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Con más de 90.000 muertos por COVID y una curva de defunciones diarias que crece impiadosamente, queda claro que el problema sanitario es el más urgente de nuestro país, cuya estructura hospitalaria y preventiva se ha visto desbordada por una gestión ineficiente de la pandemia.
La cifra de 2.000 muertos por millón de habitantes coloca al país entre los peores del mundo.
La otra debacle es económica: el cierre compulsivo de la actividad produjo en 2020 una caída del PBI de más del 9% en un país que viene en bancarrota desde 2001, con oleadas esporádicas de optimismo en el medio. Y en esto, la mentira tiene patas cortas: mientras que el oficialismo se ufana de que recuperará este año el 7%, y el FMI le advierte que llegaría al 5%, (en ambos casos, un rebote), el ministro Matías Kulfas dijo a este diario que la industria ya está 5% por encima del último año de Mauricio Macri. Pero la depresión es más fuerte que las palabras.
El presidente Fernández ayer celebró un aumento del 40% para los bancarios, que se rediscutirá en unos meses y con compensaciones adicionales con un piso de cien mil pesos. Y el aumento de los camioneros, similar. Los gremios amigos ya anticipan cuál es la tendencia de la inflación. Para esta crisis, emitir sin límite, subsidiar limosnas y postergar el pago de deudas (contraídas por Macri y por Kicillof y por un déficit endémico) son cuidados paliativos.
Este es el marco preocupante en un país donde crece la pobreza y declina la educación pública.
Hoy aumenta la preocupación por la falta de segundas dosis de la vacuna Sputnik. Rusia no las entrega porque privilegia la vacunación de sus ciudadanos, que son el triple que los argentinos. Ayer el presidente dijo que "ahora me piden la segunda dosis del veneno". Por lo pronto, un comentario muy poco serio. Como no fue serio el discurso de estudiantina utilizado por Santiago Cafiero cuando los senadores le preguntaron por qué no había vacunas de Pfizer en el país. Cuando no hay respuesta, se contesta con divagues.
Cuando Vladimir Putin anunció su vacuna, no habló del prestigioso laboratorio Gamaleya, ni de genios rusos como Fedor Dostoievsky o León de Tolstoi. Le puso el nombre de la nave espacial con la que la Unión Soviética, hace sesenta años, desafió a los EEUU. Una decisión geopolítica. Los bloopers del presidente en torno de esta vacuna, cuando informó mal sobre la cantidad de dosis que Rusia podía enviar, un tema que debieron haber verificado las enviadas Carla Vizzotti (ahora ministra) y Cecilia Nicolini en su prolongada estadía en ese país.
Tampoco ayudó a generar confianza la "militancia prorrusa" del gobierno de la provincia de Buenos Aires, las desprolijidades iniciales y hasta el absurdo de que uno de los principales funcionarios nacionales, Carlos Zannini, se hiciera pasar por enfermero para "colarse".
No es la oposición, sino la ciudadanía la que requiere la segunda dosis (y muchísimos, la primera) y, sobre todo, seriedad oficial. La Argentina, por su situación real y sin desvaríos ideológicos, necesitaba comprar todas las vacunas que fuera posible, autorizadas por la OMS y la Anmat, fueran de origen estadounidense, chino o ruso. Hacer negocios geopolíticos con la vacuna, como ocurrió, equivale a una nueva forma de sometimiento del país y de su gente. Una sumisión colonial.
Salud
Las sobreactuaciones de Cafiero, musicalizadas por Ignacio Copani, no son más que indicios de lo inconfesable.
La única condición para el ingreso de una vacuna debe ser su calidad probada. No se trata de un mejunje de los que promocionaba Jair Bolsonaro, o de un tratamiento enigmático como el que se busca ahora en Cuba. Se trata de la salud de los argentinos.
El gobierno encabezado por Alberto Fernández no asumió la pandemia como lo que es: un problema de Salud Pública. Por eso la politizó. El coronavirus no produce una "gripecita", como dijo Macri hace unos días: una apreciación inexplicable en quien ha ejercido la primera magistratura. Un virus nuevo, mutante y vertiginoso que llegó y fue imparable, a pesar de que el entonces ministro -ahora de turismo en España- Ginés González García decía que no entraría al país.
No es la oposición: es la gente la que reclama; no es veneno, sino la segunda dosis, que no es un refuerzo, sino un complemento necesario de la primera. Y es la misma gente la que espera respuestas propias de los funcionarios de Estado, con responsabilidades cívicas, que deben transmitir confianza, seguridad y soluciones, y que no lo están haciendo.
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