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La noche prehistórica debió ser tenebrosa, con los amenazantes sonidos de los animales al acecho, solamente atemperada por la débil luz de la luna. Más, en algún momento del mundo prehistórico, el hombre aprendió a dominar el fuego, siendo la llama la primera forma de iluminación artificial que produjeron los humanos. Un triple beneficio obtuvo de tan magnífica conquista: el hombre se resguardó del frío, alejó a las bestias y pudo departir con sus semejantes en su proceso de hominización. Se calcula que hace alrededor de unos 500.000 años se utilizó la llama para aclarar las tinieblas, merced a que los primeros seres humanos aprendieron a controlar el fuego.
El primer candil probablemente apareció hace 50.000 años usando como combustible la grasa animal. En la zona de Ur, en Mesopotamia, el hombre aprendió a rellenar valvas de moluscos y rocas huecas, con paja o material similar que remojaban en grasa animal y se prendía. Así fueron tomando forma las primeras lámparas. En Creta y Egipto fabricaron teas: colocaron paja envuelta o estopa alrededor de un madero embadurnados con cera de abejas o resina, que luego se encendían. Hacia el siglo XIV A.C. se inventaron las velas en Egipto. En los siglos siguientes, las velas fueron el elemento primordial para iluminar el ámbito privado y los públicos. En Fenicia y Cartago se encontraron lámparas de aceite fabricadas en cerámica que datan del siglo X A. C., y que se dispersaron inmediatamente por el Mediterráneo. En la antigua Grecia se usaron los "lúchnoi", o candiles realizados con una variedad de materiales metálicos y en cerámica. Thales de Mileto registró el experimento de frotar varillas de ámbar con fibras de lana. La etimología de la palabra electricidad proviene del vocablo griego "elektron" que significa ámbar, nombre de la resina que causaba la misteriosa propiedad. La cultura romana introdujo las lámparas de aceite que se colgaban del techo con cadenas.
En la Edad Media, mejoraron los candelabros artesanalmente ornamentados, pero la vela se enseñoreó de todos los espacios y en todos los tiempos como la forma más universal de iluminación.
Recién en 1795, en plena eclosión de la primera revolución industrial, William Murdoch, instaló un sistema de iluminación a gas de hulla para una fábrica en Inglaterra. El ingeniero francés Philippe Lebon patentó en 1799 la termo- lámpara. El inventor alemán Freidrich Albrecht Winzer fue la primera persona en patentar la iluminación a gas de hulla en 1804.
Las luminarias rioplatenses
Las ciudades del Virreinato del Río de la Plata solían ser tenebrosas en la oscuridad de la noche. Los viandantes podían ser víctimas de asaltantes o caer en los pozos que hacían intransitables sus calles. En estas comarcas no habían llegado aún los adelantos europeos que impulsó la revolución industrial. En el caso de Buenos Aires, merced a la gestión del gobernador Juan José de Vértiz y Salcedo de 2 de diciembre de 1774, estableció la instalación del primer sistema de alumbrado público mediante el uso de faroles con velas.
El bando de Vértiz y Salcedo contenía detalladas disposiciones y designaba "comisarios para el alumbrado", el que habría de contar con el concurso de la población. La responsabilidad del cuidado del farol recaía en el vecino más cercano al farol, siendo considerado "carga pública". El bando es minucioso en todos los detalles que habrían de considerarse en la provisión de la luz de faroles en la vía pública, imponiendo severas multas si el farol era dañado: cincuenta azotes al negro que por encargo de su amo debía atender el farol, y diez o quince pesos de multa para el vecino responsable.
Es evidente la preocupación de las autoridades ante el incremento de la delincuencia que generaba la falta de iluminación en las calles, y de allí la leonina disposición para el uso y el cuidado de los faroles.
En esa iluminación se utilizaban velas de sebo muy similares a las actuales. En los interiores de las casas las velas se colocaban en candelabros que se distribuían por todos los ambientes. Cabe considerar que el grado de iluminación de una casa marcaba el status de la familia. Para iluminar los frentes de las casas y los comercios, se utilizaban rústicos "faroles", que eran unas simples cajas de madera cubierto uno (o varios) de sus frentes con papel, en cuyo interior se colocaba una vela, que quedaba así precariamente protegido del viento y de la lluvia.
Para circular por las arterias de aquella aldea, era menester ser acompañado por un "negrito farolero", que marchaba adelante llevando uno de estos "faroles".
En 1780, el mismo Vértiz, ya en su nuevo cargo de Virrey del Río de la Plata, mejoró y reglamentó el servicio, estableciendo la obligatoriedad en la prestación, pero con la novedad era que habría de ser costeado por los vecinos que se beneficiaban con él, abonando "veinte centavos por puerta".
Con el tiempo los faroles fueron mejorando, el papel fue reemplazado por vidrio y las velas fueron de estearina. A pesar de los esfuerzos, el sistema de iluminación atendido por vecinos, fracasó. Ocho años más tarde, Vértiz privatizó el servicio, pero lamentablemente tampoco funcionó. En 1792, el Cabildo resolvió cambiar el alumbrado a vela por el de aceite, pero la falta de fondos en las arcas capitulares, dejó a la ciudad nuevamente a oscuras.
En 1797, los Cabildos de Buenos Aires y del interior asumieron la administración del alumbrado público sin mayor éxito. Hacia 1840 nuevas experiencias reemplazaron las velas por mecheros alimentados con aceite de semillas de nabo y grasa de yegua, combustibles utilizados hasta 1869. Posteriormente se utilizó kerosene.
La experiencia de James Bevans
Fue durante el progresista gobierno del ministro Bernardino Rivadavia en tiempos de Martín Rodríguez cuando llegó a Buenos Aires el ingeniero inglés James Bevans, quien realizó el primer ensayo de iluminación a gas. En una carta a sus hijos expresa: "el mes de mayo, que es el de la Independencia de este país, me encargaron de la iluminación de la plaza principal. Aunque el término que me dieron para esto, era de diez días, alcancé a iluminar con gas la casa de la Policía, trabajo que se realizó con elementos improvisados pues aquí no hay fundiciones y se carece de todo. Hice hacer letras con caños de fusil para formar la frase Viva la Patria!. Proyecté e hice dos fuentes de agua cuyos chorros iluminé, ofreciendo un espectáculo que gustó mucho a pueblo y al gobierno. Tengo encargo de alumbrar con gas las principales calles de la ciudad y de construir un local para Mercado. Algunos se han resentido por mi éxito en la iluminación y he visto estropeadas, por tres veces, mis máquinas, lo que desmejoró algo el alumbrado que constó de 350 luces". Bevans también iluminó el Cabildo, la Pirámide de Mayo y otros edificios que rodeaban la plaza.
La primera experiencia de iluminación eléctrica se realizó el 3 de setiembre de 1853 en Buenos Aires. El autor del ensayo fue un dentista de origen francés llamado Juan Etchepareborda quien en su propia casa realizó una prueba ante la presencia de varios profesores, llevando luego la experiencia al Regimiento de Granaderos a caballo y a Plaza de Mayo.
Las luminarias salteñas
En Salta, como en el resto de las ciudades de la región, la iluminación tuvo una variopinta resolución. Es en tiempos del gobernador Martín Gemes, cuando las autoridades del Cabildo resuelven proveer de este servicio público en las calles de la ciudad.
El 27 de enero de 1816, se decide rematar el ramo de alumbrado de faroles, para lo que se dispuso fijar carteles anunciando la fecha, miércoles 7 de febrero y los requisitos a satisfacer para esta obra.
Respondieron a esta convocatoria Don Francisco José Boedo y Don Ramón Saravia. Luego de varias ofertas se asignó como beneficiario del ramo a Boedo; por la cifra de 100 pesos.
Boedo, hijo de Manuel Antonio Boedo y García y de María Magdalena Aguirre y de Aguirre y hermano del congresal Mariano Joaquín, debía cumplir con requisitos para la mejor atención del servicio, se establecieron de la siguiente manera:
1. Cuidar y poner luces en todos los faroles desde las oraciones hasta las doce de la noche
2. En las noches de luna desde que esta apareciera hasta las doce
3. Los útiles que eran entregados bajo el correspondiente recibo, habrían de ser devueltos al cesar en su cargo
4. Cuidar del negro farolero, proporcionándole los auxilios necesarios
5. No dar lugar a queja pública
6. Los alcaldes de barrio eran los encargados de verificar la puntualidad en el pago de este servicio por parte de los contribuyentes.
Lamentablemente, la falta de pago por parte de los contribuyentes, ocasionó reiteradamente la suspensión del servicio de alumbrado. Un bando del Cabildo con la anuencia del gobernador, publicaba la imposición de una multa de 6 pesos al que no pagase con puntualidad la cuota establecida. Desafortunadamente, las economías privadas estaban en quebranto por lo que ni aún con la imposición del Cabildo se logró revertir la problemática de una ciudad a oscuras.
En las postrimerías del siglo XIX, el progreso llegó a Salta y entre sus novedades el alumbrado público producto de un contrato celebrado por la Municipalidad y el señor Carlos Bright.
La primera usina comenzó a funcionar en 1898 y estaba emplazada en el solar de Ameghino y Zuviría, actualmente escuela San Martín.
En 1897 la Legislatura salteña declaraba exento de todo impuesto fiscal los bienes muebles e inmuebles destinados a la explotación del alumbrado eléctrico que proveía la empresa de Bright. La exención impositiva se hacía por veinticinco años y el propósito era la promoción en Salta de un servicio que ponía a la ciudad en la vanguardia de la innovación tecnológica.
El cambio que produjo el alumbrado eléctrico fue asombroso, indudablemente trastocó la vida nocturna, antes concebida como tiempo de inseguridad, penumbra y delito. Permitió la reorganización de espacios y tiempos, modificó la estructura arquitectónica de los edificios y una nueva posibilidad de socialización. El cambio afectó a todo el espectro social en lo público y en lo privado, configurando un elemento democrático al ser extensivo a toda la población.