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"Escribí poemas que son prosas, ensayos que no creen en nada, biografías apócrifas, y hasta dos engendros de novelas que proliferan hacia adentro como una fuga musical. El cambio de estilo es un rasgo de la obsesión (…) Por supuesto, no hice más que girar en torno a un único paisaje. Este libro es la prueba. Ahora mismo está abrazando a un cuerpo que no ve". (María Negroni, "El Corazón del daño")
Ya sé que seré tema de terapia. Ineludiblemente lo seré. No hay escapatoria. Haga lo que haga, como lo haga. Con esfuerzo, fácil, como me salga, dejando resolver o tratando de controlar cada detalle. Presente o ausente. Callada o ruidosa. Más calma, más nerviosa. Hablarás de mí en un diván, con un chamán, en terapias formales o alternativas. ¿Serán las de hoy? ¿Vendrán nuevas?
El tema es tan antiguo y reiterativo; se nota que fundante.
Cuando estuve en el lugar que vas a estar, puse el tema -que a vos también te va a convocar- sobre la mesa ratona de la terapeuta. Ella me dijo, en mi caso, que hablaba de mis miedos, no de los de ella, a quien yo le reclamaba un estilo de vida y unas posibilidades que se había negado. ¿Se lo había negado por mí? La terapeuta dijo algo así como que yo estaba hablando de las frustraciones que no quería para mi vida y para la tuya cuando hablaras de mí.
Había entonces una vaga posibilidad de tu existencia y desde esa vaga posibilidad yo temía que me cuestiones, que tuvieras dudas de mí, que me atropellaras con discursos del mismo tenor que yo planteaba esas noches de lunes de terapia, cuando regresaba a casa, para cenar sola.
Sin embargo, no pude desarrollar en mi eso que hacía ruido desde hacía tantos años hasta que estuviste aquí. Tu presencia y la inminencia del lenguaje hizo mover el mazo, dándome la oportunidad de ¿"entender"? mi ascendencia, de volver atrás, de abrazar las excusas, los problemas, las rabietas, las formas, los dolores, las risas, el tiempo que una persona había dedicado, a su manera, sin libreto, sin terapia, a mi vida. ¿Querés venir un ratito desde el futuro? ¿Querés abrazarme y decirme que no lo hice tan mal? ¿Querés que vaya yo? ¿Querés darme un abrazo mientras leo con mi gata en la falda, porque volveré a tener gata, para recordarme la independencia, para mantener calientes las piernas y para ocuparme con entera libertad de alguien?
Podés venir en sueños, como antes de venir. Cuando te vi con más de veinte años en tu departamento moderno, en un piso alto de una ciudad cosmopolita. Era de noche, el espacio estaba iluminado solo por la luz que provenía de los demás edificios, tenías una copa en la mano, me miraste desde esa distancia que da el tiempo, y desde la seguridad de este lazo que nos unirá por siempre, sonreíste y entendí que había logrado trasmitirte la idea que más me perseguía entonces, que fueras feliz sin la necesidad de nadie, que fueses contigo la persona más estable, que no te aburrieras estando con quien eres. Había música de fondo, pongamos que bossa nova, y supe que habías compartido mucho tiempo conmigo.
Esa imagen me dio seguridad hasta que llegaron otros tiempos y ahora no sé cómo conducirte desde este presente a ese futuro. Puede que esté desdibujando esa posibilidad futurible con cada día, por eso es inminente que regreses en sueños para darme una pista. Confío plenamente en vos. Pero me cuesta confiar en mí, sabiendo que cada cosa que haga o deje de hacer, atraviesa tus días de hoy y los que vendrán.
Gracias María Negroni por escribir "El corazón del daño". ¿Debería agradecer a Chiche también, por forjar esa obsesiva que no descansa en encontrar maneras diferentes de contar?