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José Saramago nos cuenta en "La balsa de piedra" cómo Joana Carda hace una raya en el suelo con una vara seca de negrillo y cómo, a partir de ese momento, la península ibérica se separa de Europa y comienza una travesía con rumbo desconocido.
Quizás fuera brujería por parte de Joana Carda; quizás por alguna magia escondida en la vara de negrillo -la que al final de la aventura quedaría clavada en la tierra, verde y orgullosa, prometiendo echar raíces y florecer-. Quizás fuera por ese gesto firme y decidido al trazar la línea. La magia es difícil de interpretar. Como la literatura, que solo es otra forma de magia. O de hechicería.
A partir de allí los hombres harían sus propias interpretaciones. Que al separarse de Europa la península Ibérica buscaba desafiar el orden imperante y equilibrar un mundo dominado por un norte sofocante y mandón. O, que renegando de su pasado colonial, se dirigía a un encuentro cultural con los pueblos antes sometidos y después librados a la buena de Dios. Si es que existiera algún Dios; claro.
Yo podría interpretar que la península declaró su independencia al entender que no tenía nada que ver con Europa. Que los ibéricos jamás pudieron superar el legado ancestral de ser el pueblo de pastores de cabras que son. O que, al fin, entendieron que no tienen nada que ver con los franceses, pueblo belicoso que solo busca liderar un continente sin tener cómo ni con qué. O con los alemanes, varias veces asesinos muy crueles; nunca redimidos. O con los pretenciosos bretones; esos que harían su propio acto de secesión varios años después. Tampoco con los necios italianos, esos que parece que nunca pueden dejar de coquetear con el fascismo. O con los griegos, pueblo algo más afín a ellos pero que aún sigue extrañando a sus dioses antiguos. Menos con los toscos rusos; pueblo jamás occidental.
Podríamos hacer mil conjeturas. Todas podrían ser válidas. La intención le pertenece al autor. Las infinitas interpretaciones a quienes lo leen. Las intenciones que guían a esas interpretaciones también.
Pero, así como la ignota Joana Carda trazó esa línea única y decidida en el suelo con una vara seca de negrillo y con ese gesto separó a la península ibérica del resto de Europa convirtiendo todo en una fantástica fantasía literaria; por nuestras latitudes varios personajes nada ignotos trazaron líneas denigrantes y no nos convirtieron en ninguna literatura.
Un tal Martín de Álzaga trazó la primera, y luego una larga seguidilla de revolucionarios y de contrarrevolucionarios hicieron sus propios trazos contradictorios; Juan Manuel José Domingo trazó la siguiente; Juan Hipólito del Sagrado Corazón de Jesús forjó la que sigue; un tal Juan Domingo la otra; un tal Pedro Eugenio la que seguiría y otro tal Héctor José otra más. Luego vendrían dictadores siniestros, cada uno haciendo su trazo, también siniestro. Carlos Saúl y Néstor Carlos trazarían otras líneas deshonrosas hasta que una tal Cristina Elisabet, Mauricio y la misma Cristina otra vez, trazarían sus propias líneas pérfidas cerrando algo parecido a un polígono irregular. Se sabe que un polígono de muchas caras tiende a confundirse con un círculo. El nuestro no muestra la menor perfección. Al contrario; es contrahecho.
Cada trazo fue desgarrando al país y separándolo de la civilización, escindiéndonos del continente, el que deriva también tan perdido como nosotros, aun cuando se sujeta al istmo central con férrea determinación. Mientras, nosotros sí iniciamos una travesía ni fantástica ni digna. Eso sí; siempre travestida de mito y de epopeya.
Nuestra deriva no nos llevaría ni al crecimiento ni al desarrollo, tampoco al norte, al sur, al este o al oeste. Solo nos dejaría flotando a merced de mares extraños, convulsionados y cambiantes. Se cortarían todos los puentes internacionales; se cerrarían todos los cruces fronterizos; se suspenderían todos los vuelos internacionales; se cancelarían todos los sueños de integración al mundo. Una isla aislada del resto a la medida de una patria jamás construida. ¿De qué habrá sido nuestra vara? ¿De ombú viejo y muerto? ¿De sauce llorón? ¿De espino?
En la fantasía de Saramago, la península ibérica giraría en algún momento sobre sí misma, haciendo que "Portugal y España fueran dos países patas arriba". A partir de ese momento la península iniciaría su viaje al sur; dando lugar a una de las interpretaciones antes mencionada. Argentina, en cambio, vive patas para arriba. Todo cambia de un día para el otro sin que nada cambie en décadas. O en centurias. El que hoy está arriba; mañana estará debajo. Y viceversa. O al costado, expectante por trepar hasta la cima. O luchando por no caer. Mientras tanto, todo permanecerá inmutable.
Quizás por eso la sensación corriente de eterno retorno; o de eterna caída; ese "déjÓ vu" tan desconcertante y definitivo. Siempre esa sensación -correcta- de haber vivido esto. Todo. Lo que sea. Esta percepción de repetición constante. Quizás por eso también el mareo, el vértigo; la desorientación y la vergüenza. Por eso también la falta de rumbo, de destino y de certezas. Por eso la falta de futuro.
"La vida está en otra parte" sentenció Milan Kundera. Nuestros jóvenes lo comprenden y nos abandonan. Joseph Cambell dijo: "Debemos estar dispuestos a dejar ir la vida que planeamos y abrazar la vida que nos está esperando". Difícil dejar una vida nunca planeada. Más difícil todavía abrazar una vida que no luce estar esperándonos.
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