de Estado y la integración de los organismos de control. Uno de los mayores temores de sus adversarios es el avance de una propuesta de reforma constitucional que desemboque en la convocatoria de una asamblea constituyente que habilitaría la reelección presidencial, vedada por la constitución vigente.

La trayectoria de Bukele es un paradigma de éxito en una sociedad desmoralizada. Hijo de un inmigrante palestino de religión musulmana, que construyó uno de los imperios económicos más importantes de El Salvador, inició su carrera empresaria a los 18 años en una agencia de publicidad de propiedad de su padre y en poco tiempo se erigió en uno de los publicistas más cotizados del país. El Frente Farabundo Martí, que necesitaba "ablandar" una imagen pública salpicada por la historia de violencia derivada de su pasado guerrillero, lo contrató para comandar sus campañas electorales. Su eficacia en esa tarea le otorgó un posicionamiento privilegiado dentro de esa organización y fue la plataforma de su lanzamiento político.

El primer peldaño de su ascenso político fue en 2012 la conquista de la alcaldía de Nuevo Cusclatán, un municipio acomodado aledaño a la capital, pero su salto a la fama fue en 2015 con su triunfo en las elecciones para la alcaldía de El Salvador. Su gestión, que entre sus logros más relevantes tuvo la iluminación de todo el ejido urbano y la renovación de su centro histórico, estuvo signada por un estilo juvenil que lo llevó a impulsar iniciativas innovadoras, como los cines al aire libre, y a romper con la rígida disciplina del FMLN con sus críticas contra las prácticas corruptas de dirigentes de su propio partido.

Esta conducta provocó que en octubre de 2017 Bukele fuera expulsado del FMLN, cuyo Tribunal de Ética lo culpabilizó por violar los principios del partido y por agresiones verbales y físicas contra una correligionaria, la síndica Xochitl Marchelli, quien le imputó haberla calificado de "maldita traidora" y "bruja" y tras cartón arrojarle una manzana. A través de una transmisión en vivo desde Facebook, el alcalde anunció entonces la fundación del Movimiento Nuevas Ideas, que en pocos meses recogió 200.000 adhesiones y se convirtió en el inicio de su campaña presidencial.

Facebook, impacto y maras

En febrero de 2019, con la consigna de "­Devuelvan lo robado!", Bukele alcanzó el 53% de los votos contra el 32% del candidato de ARENA, Carlos Calleja, y el 14,5% de Hugo Martínez, postulado por el FMLN, que hizo la peor elección de su historia.

Desde el gobierno, Bukele profundizó el viraje ideológico que lo alejó de la filiación izquierdista del FMLN. Con el lema de "las izquierdas y derechas no sirven para nada", porque "son etiquetas que suenan a chino a los millennials e incluso a la generación X", imprimió un giro copernicano a la política exterior de su antecesor, tomó distancia de los regímenes de Cuba, Venezuela y Nicaragua e impulsó un acercamiento con la administración estadounidense de Donald Trump. En esa aproximación jugó un papel protagónico el movimiento evangélico.

El desafío central para la gobernabilidad de El Salvador es la acción de las maras, esas redes criminales que controlan el delito organizado en el territorio y lograron resistir las políticas represivas ensayadas por los sucesivos gobiernos. La estimación oficial es que esas bandas tienen unos 60.000 miembros activos. Surgieron en la década del 80 en las calles de los suburbios de algunas ciudades de California, como una estructura de autodefensa para los miles de inmigrantes ilegales salvadoreños que sufrían el acoso de las minorías mexicanas, centroamericanas y asiáticas ya establecidas en territorio estadounidense. Su presencia en El Salvador fue consecuencia de la repatriación forzosa ocasionada por la masiva deportación de estos jóvenes delincuentes encarada por las autoridades norteamericanas en la década del 90. 

La estructura más poderosa de esa red criminal es la Mara Salvatrucha, que ha sido catalogada como “organización terrorista”. Su lenguaje, su vestimenta y los lazos de solidaridad existentes entre sus integrantes son un atractivo irresistible para miles de jóvenes sin destino. Las fuerzas de seguridad estiman que las maras tienen presencia en más del 90% de los municipios, son responsables del 50% de los homicidios y practican una política sistemática de extorsión a las pequeñas empresas. Su actividad criminal captura anualmente un 5% del producto bruto interno.

Si bien nunca lo admitió oficialmente, Bukele modificó la política de seguridad mediante un complejo y pragmático sistema de acuerdos puntuales con los jefes mafiosos que desde las cárceles dirigen la actividad de sus secuaces. El mejoramiento de sus condiciones de detención y la negativa a los pedidos de extradición de la justicia estadounidense actúan como moneda de canje para inducir a una disminución de los delitos. De hecho, en los últimos tiempos hubo una significativa reducción en el número de homicidios. La opinión pública adjudica a Bukele ese mérito y esa aprobación incrementa la popularidad de su gobierno y los temores de sus adversarios sobre el advenimiento de una “demodictadura”.

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