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Ignatius Reilly es un ser inadaptado y anacrónico que sueña con que la moral y el modo de vida medieval reinen de nuevo en el mundo.
Para ello, y con la intención de ser escuchado por el mundo del cual él se siente un incomprendido, escribe cientos de cuadernos en los que plasma esa visión tan extraña y particular de las cosas.
A medida que llena estos cuadernos los va dejando tirados por su habitación; un espacio ruinoso en el sótano de la casa de su madre desde donde sueña poder -algún día- ordenarlos y construir una obra maestra. El legado de un genio. Su regalo a ese mundo que no lo acompaña ni lo comprende.
Parte de ese manifiesto delirante y obsesivo corresponde también a una innumerable cantidad de cartas que intercambia -en una muy tensa relación de amor y de odio- con una mujer: Myrna Minkoff. Mirna tiene una visión del mundo por completo distinta a la de Ignatius pero, de una manera muy extraña, su mirada -también anacrónica, sofista y delirante- es complementaria a la de Ignatius.
Ignatius Reilly es el personaje principal de "La conjura de los necios", la única novela de John Kennedy Toole, un autor prácticamente desconocido que se suicidó por los reiterados rechazos que sufrían sus escritos y cuya obra se publicó de manera póstuma.
Alberto Fernández es nuestro Ignatius Reilly reeditado.
Los discursos de Ignatius
Alberto Fernández no escribe cartas, pero, en su lugar, hilvana discursos llenos de falsedades fácticas e ideológicas. Alocuciones saturadas de sueños altisonantes, anacrónicos e irrealizables; afirmaciones y expresiones grandilocuentes que carecen de sustento, atiborrados de lugares comunes, necedades, mentiras y contradicciones; todo enlazado entre bravuconadas y falsas dicotomías que, para nuestra desgracia, ya hemos naturalizado por completo.
Así un día, en un alarde pueril, imagina a Argentina como epicentro de una revolución antiglobalizadora, anticapitalista y antiliberal; todo desde un país que ignora la diáspora a la que esta sometiendo a la juventud, al capital, al trabajo y a todo aquel que prefiera y pueda irse.
Desde un país que fue descastado a la categoría de "Stand Alone" por las calificadoras de riesgo globales. Alberto es un Ignatius que quiere liderar una revolución global desde el sótano de la casa de la madre donde vive y donde apenas se mantiene.
Un presidente que alguna vez dijo "A los idiotas les digo lo mismo que vengo diciendo desde hace mucho tiempo: la Argentina de los vivos que se zarpan y pasan sobre los bobos se terminó". Fue el 25 de marzo de 2020 cuando buscaba, por todos los medios, echar la culpa de su propia falta de gestión y de pericia a "los runners", al famoso "surfer", y a "los vivos" que no cumplían con el aislamiento.
El mundo inauguraba ya entonces el uso de la palabra "covidiotas", término hoy aceptado por la Real Academia Española y que define a toda "persona que se niega a cumplir las normas sanitarias dictadas para evitar el contagio de la COVID".
El mundo K se enamoraba y abrazaba el término con un apasionado amor adolescente.
Hoy nos venimos a enterar que, mientras el país se clausuraba; mientras quedaban prohibidos los encuentros familiares incluso en nuestros propios domicilios; mientras los colegios y universidades se cerraban y se inauguraba la famosa enseñanza virtual que generaría una brecha educativa y social insalvable; mientras no podíamos velar a nuestros deudos; mientras los bares, restaurantes, peluquerías y comercios bajaban las persianas; para esa misma época, en la quinta de Olivos entraban el coiffeur de la primera dama, el entrenador de Dylan, distintas personas cuya presencia es inexplicable y bochornosa y que registran más ingresos a la quinta presidencial que los propios ministros del gobierno.
En esas mismas fechas y en horarios claramente no laborales, se festejaron el cumpleaños de Alberto Fernández y el de su pareja.
El escándalo alcanza su máxima intensidad, hasta ahora, con el discurso del viernes, en Olavarría y el desplazamiento - pretendido - de la responsabilidad de Estado a la organizadora de la fiesta, su mujer.
La lección de César
Parece que a nuestro Ignatius Reilly vernáculo no le enseñaron la máxima que le dijera Julio César a Pompeya, su mujer, antes de divorciarse de ella: "la mujer de César no sólo debe ser casta y pura; sino que, además, debe parecerlo".
Elemental: "La mujer de César debe estar por encima de toda sospecha". También debería estarlo nuestro Ignatius local; el que no se da cuenta que se deja a sí mismo despojado de toda autoridad moral cuando decreta a la población hacer algo que él mismo no está dispuesto a cumplir.
"Haz lo que yo digo, pero no lo que yo hago".
Fernández no es ni casto ni puro. Tampoco lo parece. Jamás estuvo ni está por encima de cualquier sospecha. Deberíamos divorciarnos de él como si se tratara de Pompeya. Pero no somos César. Y tampoco podemos divorciarnos del presidente.
También estaban las cartas a Myrna. No consta que existan cartas entre Alberto Fernández y la vicepresidente de la Nación, pero, sin duda, sí hay un extenso registro de diálogos, reprimendas tanto en público como en privado, reproches cruzados y esa interna feroz que refleja una tensa relación de odio donde, si alguna vez hubo amor, pareciera que ya no queda nada.
Una Myrna extemporánea que proclama que hay que reformular el sistema porque fue concebido hace ya demasiados siglos.
Que también se imagina la reformadora del sistema global. Solo que quizás la reformulación que plantea esta Myrna sea distinta a la que quizás imagina este Ignatius, aunque, por desgracia, se complementan cuando no le queda otra alternativa más que la obediencia y la sumisión.
La eterna doble moral
“Acá estamos hablando de la salud de la gente, no voy a permitir que hagan lo que quieran” declamaría Fernández mientras él mismo hizo lo que quiso. Mientras él, su entorno, sus acólitos y sus financiadores siguen haciendo lo que les viene en gana mientras una buena cantidad de la prensa silente, cómplice y aquiescente calla o peor, defiende. Encuentra argumentos inverosímiles para defender lo indefendible. Para seguir avalando que la casta del poder pueda hacer lo que quiera cuando quiera, como quiera y con quién quiera.
Ese día completó su discurso diciendo: “Si lo entienden por las buenas, me encanta, pero si no, me dieron el poder para que lo entiendan por las malas. Y en la democracia entenderlo por las malas, es que terminen frente a un juez para que expliquen lo que hicieron”.
Ya es hora que este Ignatius moderno termine de una vez frente a un juez para que explique lo que ha hecho. Y lo que no ha hecho.
Y así, llegamos hasta un último discurso; ese donde re - re - re - inaugura el plan Ahora 12 y anuncia -como un éxito insuperable de su gestión- el que se pueda comprar ropa y calzado hasta en 30 cuotas; una muestra más de nuestra insoslayable pauperización económica e intelectual.
Es algo bueno que gente con carencias económicas puedan acceder a bienes en cuotas pero eso no es un éxito de la gestión; es todo caso es una explicitación de la pobreza extrema en la que nos siguen sumergiendo cuando, ese calzado o esa ropa, luego de 30 meses, va a quedar descartado o roto pero aún se seguirá pagando.
Esto se suma a otra falsedad ideológica: la que presenta como un beneficio el financiar comida en 12 cuotas.
Otro discurso donde se sigue esbozando la idea perversa y falsa que asegura que la Argentina sale adelante consumiendo.
¡Es como asegurar que vamos a engordar comiéndonos partes de nuestro propio cuerpo!
Solo se puede salir adelante produciendo, exportando e invirtiendo. Dejando que el consumo sea consecuencia del crecimiento.
Quizás ya es hora de que estos falsos profetas económicos entiendan, de una vez, que no se puede repartir lo que no se tiene y que la única forma de crecer es produciendo más; no consumiendo.
La conjura de los necios
Sepamos que en esta renovada “Conjura de los necios” entramos todos: Ignatius; Myrna; el limitado jefe de gabinete nieto de una tradicional familia expoliadora serial del Estado; todos sus funcionarios disfuncionales que no funcionan; el sindicalismo; el empresariado cómplice; el poder legislativo; el poder judicial; la prensa; la sociedad. Todos.
Un todos que abarca también a la oposición. Al “neurocoso” que parece más un Caballo de Troya del kirchnerismo inserto en el medio de la campaña opositora con granadas en su vientre esperando a que estallen y despedace a todos; una ex gobernadora que salta a la ciudad en un papelón memorial; un dirigente de fútbol amateur de la rosca política que salta a la provincia a enfrentar al neurocoso; la fiscal moral de la República; un expresidente al que se le diluye el poder y un peronista devenido intendente que aspira a ser presidente.
Una UCR lastimosa y patética y un peronismo inmoral y decadente. Todos.
Según la definición de la RAE, existen los covidiotas reales: esos que hacen fiestas clandestinas. Y también existen estos otros covidiotas: los que danzan sobre la Balsa de la Medusa -peleando por cargos y puestos electivos- mientras el país es devastado por casi 110.000 muertes y cuando solo tenemos a menos del 20% de la población vacunada con esquema completo; un 45% de pobreza; solo 7 millones de personas con algún tipo de empleo formal o declarado sobre un total de 45 millones de personas; 70% de chicos pobres -todo nuestro futuro- y sobre los cuales, por ejemplo, Toyota
Argentina denunció que no pudo cubrir 200 puestos de trabajo con gente con secundario completo mientras hizo saber que a los postulantes “se les hizo difícil hasta leer un diario”.
“La conjura de los necios” nos abarca a todos por igual.
Todos parecemos personajes salidos de los cuadernos de ese Ignatius original escrito por John Kennedy Toole antes de suicidarse.