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La diáspora del fracaso

Viernes, 15 de julio de 2022 02:22
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Hay puntos de inflexión que marcan algo más profundo que el inicio o el fin de un ciclo. Se trata del hartazgo, que se expresa en el síntoma más grave para una nación: la diáspora de nuestros jóvenes al exterior.

La generación es un agente central para interpretar los movimientos históricos. Más que la edad, es una manera de entender la existencia, visiones y aspiraciones comunes. Eso es lo que la define, principios que van tomando forma en la medida en que empieza a cobrar protagonismo para desalojar a la precedente. Lo peor que le puede pasar a un país es la interrupción de la cadencia entre dos generaciones. Es el anacronismo esencial de la historia, cuando queda anquilosada, detenida en un tiempo definitivo. Este es el desafío más grande que tiene la Argentina: una generación que le ha fallado a la que sigue, privándola de lo más vital, la esperanza. Vale la pena indagar la causa, con la utopía siempre vigente de revertir la fuga del capital humano, el que más importa para torcer el destino de un país. Toca ir mucho más profundo de los sinsentidos económicos y absurdos políticos que abundan y ya cansan. Se termina de comprender con hechos, que muchas veces pasan desapercibidos, pero son centrales en el tablero interpretativo.

Los últimos dos grandes proyectos legislativos del oficialismo apuntan al régimen previsional, es decir, el corazón de las dificultades argentinas, desde todo punto de vista. Uno es para jubilar millones de personas que no tienen derecho a jubilarse, porque no aportaron; el otro es para darle un subsidio a otros millones, bajo el eufemismo de salario básico y universal, que promueve pagar por no trabajar.

Es una concepción filosófica del reparto de lo ajeno, del derecho desatado de la obligación, que se suma a la negación de la propia ley, con fiestas clandestinas en cuarentena, entre otras lindezas. Se enfrenta a otra, en la vereda opuesta: la real politik (política informada por la realidad) contra la ostol politik (política informada por la moral). Queda clara la tensión insuperable entre el que quiere salir del apuro político dilapidando lo de los otros, y los que sueñan con otra Argentina, guiados por el imperativo categórico moral del respeto a los viejos valores del trabajo, el decoro y la propiedad.

¿Qué es lo que está verdaderamente en juego? El futuro de la generación en ciernes, porque estas decisiones no hacen más que hipotecarlo. ¿Por qué se van? Se van decepcionados, porque les están cancelando el porvenir, convirtiéndolos en deudores antes de haber comenzado. No son superficiales: la ecuación que les ofrecemos es pésima. Los hechos son como jeroglíficos, paradojales: detrás de clarísimos perfiles, plantean un enigma. El argentino es el de dos miradas inconciliables, de política fallida. Eso es lo que ven nuestros jóvenes de la diáspora, una crisis sin principio ni fin. Resolverla es nuestro gran pendiente si queremos evitar que analogías globales (Reino Unido) se conviertan más temprano que tarde en nuestras realidades.

 

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