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El martes pasado, 23 de agosto, se conmemoró el aniversario de la insurrección, en 1791, de los hombres y mujeres sometidos a la esclavitud en Saint-Domingue, hoy Haití. La Unesco declaró ese día como Día Internacional del Recuerdo de la Trata de Esclavos y de su Abolición. Sobre este hecho, tengo para mi coleto una bizarra teoría: creo que cambió la historia de la humanidad, más allá de ser el primer movimiento de independencia en Latinoamérica y el primero en el mundo en abolir la esclavitud. Efectivamente, la caída de Saint-
Dominique significó la pérdida del único bastión de Francia en el Caribe.
Ello tornaba extremadamente dificultosa para Francia la defensa del extenso y recién adquirido territorio de Luisiana (más de dos millones de kilómetros cuadrados), por lo que Napoleón se vio prácticamente obligado a vender ese dominio a los Estados Unidos. Si el lector imagina un mapa de América del Norte, vería tres partes de dimensiones similares: 1) al este, las colonias originarias de Estados Unidos (y algunas más); 2) en el medio, Luisiana, y 3) sobre el Pacifico, territorio bajo dominio español. Luisiana actuaba de modo de tapón para la expansión de las excolonias británicas. Su compra permitió el avance hacia el "far west" y su conquista por los yankees, convirtiéndose en el inmenso país que hoy conocemos.
Sobre la liberación de los esclavos, que es lo que aquí nos interesa, tengo otra peregrina teoría (no es original mía). En general se atribuye la supresión de la esclavitud a los movimientos abolicionistas surgidos partir del siglo XVIII, mayormente inspirados en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789 dictados durante la Revolución Francesa. Si bien es un factor relevante, a mi modo de ver, mucho más importante fue el factor económico.
La política mercantilista de Holanda, Francia e Inglaterra impuso desde los primeros tiempos de su ocupación de islas del Caribe, en el siglo XVII, una economía agrícola de exportación con productos de gran demanda como el azúcar, índigo, algodón, tabaco, cacao y café. La revolución industrial, la acumulación de capital y las nuevas formas de producción en serie produjeron un cambio en el que el esclavo pasó a convertirse en un insumo "caro" que demandaba muchos más cuidados que la "libre" contratación de trabajadores. Mientras el esclavo, considerado una mercancía, tenía un coste de adquisición bastante elevado, los trabajadores libres solo demandaban un mísero salario.
Cualquier daño que sufría el esclavo-mercancía era soportado por su propietario, quien en consecuencia debía comprar otro o correr con los costos de su "reparación". Pero los desgastes que sufriera un obrero corrían por su cuenta; si fallecía simplemente se lo sustituía por otro que estaba en la larga fila de desempleados. Si sufría un accidente o una enfermedad el empleador se desentendía, lo que no ocurría en el caso del esclavo, a quien había que atender debidamente para que se reintegrara al trabajo. Por el mismo motivo el esclavista debía procurar que el esclavo estuviera en buen estado físico, bien alimentado y abrigado, mientras que al empleador la alimentación y vestimenta del trabajador le resultaban totalmente ajenos. La vivienda del trabajador no era una cuestión que preocupara al empleador, mientras que para el esclavo debía ocupar buena parte de su propiedad para darle alojamiento junto con su familia (aunque en condiciones miserables).
Podría pensarse que la esclavitud es cosa del pasado, sin embargo, en el siglo XXI existe la llamada esclavitud moderna, que, si bien varía en la forma, sigue suponiendo una vulneración de los Derechos Humanos para quien la sufre. Según el informe GSI (Índice Global de Esclavitud), en la actualidad más de 40 millones de personas viven bajo esta condición de "esclavos modernos" y siguen padeciendo las consecuencias de un sistema injusto y cruel.