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Volvemos a entrar en un período marcado por el ritmo de las campañas políticas provinciales y nacionales.
Los próximos seis meses serán de repartija entre los temas internos de personajes políticos y la disonancia con el correlato de la realidad. En otras palabras, accedemos al espectáculo de grandes obras creativas de publicidad política casi siempre vacía.
El segundo semestre logrará que las charlas de café giren en torno a la última disputa o rumor entre celebridades mientras lo urgente descansa para días futuros.
Con un Gobierno nacional cansado y visiblemente desorganizado, la campaña electoral puede reunir dos objetivos en uno: relanzar el imaginario de que una coalición puede gobernar bien, y como segundo, lograr que un triunfo dé el puntapié para concentrar y airear el poder presidencial.
En la provincia, un triunfo local se traduciría en la consolidación de un ejecutivo nuevo y en la materialización de una promesa de campaña: la reforma de la Constitución Provincial. Ahora bien, para llegar a los objetivos electoralistas y que estos se traduzcan en gobernabilidad y fuerza política, se necesita poder marcar un rumbo claro a fuerza de las grandes ideas, que hoy no abundan.
La seducción de la idea
Las grandes ideas en campaña -y todavía más importantes en gestión- son corolarios necesarios para estimular la oferta política en elecciones, y funcionan, a su vez, como objetivo claro del apetito de gestión.
Tomando referencia en la región y el mundo, la política comparada estudia, y demuestra, que las chances de triunfo electoral tienen una base en la capacidad de movilización de la imaginación de lo posible, y que su realización es sinónimo de triunfo consecutivo.
Un ejemplo: el Brexit.
Sucesivos gobiernos conservadores prometieron un referéndum para dirimir el futuro del Reino Unido en la Unión Europea por décadas y décadas, pero no fue hasta que en 2015, cuando ese compromiso fue base de campaña que David Cameron -primer ministro desde 2010- se cumplió la promesa a escasas semanas del triunfo, llamando justamente a votar por "remain" o "leave" (permanecer o salir) del club europeo.
En todos los análisis el Brexit fue un error, pero no en lo meramente político partidario donde la capacidad de abstraer el debate a una gran idea o propuesta fue suficiente para un triunfo abultado -con mayoría propia- de los conservadores.
Entonces la segunda premisa: si la gran idea se cumple, el triunfo es consecutivo.
Efectivamente, aún con todos los expertos en contra, y las elites amenazando judicializar el resultado del referéndum, desde ese 2010 que el partido conservador gobierna en el Reino Unido. La promesa cumplida en realidad es garantía de lo más básico: la confianza en la palabra política.
Pero aún más, el ejemplo del Brexit también devela que por más mala que sea una idea, ante la escasa abundancia de buenas ideas, aquello que describa un futuro en términos reales tiene crédito en la masa más importante del electorado: los indecisos. En otras palabras, ante la duda, los que buscan en la oferta política un rumbo claro, tienden a, por lo menos, considerarla.
Las carencias de estos días
En este punto recae la debilidad de las dos grandes coaliciones nacionales en cara a las PASO y las generales: carecen de una propuesta de rumbo. La gran idea de "Reconstrucción Argentina" o "Hambre Cero", funcionan a la perfección como eslóganes proselitistas y mucho menos como encuadres de rumbos posibles a los problemas del país.
La pasada administración de Cambiemos, bajo el mando del expresidente Mauricio Macri logró traducir en votos un deseo de alternancia con una impronta diferente en el estilo y objetivo político. La realidad demuestra que no solamente esa impronta no alcanzó capitalizar la confianza sino también la gestión tampoco logró implementar los aires de cambio pregonados.
Hoy, la continuación de esa conformación política tiene ahora el doble desafío sumamente difícil: recrear una confianza perdida y aprender de los errores de su gobierno. Por el momento, ambas cuestiones parecen no ser prioridad en el armado nacional. Lo que sí es prioridad es la hiperpersonalización de la política argentina (¿o AMBA - centrista?) que prefiere el debate entre celebridades que la búsqueda de las grandes ideas.
Difícilmente quienes transitan por la franja de indecisos -que son los que definen las elecciones- se vean representados en fotos de dirigentes con poco para mostrar.
En la otra vereda -la de la coalición del Frente de Todos- las variables de análisis recrudecen.
Los oficialismos -los gobiernos- tienen la responsabilidad de mostrar resultados en base a sus proclamas electorales. Es justo esperar resultados de un gobierno democráticamente elegido. También, es justo afianzar lo que uno elige cuando la oportunidad se presenta cada 2 años. Hoy, la capacidad del Gobierno para capitalizar la gestión para entonar una gran idea que seduzca al electorado parece disiparse cada día más. Aunque finalmente pueda mostrar como logros el acuerdo con los acreedores privados, el manejo (por lo menos parcial) de la pandemia, y el programa de vacunación (mientras no se ralentice) parecería que esto no va a ser suficiente.
El gran eslogan de Reconstrucción Argentina funciona como manual de lo inverso: ¿no sería entonces que estamos en eternas reconstrucciones?
El gran desafío es demostrar que hay un rumbo con propuestas a la altura de la gobernabilidad que reclama el presidente.
Lo necesario en este contexto es priorizar el orden interno de la coalición, demostrar cuales son los pilares de una reconstrucción que ya no es solamente económica sino pospandémica, y -como factor imprescindible- mostrar un plan de gobierno, por lo menos de los dos años que quedan. Aunque el presidente descree de planes u objetivos duros, sus llamadas prioridades todavía no impactan en la calidad de vida.
Sí, hay que reconocer que una pandemia es un factor externo de shock que nadie tenía en los planes, pero no es excusa 18 meses después del fatídico episodio en Wuhan. Por ello, la búsqueda de las grandes ideas. Dentro de su plano ideológico y político, cada actor podrá elegir que propone.
La desesperación llega cuando la mejor propuesta es quien grita más fuerte en un estudio de televisión.
Dignificar la política
En el plano provincial, el oficialismo cuenta con dos grandes ventajas. La primera es que históricamente -y acentuado en pandemia- los oficialismos subnacionales tienden a obtener triunfos de medio término en elecciones legislativas.
En particular esto pasa por dos factores: la unificación de voluntades detrás del gran empleador del sector público y la iniciativa de la gestión, la cual una oposición subnacional difícilmente puede contrarrestar.
La segunda ventaja con que cuenta el oficialismo provincial es que su gran idea de campaña en la última elección -la reforma de la Constitución- se convierte en realidad.
En otras columnas escribí sobre la oportunidad histórica de dotar a Salta con un marco regulatorio constitucional digno de este siglo. Creo que esa oportunidad se pierde con la reforma parcial; pero aún así, y con reparos, no se puede descartar el shock de confianza de realizar lo prometido.
Quizás, si los proponentes de la reforma tienen capacidad de crítica, todavía estén a tiempo para incorporar sugerencias para modernizar a Salta.
Dentro de este contexto, el desafío para los miles de candidatos para las próximas elecciones en Salta es justamente volcar su capacidad a una oferta política de grandes ideas, con planes, con rumbos, con claridad de lo que representa su candidatura.
Lo más desaconsejable es pretender tener el honor de representar al pueblo sin saber ni siquiera para qué.
Estamos a tiempo. Las democracias avanzadas en el mundo también han pasado por momentos de crecimiento, de chatura, de crisis, de épica y evolución. Lo que se pretende es mejorar la calidad y profesionalizar a la política dignificándola como lo que es: la herramienta para que el pueblo decida sus rumbos.
No hay rumbo sin grandes ideas, las que inspiran, las que enarbolan grandeza (sobre todo cuando se cumplen).
Todavía estamos a tiempo.
* Magister en Políticas Públicas Codirector Droit Consultores