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27 de Junio,  Salta, Centro, Argentina
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Del populismo a la fraternidad

Miércoles, 28 de abril de 2021 01:37
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El papa Francisco no deja de sorprender al mundo con sus genialidades, desde que asumió la Cátedra de Pedro. "Laudato Si" y "Fratelli Tutti" son sus obras icónicas.

Como cardenal estaba subvaluado hacia dentro de la Iglesia, y en la Iglesia local argentina se le veía como un hombre camino a cuarteles de invierno. Cómo no olvidar los comentarios de sectores católicos cuando en el año 2011 invité a los autores del libro El Jesuita, Sergio Rubín y Florencia Ambrogetti a presentar su obra en Pro-Cultura Salta, la expresión más suave fue, "¿A quién le puede interesar la biografía de un cardenal porteño a punto de jubilarse?".

A dos años de esa presentación, la euforia de los argentinos ante el anuncio del cardenal Tauran del Habemus Papam, pasamos a las lágrimas, de las lágrimas a la sospecha, y de la sospecha a la desconfianza, y de allí a la crítica y en no pocos casos, al insulto. Fue acusado de populista, anti liberal y hasta de comunista.

Sin embargo, ubicó su discurso social por encima de los extremos del populismo y del individualismo en coherencia con la Doctrina Social de la Iglesia, siguiendo la tradición de los padres apostólicos en los primeros siglos de la misma.

Ambos extremos tienen puntos en común, el hombre y la tierra dejan de ser el centro de la existencia humana. El populismo se sirve del pobre bajo el lema, "todo para el pueblo, nada con el pueblo" en un vergonzante paternalismo político.

En la visión populista, dirá Francisco, el pueblo no es protagonista de su destino, se convierte en deudor de la una ideología. El populismo es la antesala de los gobiernos dictatoriales sean de derecha o de izquierda. Y la respuesta al populismo no es el individualismo; es la fraternidad.

La pandemia ha desnudado realidades que no queríamos ver, convirtiéndose en un gran desafío para el cristiano y para toda persona de buena voluntad. El individualismo de origen capitalista ha organizado un mundo donde sólo pueden salvarse los países ricos y las sociedades opulentas.

La cuarentena impuesta en casi todo el mundo, como método para controlar la pandemia, terminó uniformándonos y enfrentándonos por un par de vacunas, sumiendo a toda la sociedad, especialmente los sectores productores de trabajo y riqueza en sectores paralizados por el miedo y el control coercitivo estatal.

El hombre encerrado se fue haciendo progresivamente, más individualista, quizá como nunca antes, con un individualismo despiadado y sin compasión. Sólo el que triunfa ocupa un lugar en esta sociedad, pero el fracasado será olvidado, abandonado y arrinconado. No hay lugar para la compasión en esta sociedad satisfecha y hastiada, y hoy temerosamente insegura frente a los nuevos monstruos invisibles. El populismo y el individualismo, los gobiernos populistas y la economía del mercado sin control, van dejando en el sendero de la vida un rastro de innumerables muertos.

El papa Francisco alentó a los participantes de un foro internacional sobre "una política arraigada en el pueblo" a trabajar para implementar una política de la fraternidad. Una política no sólo para el pueblo, sino con el pueblo, enraizada en las comunidades y en sus valores. El pueblo no puede perder la dignidad de actuar, de ser protagonista de su historia y su destino, y de expresar sus saberes y su cultura, que incluye valores espirituales.

Los cristianos deben trabajar en las periferias, desde allí el mundo se ve diferente y se entiende el centro. La iglesia no puede convertirse en una élite intelectual o moral, como una nueva forma de pelagianismo. En política los laicos deben promover el bien común, nunca desentenderse de los pobres. Eso sería despreciar su cultura, sus valores espirituales y religiosos. Sería el comienzo del abuso de poder.

Francisco afirma de manera contundente que la verdadera respuesta al auge del populismo es la fraternidad, una auténtica política de fraternidad.

Hacia dentro de la Iglesia insistirá que los pastores, sean obispos o sacerdotes, religiosos y religiosas, deberán caminar con el pueblo, delante de él para guiarlos, juntos a ellos para sentir con el pueblo y detrás de ellos, para dejar que hagan su propio camino, acompañando a los rezagados. Esto implica un giro muy grande en las líneas pastorales de las iglesias locales, comprometerse con el pueblo desde una instancia de servicio, no desde el poder constituido.

Asistimos a un cambio de época que la pandemia aceleró mostrando los rostros más crudos el egoísmo humano, y a la vez, el sentido solidario de vastos sectores del mundo, como un valor arraigado en lo profundo del corazón. Es necesario, en esta encrucijada, pararse, detenerse, revisar nuestra vida en un clima de paciencia y humor, para realizar una elección en el camino, superar la globalización de la indiferencia, la hiperinflación del individuo y aprender a contar con los demás. Es necesario tomar decisiones y seguir, elegir y pasar a la acción. Tomar conciencia de pertenencia a un pueblo, no crear élites, sean intelectuales, religiosas, morales, económicas, políticas o culturales.

Ser Pueblo es sentirse y saberse parte de un todo, la unidad en la diversidad, sin exclusiones ni descalificaciones. Es un arte que a los cristianos no debería costarnos nada si miramos a Cristo, y a los hombres y mujeres de buena voluntad, tampoco, porque al fin y al cabo, humanos somos. Será necesario revitalizar la esperanza de un mundo mejor, donde la dignidad humana sea valorada por mediaciones concretas, y todos los hombres puedan tener tierra, techo y trabajo.

Más allá de las discusiones de su autoría, concluyo con un poema que se hizo viral durante la pandemia, "Cuando la tormenta pase, y se amansen los caminos y seamos sobrevivientes de un naufragio colectivo... Con el corazón lloroso y el destino bendecido nos sentiremos dichosos tan sólo por estar vivos".

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