inicia sesión o regístrate.
Era agosto de 1931 y caía la tarde en el pueblito de Cerrillos cuando una increíble versión comenzó a correr por todos lados: “Se cayó un avión en finca Colón” repetían asombrados los lugareños. Y más aún, muchos aseguraban que a la hora del mate cocido, habían visto volar bajito a un avión “más allá de las vías”. Pero pronto el comisario Escotorín puso las cosas en su lugar confirmando que un aeroplano donde viajaba una pareja, había caído en Finca Colón de los hermanos Villa. Obvio, al día siguiente y bien al alba, el lugar era una romería. Una nutrida caravana de curiosos se volcó a Colón a pie, a caballo, en carros, jardineras, sulkys y hasta en los 4 o 5 únicos automóviles del pueblo. Todo el mundo quería ver y tocar los restos de un avión enredados en un alambrado y que cerca de la cabina tenía un cartel: “Chingolo”. Muchos aprovecharon para sacarse fotografías junto a la máquina alemana “Messerschmitt”, que era celosamente custodiada por un agente de la Comisaría de Cerrillos.
Nadie sospechaba que estaban ante los restos de una máquina que pronto pasaría a formar parte de una de las historias románticas más apasionadas de la época. La que escribieron Myriam Stefford y Raúl Barón Biza. Ella, una bella actriz suiza argentina devenida en aviadora, y él, un millonario argentino, escritor y político radical. Se habían conocido en Europa y al poco tiempo se casaron con gran pompa en 1930, en una de las ciudades más románticas del mundo: Venecia.
La pareja se afincó en la Argentina, en la estancia “Los Cerrillos” que Baron Biza tenía en Alta Gracia, Córdoba. Desde entonces ella dio rienda suelta a su pasión por la aviación y él, enamorado y complaciente, le obsequió un Messerschmitt alemán, BFW de 80 HP y al que bautizaron “Chingolo”.
Ansiosa, Myriam rindió examen de vuelo el 11 de agosto de 1931, logrando su brevet de 3° categoría y una semana después, el 18 de agosto, dispuso iniciar un raid por las 14 provincias de la Argentina de entonces. Pero dada su poca experiencia, debía llevar un instructor y así fue que eligió a Luis Fuchs, un avezado piloto de la “escuadrilla negra”, de la aviación alemana, de la Primera Guerra Mundial.
Rumbo a Corrientes
El 18 de agosto, a las 5 de la mañana partieron desde el aeródromo de Castelar. Pero antes, Baron Biza, se acercó al avión y le dijo por lo bajo al ingeniero Fuchs: “Cuídemela mucho, es el único tesoro que no quiero perder”. Luego, el Chingolo, que podía volar a 170 km/h y con una autonomía de vuelo de 6 horas partió para cumplir con la primera etapa del raid. Myriam sabía que si llegaban a destino antes de las 11 de la mañana, ese mismo día, podría llegar a Jujuy.
Ya en vuelo enfrentan la primera amenaza, un viento en contra y luego una tormenta con rayos y granizo que amenaza romper la hélice del Chingolo. Myriam que es quien pilotea, no sabe qué hacer pues no ve un solo lugar donde aterrizar. Decide entonces sobrepasar las nubes y ahí el altímetro salta a 500, 900, 1.200 metros. Pero ahora están empapados, el agua pasó sus buzos y al congelarse por el viento, continuar se hace imposible. Por lo tanto deben aterrizar como sea, en cualquier parte, pero en eso un golpe de timón los hace descender vertiginosamente. Al perforar las nubes ven un claro, quizá una chacra, unos lanares y yeguarizos; y a un costado, un ranchito. Giran para reconocer el campo, observan las ramas para ver la dirección del viento y rozando los árboles aterrizan. Hacia ellos corren un hombre y dos niños muy asombrados pues nunca habían visto un avión.
La gente los aloja en una pequeña habitación de adobe llena de humo donde tratan de secar sus ropas mientras Myriam, por primera vez, prueba una infusión caliente y reparadora de yerba mate. Afuera el viento ya se llevó la tormenta al sur y al norte, hacia Corrientes, el cielo se obscurece lo que les causa una demora de dos horas. Pero ella prometió llegar y así será aunque Jujuy deba esperar un día.
Myriam retoma el comando y a pesar del campo desparejo, “Chingolo” levanta vuelo rumbo a Corrientes, ahora más liviano por el consumo de nafta.
Cerca de Corrientes vuela bajo; la tormenta quedó atrás pero un nuevo peligro acecha, una niebla los obliga a volar tan bajo que casi rozan los árboles. Por fin, entre la bruma, asoma Corrientes. Busca el campo de aviación, evoluciona casi a ras del suelo y cuando toca tierra, cuatro o cinco personas se acercan. Con cuidado llevan a “Chingolo” al hangar y de inmediato el ingeniero Fuchs comienza con un mecánico y Myriam, a revisarlo con cuidado y cariño.
De Santiago a Jujuy
Aún no había clareado y Myriam y Fuchs ya están en el aeródromo. Sacan el avión del hangar, lo revisan y le cargan 220 litros de combustible, la carga máxima de “Chingolo”.
¡Con! grita Fuchs ante la hélice que acaba de hacer girar, y el “Chingolo” arranca. Carretea un largo trecho hasta que de a poco se eleva por el exceso de carga. Ahora deberá volar a Jujuy y atravesar la inhóspita selva chaqueña.
Ya en lo alto, hay viento en contra, pero aun así avanza a toda máquina sobre la selva chaqueña. Saben que ésta sería la etapa más peligrosa para el caso de un aterrizaje forzoso. Myriam, para defenderse de las hostilidades, porta un revólver en el cinto por si las bestias, una cantimplora con té y ron, una brújula de bolsillo y unas libras de chocolate.
A pesar del viento avanzan bastante bien: durante horas “Chingolo” vuela sobre una región donde no se ve el más mínimo vestigio de vida humana. La monotonía del viaje y la suerte los lleva a controlar la nafta, y ahí caen en cuenta que están consumiendo el doble de combustible. Fuchs toma nota y tranquilo le dice: “Trate de aterrizar”. Pero como no hay dónde, siguen volando mientras la nafta sigue consumiéndose copiosamente. Tratan de saber donde están y creen haber pasado el límite de Chaco y Santiago. Entonces deciden cambiar de rumbo y en lugar de seguir a Jujuy ahora se dirigen a Santiago. La nafta sigue disminuyendo tanto que temen no poder llegar a destino, pese a estar a 200 kilómetros.
El último control los decide a utilizar como campo de aterrizaje un claro en la selva. Ya en tierra, en un pastizal, Fuchs descubre que un tanque tiene una pérdida. La repara como puede y con gran esfuerzo levantan vuelo en ese improvisado campo de aterrizaje.
El viento limpió las nubes y cuando un sol los reconforta el motor comienza a ratear. Es agua en el combustible cargado en Corrientes. Pierden altura, planean buscando sin éxito un campo donde solo se ven árboles. Fuchs se da cuenta del riesgo y le grita a Myriam: “Suelte su cinturón”. Planean y el motor sigue rateando mientras tratan de mantenerse en el aire lo más posible. Se preparan para salir en caso de caer pero el Chingolo deja de ratear. La gota de agua que obstruía el carburador había logrado pasar. Se salvaron por la altura que llevaban, lo que dio tiempo a que el motor se normalizara. El “Chingolo” retoma altura y una hora después divisan la capital santiagueña donde aterrizan sanos y salvos en el aeródromo de Huayco Hondo, en el mismo lugar donde los primero precursores de este raid, los aviadores Reggi y Coco, cuatro años antes encontraron la muerte. Anochecía cuando guardan a “Chingolo” en el hangar.
Volando a Jujuy
Amanece en Santiago del Estero cuando ya cumplen con la rutina de revisar el avión y cargar combustible en el aeródromo de Huayco Hondo. Parten a Jujuy y a poco, comienzan a sobrevolar las serranías de la precordillera, lo que les permite poder admiran las bellezas del paisaje. Para pasar las montañas deben tomar altura con un molesto viento de costado. El altímetro marca 3.500 metros y gracias a los buzos, guantes y botas de cuero forrado con piel, no sienten frío.
Pero de nuevo la naturaleza se ensaña con ellos pues vuelan a pleno sol pero abajo, la niebla les impide ver el suelo. Eso los obliga navegar a compás, es decir, en pleno sol pero a ciegas. Más adelante el nublado se disipa y entonces distinguen la línea del ferrocarril que tratan de usar de guía cuando hace cinco horas que vuelan entre nubes y montañas. Creen estar cerca de Jujuy, consultan planos, hacen cálculos y buscan indicios de la ciudad entre la bruma. Y siguen internándose en la cordillera hasta que los invade el temor. Al parecer el primer vuelo a compás desorientó a Myriam hasta que se ve obligada a descender para tratar de saber donde están. Bajan entre los claros de las nubes y al ver una población cree haber llegado a la meta, pues le habían dicho que Jujuy era pequeñita. Se anima porque en un campito ve varias personas que hacían ademanes. Cree que son de bienvenida. Hace un vuelo de reconocimiento, duda de aterrizar, pero los ademanes de las personas la deciden y toca tierra felizmente a pesar de lo irregular del terreno.
El Chingolo en Cerrillos y la terrible tragedia
Ya en tierra, Myriam Stefford se entera que no están en Jujuy sino en Cerrillos, a 20 km de Salta. De inmediato la mujer decide decolar a pesar del terreno. El “Chingolo” corre a los saltos; sube y vuelve a caer ya que el campo le impide tomar la velocidad necesaria para despegar. Sigue así unos 300 metros a casi 100 km/h en dirección a unos árboles y cuando ya está cerca de ellos, el Chingolo levanta. Para no chocarlos, inclina un poco el avión, pero un ala roza el hilo de un alambrado, el cual al cortarse se enrosca en la hélice y se transforma en un látigo sobre el avión que se inclina más y cae a tierra. Se arrastra el Chingolo que va perdiendo sus partes hasta que se detiene. Myriam siente el calor del motor, el olor a combustible, teme morir quemada, pero un brazo fuerte la rescata y saca de una trampa mortal. Es Fuchs.
Por tres días permanecen en Salta mientras el “Chingolo” yace en el descampado de Finca Colón, a 5 kilómetros de Cerrillos (Fotos Laboratorio Lávaque). Y mientras la gente sigue visitando sus restos, Myriam Stefford y Luis Fuchs ya tienen avión nuevo para proseguir el raid. El millonario Baron Biza consiguió un nuevo avión, el “Chingolo II”.
Y así fue que el 23 de agosto, parten de Salta a Jujuy; el 25 salen a Tucumán, Catamarca y La Rioja donde hacen un alto. Al día siguiente, el 26 de agosto, parten de La Rioja a San Juan pero en el camino el “Chingolo II”, cae herido de muerte en el desierto de Marayes donde la piloto e instructor fallecen carbonizados y así, la hazaña se transformó en tragedia.
Monumento al amor
Luego de la tragedia, el esposo de Myriam Stefford, el millonario Raúl Barón Biza, hizo construir en la ruta de Córdoba a Alta Gracia, paraje Los Cerrillos, el mausoleo más monumental de la Argentina. En su interior reposan los restos de la aviadora y de los Chingolo.
El monumento inaugurado el 30 de agosto de 1936, representa el ala de un avión y tiene 82 metros de altura, catorce más que el Obelisco de Buenos Aires. A escasa distancia, a los pies de un olivo, yacen los restos de su esposo quien se suicidó el 17 de agosto de 1964, luego de desfigurarle la cara a su segunda esposa Clotilde Sabattini, con ácido sulfúrico.