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29 de Junio,  Salta, Centro, Argentina
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No ai ke estropear el lenguajo

Pretender cambiar a la sociedad modificando el lenguaje es ingenuo, además de inútil; el lenguaje inclusivo va en contra de las normas lingüísticas y pedagógicas.
Sabado, 25 de junio de 2022 02:34
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Si en octubre de 2019 la Ciudad de Buenos Aires no hubiera utilizado lenguaje inclusivo en una campaña gráfica con la que empapeló la city declarando que ‘”Todxs tenemos derecho a información, educación y atención gratuita de nuestra salud sexual”, tal vez ahora resultaría más creíble su preocupación por prohibirlo.
Lo hubiera sido aún más si la entonces ministro de Desarrollo Social y Habitat de CABA, Guadalupe Tagliaferri, no hubiera justificado su utilización diciendo que “Tal vez la Real Academia Española se enoje un poco, y alguno tal vez nos acuse de que estamos destruyendo el idioma; en este contexto nos parece muy importante porque estamos hablándoles a los jóvenes”.

“Populismo mata Gramática”, advertiría hasta un joven. La ahora senadora debería recordar que, precisamente por ellos, era esencial utilizar el idioma de la mejor manera posible pues están aprendiendo y la lengua viene soportando la doble embestida de la acometida del lenguaje inclusivo y de cierto periodismo que coinciden en llevarse puestos dos principios que a ambos les competen y deben respetar.
Uno es el de la economía de lenguaje (decir lo que haya que decir con la menor cantidad de palabras posibles). 
El otro es evitar la redundancia gramatical que significa desdoblar una categoría en componentes que la constituyen: niñas y niños, ciudadanos y ciudadanas o señoras y señores, por ejemplo. Por duplicado: la suma que resta.
Esto provoca problemas sintácticos, de concordancia, embrolla la redacción y dilata la lectura innecesariamente introduciendo ruidos (distracciones) que derivan en una cada vez más preocupante incomprensión de textos que, lamentablemente, es anterior a la arremetida del lenguaje inclusivo aunque sea un objetivo a alcanzar, no sólo prioritario sino también esencial.
“Además de innecesario, el uso de la letra “e” (o “x” o “@) como supuesta marca de género inclusivo es ajeno a la morfología del español pues el masculino gramatical ya cumple esa función como término no marcado de la oposición de género”. 
En criollo: el genérico masculino abarca al femenino ya que designa a todos los individuos de una misma especie sin distinción de sexo.
Así lo sostiene la Real Academia y es, precisamente, lo que el lenguaje inclusivo pone en entredicho. Sin olvidar la paradoja de que se substituye con la “e” la “a” u “o” de las palabras y, al unísono, se impugna el uso de esa misma “e” cuando el sustantivo termina en ella, tal es el caso de “vicepresidenta” por “vicepresidente”, por ejemplo (que corresponde al participio activo, el que preside, presidente) sin olvidar la involuntaria traición de los correctores automáticos que, por el artículo, la hacen terminar en “a”. Tampoco abogan por un plural determinado por el género de la mayoría de sus individuos: ¿sería ilógico decir “todas” cuando la mayoría es de mujeres? 
¿Qué hace creer que el masculino genérico es inferior a esta alquimia que dificulta la escritura, la lectura y la audición, que alarga sin razón un párrafo, duplica los errores o exige una mayor concentración digna de mejores causas? 


¿Es ideológico? ¿O es quizá esa ignorancia lo que se busca?
Ya en 2012, el académico RAE y erudito en Lexicología y Lexicografía Dr. Pedro Álvarez de Miranda alertaba: “Cuando yo construyo una frase en que un adjetivo debe concordar con dos sustantivos, uno masculino y otro femenino, necesito que ese adjetivo (si tiene variación de género; muchos no la tienen) vaya en uno de los dos géneros. Uno cualquiera, en principio... Lo que no puede es no ir en ninguno, porque el “sistema”, para funcionar, necesita que uno se imponga por defecto. Tampoco puede ir en los dos, porque su presencia simultánea es incompatible en una sola forma, del mismo modo que una misma palabra no puede estar escrita al mismo tiempo en redonda y en cursiva (sí, por cierto, en redonda y en negrita). Sí puede, pero no debe, duplicarse el adjetivo, porque ello atenta contra un principio fundamental en las lenguas que es el de la economía, al que también podríamos llamar “del mínimo esfuerzo”. 
Así, no nos queda más remedio, en nuestra lengua, que decir los árboles y las plantas estaban secos, con el adjetivo en masculino. 
¿Por qué? Porque el masculino es el género por defecto, es, frente al femenino, el género no marcado”.
Que Rafael Alberti titulara un poema “El mar, la mar” debería haber desalentado cualquier tentación de género pues quedó claro que una palabra puede permanecer intacta y conservar su significado con sólo cambiar el artículo, no pervirtiéndolo en “maro”, “mara” o “mare”.
Y a propósito y aun cuando no coincida con la Real Academia y ésta prefiera ignorar el tema, el erudito Quintín Calle Carabias doctor en Filología Inglesa y doctor en Filología Francesa por la Universidad de Málaga- insiste en que los géneros del español son seis y conviene citarlo porque el tema despejaría muchas dudas: “Contra el parecer doctrinal de la Real Academia (Libro de estilo de la lengua española, 2018) que en esto, a mi humilde entender, no sólo yerra gravemente sino que da pie y favorece el actual desconcierto, los géneros gramaticales del español no son dos sino seis: masculino, femenino, neutro, común, epiceno y ambiguo. Cada uno de ellos concibe y distingue seis formas de existir y de relacionarse. Como en toda estructura, cada elemento se sostiene en su contrario. Así, masculino se opone a femenino, como neutro se opone a común, y epiceno a ambiguo. Es decir, son seis géneros estructurados en tres pares. Los dos primeros tienen en su acepción inicial un fundamento físico, sexual si se quiere, llamándose por ello “géneros motivados”; los otros cuatro lo son por analogía con los anteriores, y son así “no motivados”.
Álvarez de Miranda es categórico: “Lo que resulta ingenuo, además de inútil, es pretender cambiar el lenguaje para ver si así cambia la sociedad. Lo que habrá que cambiar, naturalmente, es la sociedad. Al cambiarla, determinados aspectos del lenguaje también cambiarán (en ese orden); pero, desengañémonos, otros que afectan a la constitución interna del sistema, a su núcleo duro, no cambiarán, porque no pueden hacerlo sin que el sistema deje de funcionar”.
O sea: No a la acción directa de patotas o piqueteros; sí al funcionamiento de las instituciones en cualquier ámbito, llámese Academia, Justicia, Jueces, Legisladores o fuerzas de seguridad.
Como diría la Dra. Leonor Fleming en uno de sus tantos prólogos citando a Platón: “Hablar mal no atenta contra el lenguaje sino contra las almas”
 

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