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26 de Junio,  Salta, Centro, Argentina
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Un nuevo (des) orden internacional

Lunes, 07 de marzo de 2022 02:01
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Hoy discutimos la ruptura de la arquitectura de seguridad en Europa, y un nuevo episodio de desidia bélica. Las consecuencias de la invasión rusa en Ucrania tendrán años por madurar porque lo que se rompió es la confianza de la palabra de Estado y, por supuesto, la paz.

La Argentina debe tomar nota de los cambios geopolíticos que asoman desde este evento, porque pondrá exigencias a una posición histórica contra la agresión y los principios de soberanía, pero en un mix donde la política del Ejecutivo nacional es rehén de las partes que lo componen. La cobertura política de la posición de la Argentina con el conflicto en Ucrania empezó en territorio neutro pero terminó en una condena firme en el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas por parte del canciller, y en la postura de la representante argentina ante la Asamblea General en su sesión especial sobre esta crisis.

La posición argentina debe dejar de ver "una crisis lejana" como protección y tomar la decisión sobre sí es o no una democracia que comulga con los principios básicos del orden internacional basado en el derecho internacional.

Esos principios, entre varios, son el respeto a la soberanía, la no agresión e incursión en temas políticos internos, y permanecer dentro de los tratados internacionales que regulan, entre otras cosas, las conductas de guerra. La Argentina, históricamente, es pionera en todos estos temas, y es más, en muchas ocasiones la fuente técnica del sustento de estos principios. Un ejemplo: la Corte Penal Internacional, que ya ha lanzado una investigación sobre posibles crímenes de guerra en Ucrania, no existiría sin el liderazgo de la Argentina, y en particular de su representante ante esas negociaciones: Silvia de Gurmendi. Para los interesados en el derecho internacional, una heroína.

Más allá de tomar una posición firme, también es muy importante reconocer que la Argentina no puede ser garante de las acciones de estados terceros. La gira del presidente hacia Rusia era un error geoestratégico en ese entonces.

Por supuesto que la Argentina necesita generar una política de relaciones internacionales multipolares cooperativas con actores del sistema global, pero la cuestión es cómo y cuándo. La gira en Rusia, hoy con la moneda por el piso, desconectada de SWIFT, y sancionada hasta para comprar oro, no creo que le haya servido de mucho al país como fuente de inversiones.

Ese error de cálculo no puede volver a pasar por dos cuestiones: pérdida de credibilidad, y confusión ante otros actores que pueden ser sustento al ver posiciones claras. No estoy hablando de EEUU, pero sí de países como India, México y Alemania. Hoy, lo primordial para la Argentina es demostrar que su liderazgo internacional es consistente en el tiempo. Lamentablemente las guerras son los momentos para hacer eso bien y con frecuencia.

Párrafo aparte es la conducta de la oposición, trivializando la cuestión de Ucrania para hacer un fútbol político - partidario sin ni siquiera recurrir a una posición de Estado. Queda claro de la apertura de Sesiones Legislativas que no habrá cantidad de banderas de Ucrania suficientes para tapar la bochornosa falta de seriedad y adultez para plantear disidencias en nuestro país. Levantarse de una sesión ante la palabra del presidente es y será, siempre, una falta de respeto institucional. Por eso volver al punto de partida: la congruencia de las posiciones de Estado importan hoy más que nunca.

De la misma manera, algunos planteos políticos logran un nivel de disonancia cognitiva importante. El argumento de que por defender los principios de no agresión en Ucrania uno automáticamente defiende, u olvida, situaciones calcadamente horribles -como la agresión de EEUU a Irak en 2003, o la guerra en Siria- es, sin más vueltas, espurio. Solo sería posible tal nivel de deshonestidad intelectual si uno verdaderamente pensase que hay países "buenos" y países "malos". No, hay reglas del derecho internacional y hay quienes la violan. Los países que las violan son conocidos y, en algunos casos, son repetidores seriales y merecen ser condenados. Pero recurrir a la táctica de considerar lo que pasa en Ucrania como exageración o show mediático para desautorizar las movilizaciones de solidaridad internacional es simplemente inhumano. Por eso es clave no caer en las inconsistencias de entender el presente como un evento único. Antes de Kiev, en Europa exclusivamente, hubo Sarajevo. Antes y con Ucrania hay Siria, Palestina, Etiopía, Congo, Afganistán, Yemen, Burma, Xinjiang y Haití. Para cada una de estas crisis el mundo, incluida la Argentina, debería ofrecer la misma atención y recursos que a Ucrania.

Lo que vendrá nadie sabe, pero tres escenarios son posibles y en cada uno un rol para la Argentina dentro de un nuevo (des) orden internacional. El primero, el escenario más probable, contempla un avance letal ruso y la claudicación de las autoridades de Kiev. Ante ese escenario, Rusia quedaría completamente aislada del sistema internacional, a la par de Corea del Norte. Argentina no tiene relaciones diplomáticas con Corea del Norte. Por más estratégica que sea la relación comercial con Putin, la Argentina deberá elegir qué camino tomar entre la neutralidad cómplice o la oposición constructiva, llamando, por ejemplo, a intermediar en negociaciones posconflicto. Básicamente, pedir a Rusia lo que hoy la Argentina le pide al Reino Unido por Malvinas. Las consecuencias internas de esta opción son exasperantes al saber que la coalición de gobierno es justamente conocida por sus indecisiones, falta de síntesis y solución de conflictos internos. Un escenario de victoria militar rusa en Ucrania aceleraría los tiempos de choque dentro de las posturas en el Frente de Todos.

Un segundo escenario es la partición de Ucrania con dominación rusa en el este, y un estado ucraniano endeble en el oeste. La capacidad de Rusia de invadir y sostener el territorio ocupado, sin oposición popular, es escasa con los recursos que hoy dispone. Para Putin, priorizar la invasión en Ucrania con el nivel de sanción económica que hoy existe sería demasiado precio para sus pretensiones de revisionismo histórico. En este escenario, la guerra no convencional de los últimos ocho años al este de Ucrania sería generalizada. La Argentina tomaría entonces una posición cómoda y constante de no intromisión, pero de gestiones de good offices para mediar, siempre reclamando la salida rusa de un territorio soberano. En este caso, viendo al 2023, la cuestión puede colarse en las elecciones presidenciales y así jugar un papel de confrontación entre un sector que modera y otro que exige un rol más activo de la OTAN. Cuidado, la Argentina ya conoce lo que es amalgamar su posición soberana a la de las grandes potencias. Recordemos las tropas argentinas que participaron en el conflicto en Kuwait.

La tercera posibilidad es casi nula, pero una posibilidad al fin: la retracción actual y la ocupación rusa más firme solamente en el sur y este de Ucrania. Una retirada de este tipo aumentaría las chances de una incursión del ejército ucraniano para recuperar territorio, esto con apoyo explícito de la OTAN. Es quizás el escenario más peligroso, ya que haría del conflicto una secuencia de enfrentamientos activos con la amenaza nuclear tangible latente. Enfrenta a una nación orgullosa de su resistencia ante otra más poderosa militarmente, pero con claros problemas estratégicos a corto plazo. En este caso, la Argentina debería incurrir en soluciones vía Naciones Unidas para promover una fuerza de paz en zonas de conflicto. Políticamente, también abriría un debate que puede colarse a la agenda de electoral de 2023.

Sin dudas, en cualquier escenario, la relación bilateral con Rusia sufrirá cambios radicales que contemplen la actualidad bélica, y ponen por sobre lo económico los principios que queremos como país. No puede haber ambivalencias ante la agresión a una nación soberana, sea cual sea.

Obviar los cambios del orden internacional que se vienen traerá costos para el país si no actúa con firmes convicciones exclusivamente dentro del derecho internacional y la identidad de la Argentina como un país democrático, pacífico y solidario.

 

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