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Recorriendo la ciudad de norte a sur y en una fugaz mirada a sus cerros vemos al Valle de Lerma teñido en su arboleda con colores blancos, amarillos y rosados. Sus lapachos han florecido con el calor del veranito de San Juan y las irrupciones bruscas del viento Toro. Las flores marcan el final del benévolo invierno y la cercanía de la primavera. Para los salteños, en el decir poético de don Roberto Casas, gran difusor de las fiestas patronales, "el aroma a los azares y los rosados intensos en los lapachos señalan el inicio de las grandes fiestas de Salta, del Señor y la Virgen del Milagro".
La pandemia de COVID-19 y la cuarentena impuesta por el COE Salta, entre septiembre y octubre del 2020 dejaron en la conciencia de la religiosidad popular salteña una sensación de culpa y no pocos temores. Aun así, se honró a las históricas imágenes, a las que se les atribuye el cese de los terremotos en 1692 en la ciudad de Esteco, uno de los mayores sismos de los que se tienen conciencia, aunque no datos científicos de su magnitud. También se atribuyen a los santos patronos la intercesión para el cese de los movimientos telúricos de 1844, 1887 y 1930, este último que obligó al traslado del pueblo de La Poma y provocó la caída de varias construcciones en el Valle de Lerma, entre ellas la nave y campanario del templo del Señor del Sumalao. Otros importantes fueron los de 1948 en Metán, febrero del 2010, con epicentro histórico en el mismo Valle de Lerma y una onda guiada que destruyó todo a su paso por la Quebrada del Toro, y el último en el 2015 en la localidad de El Galpón, ocasionando la muerte de una docente y la caída del templo de San Francisco Solano.
La culpa religiosa en general no tiene sosiego hasta que se cumple con lo prometido, y esta vez en la conciencia religiosa se grabó a fuego la necesidad de renovar el Pacto de Fidelidad con las imágenes sagradas del Señor y la Virgen del Milagro, "Nosotros somos tuyos, Tú eres nuestro". El Pacto marcó el fin de los llamados castigos divinos por no ser fieles, en un pueblo nacido para el comercio y con una vida cotidiana de lujos y placeres de una sociedad materialista. En sus rezos se habla de culpa, castigos y arrepentimiento en un lenguaje veterotestamentario, para hacer un camino pascual, llegando al reconocimiento de la paternidad de Dios.
Dentro de la globalización a la que nos sometió el virus SARS-CoV-2, también alteró nuestros hábitos religiosos que pasaron de la desesperación, buscando refugio en lo trascendental, a la indiferencia religiosa, poniendo la esperanza solo en las vacunas salvadoras. Se mezcló mucho y de todo. Desde la magia que se confundía con fe, al uso político de las vacunas, mientras los antivacunas usaban hasta los argumentos religiosos y no pocos de ellos anunciaban un inminente apocalipsis. Lo cierto es que la fe no es magia, y la fe cristiana y otras religiones del libro sin fanatismo nos animaban a confiar en la ciencia y respetar las normas de las autoridades, que algo entendían de prevención y de salud pública.
Milagro sí, Milagro no; procesión sí o no ¿?, a medida que florecían los lapachos y las flores de los naranjos comenzaban a destilar su aroma, salió al cruce el arzobispo Mario Cargnello con una carta pastoral dirigida a todos los representantes de la Iglesia salteña, laicos, religiosas y sacerdotes, mostrando un plan del Milagro en Pandemia, trazado por su clero catedralicio y los laicos que cooperan estrechamente en el área. El documento de seis puntos se inicia desalentando las peregrinaciones desde las ciudades y pueblos del interior, que emprendían una larga caminata hacia el santuario. Dadas las condiciones aún precarias de prevención en salud pública en nuestra provincia, se recomienda no realizar estas peregrinaciones, que en el largo historial del Milagro desde 1692, apenas tienen 30 años de historia. No el caminar hacia los santuarios, sino el modo de organización en los últimos tiempos.
Los dos ejes de la carta son la solidaridad entre el pueblo y la necesidad de vacunarse. En el primero, lo fundamenta con la real situación del pueblo de la provincia, dirá el arzobispo, "la Iglesia vive en sus entrañas los nuevos desafíos creados por la pandemia; aumento de la pobreza, acrecentamiento de la soledad, sufrimientos físicos y espirituales... la iglesia quiere ser animadora y artífice de la caridad". Un modo concreto de vivir la fe y honrar al Señor y la Virgen del Milagro son y serán los gestos de caridad con el prójimo, con el cercano, con el hermano que necesita más, entregando, compartiendo desde la propia pobreza. No es una perogrullada, es una necesidad real. Aquí la carta del arzobispo se ubica en línea directa con la pastoral del papa Francisco, una fe no se vive colgada de las nubes, se vive en tiempo real con personas reales, sin agachadas ni hipocresía. El camino al Cielo, al encuentro con Dios, se construye en el día a día en el amor transformado en solidaridad. El sacrificio y las horas de oración adquieren sentido en el trato con el hermano, según el evangelio de Cristo. Fe y religión no siempre son sinónimos.
Y dentro de ese amor a sí mismo y al prójimo, la carta invita a todos los fieles y hombres de buena voluntad a vacunarse contra la COVID-19, citando al papa Francisco, que ha manifestado en varias ocasiones que vacunarse contra el virus en un verdadero acto de amor, que no solo nos protege a nosotros, sino también a los más vulnerables de la sociedad. Todo lo demás son formas prácticas de realizar los cultos que son dinámicos y que han ido variando de modos y lugares a lo largo de la historia.
En una sociedad tan mediática y con poca responsabilidad social, el arzobispo apela a la conciencia social de los fieles, pero hace falta un gran trabajo de formación de esa responsabilidad, y es allí donde los actores sociales de los medios de comunicación masiva, algunos electos para cargos políticos, deberían iniciar una rápida y contundente campaña de formación de la conciencia fraterna de responsabilidad frente al hermano. Tarea pendiente si queremos que el Milagro 2021 sea una auténtica fiesta.