¿Qué entendemos por paisaje cuando miramos un paisaje? Hay muchas apreciaciones de acuerdo al ser humano que lo mira y a su propia formación intelectual. Lin Yutang, el filósofo chino, señalaba que la mitad de la belleza depende del paisaje y la otra mitad del ser humano que lo mira.
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¿Qué entendemos por paisaje cuando miramos un paisaje? Hay muchas apreciaciones de acuerdo al ser humano que lo mira y a su propia formación intelectual. Lin Yutang, el filósofo chino, señalaba que la mitad de la belleza depende del paisaje y la otra mitad del ser humano que lo mira.
La psicología, arqueología y paleontología del alma pueden llevar a ver un paisaje de múltiples formas. Un hombre creado en otras latitudes puede ver como bello un paisaje que se asemeja a los de su añorada tierra.
Los migrantes y extranjeros buscan siempre comparar los paisajes con aquellos que les fueron revelados en su tierna infancia o en su dorada juventud. Una persona acostumbrada a climas fríos, bucólicos y neblinosos, se encuentra perdido en paisajes cálidos, soleados y coloridos. Y viceversa. El paisaje del hombre de las estepas, pampas y chacos, difiere grandemente del paisaje del hombre de las montañas. Y no es que esos paisajes sean inferiores o superiores, bonitos o feos, estéticos o antiestéticos. Simplemente, lleva en su genética la impronta de una región con una geografía, una geología, un clima y una biota determinada. Busca por analogía encontrarse con aquellos paisajes que mejor reflejan su tierra, sus vivencias, sus atavismos.
El pastor montañés forma parte del paisaje como un elemento de su entorno. Mira el paisaje, pero ni lo ve ni lo entiende. Desde el punto de vista estético del hombre con un acervo cultural específico el paisaje tiene otra connotación. El viajero, el turista y el científico ven el paisaje con otras herramientas culturales y psicológicas. No existe el paisaje sin el hombre que lo mire.
La nostalgia de la tierra
Un bello paisaje escondido en una región remota e inaccesible ¿es paisaje? No, si no existe quien lo mire y aprecie. Como el lado oscuro de la Luna.
El viajero Edmund Temple, caballero de Carlos III, se sorprendió al llegar a La Lagunilla, en el camino de postas entre el Fuerte de Cobos y la ciudad de Salta. Se sorprendió porque lo halló parecido a los paisajes de su tierra natal irlandesa. Pensó en la importancia que tendría desarrollar allí una estancia para la crianza de ovejas.
Un castellano viejo de la "…terrible meseta castellana, donde polvo, sudor y hierro, el Cid cabalga", se encontraría perdido en medio de la selva densa y lluviosa. Su alma estaría conteste a los campos de Castilla, a los de don Sancho, los escuderos y la Urraca.
Un hombre de los Alpes no desentonaría en muchas regiones de los Andes, especialmente los Andes australes y patagónicos, donde glaciares y coníferas le traerían reminiscencias de sus montañas allende los mares.
Un ruso de la tundra siberiana no desentonaría psicológicamente en el extremo austral de Argentina, allí donde el hielo, el permafrost, las turbas y los bosques perennes, se acogen a lo que guarda su espíritu. Un hombre de medio oriente o del África sahariana, se sentiría cómodo en una región desértica como los llanos de La Rioja, donde dominan el calor seco, el viento y los arenales.
Las gentes del África subsahariana o África selvática negra van a encontrar acogedor los ambientes selváticos de Sudamérica. Precisamente en los valles de los Yungas de Bolivia se conocen pueblos sobrevivientes de viejos esclavos negros que han conservado allí sus culturas y tradiciones y hoy son una reliquia viviente.
Los galeses que llegaron a la Patagonia eran mineros en su tierra, pero al desembarcar en Puerto Madryn se asentaron en aquellas desoladas mesetas del Chubut para criar ovejas y, además, buscar oro. Trasplantaron allí su cultura e identidad. Asimismo, el mar frío les dio las posibilidades de la pesca como complemento a sus actividades agrícola pastoriles.
Nada peor para un migrante que llegar a un territorio desconocido que sea la antítesis de su tierra natal. Donde su alma no esté en comunión con el paisaje. Donde la carga psicológica de su acervo cultural sea antinómica a las de las nuevas tierras a asentarse.
Los nombres y el recuerdo
Los conquistadores españoles recorrieron 24 millones de kilómetros americanos entre 1492 y 1550, inicio y fin de la conquista y comienzos del proceso de colonización. Gran parte de esas tierras les eran vedadas en su geografía, clima, flora, fauna, suelos y pueblos que los habitaban.
El nativo estaba conteste con su paisaje, pero no tenía incorporado al mismo como una cuestión estética, sino meramente utilitaria. El paisaje era para vivir, procrear, esconderse, defenderse, morir y allí ser enterrado.
Paisaje es una palabra que etimológicamente deriva del francés "paysage", derivado de "pays" que define a un territorio rural o país. Así como "patria" (pater) es el lugar de origen de los padres y "nación" -de nacer- el lugar donde se ha nacido. Se puede nacer en un lugar y criarse en otro, u otros, que así van conformando la carga atávica
del individuo. Viajar es siempre buscar analogías con lo conocido, con lo preexistente. Los españoles encontraron en los Andes, paisajes, climas, floras y faunas que les eran desconocidas en sus tierras. Todo lo que les recordaba a Castilla, pasaron a ser neo-vocablos como "Aguas de Castilla", nueces de Castilla, carneros de la tierra (camélidos), conejillos de las indias (cuis, cuyes), piña (ananá), anta (tapir), tierras de pan llevar, piedras de molino, tagaretes, tajamares, acequias y muchos otros. Se fueron incorporando palabras provenientes de la agricultura castellana y de la marinería, vocablos adoptados de aquellas largas travesías en barcos. Y esto se reflejaba en nuevos topónimos para definir accidentes geográficos constitutivos del paisaje.
El paisaje era una parte del territorio que podía ser observada desde un determinado lugar. El hombre estaba inmerso en el paisaje pero no era parte del paisaje. Vivía en el paisaje pero no entendía el paisaje. Lo consideraba como "creado" y fijo. Es así como el concepto de paisaje fue evolucionando con el tiempo.
La geomorfología y el turismo vinieron a revolucionar de raíz el concepto de paisaje. La geomorfología vino a probar que el paisaje es un fluido en el sentido de Heráclito. O sea que ayer no estaba, hoy está pasando y mañana ya no estará.
La dinámica imperceptible
En los tiempos humanos el paisaje parece estar fijo. Sin embargo hay islas paradisíacas que estaban en el siglo XIX y hoy yacen bajo el agua. Islas volcánicas que han desaparecido por tremendas erupciones volcánicas como Krakatoa y otras que hoy mismo están naciendo desde el fondo del mar. Montañas que estaban glaciadas en sus cumbres al oeste de Salta y hoy ya no lo están. La desaparición de esos hielos y la llegada de las heladeras domésticas llevaron a la extinción el oficio de los "collas hieleros" quienes iban con sus burros a las altas cumbres a traer el hielo para los mercados de la ciudad. El paisaje es un espacio natural admirable por su aspecto artístico. Raramente una llanura constituye un paisaje en sentido estricto.
En el cuento de Borges "Utopía de un hombre que está cansado" dice: "No hay dos cerros iguales, pero en cualquier lugar de la tierra la llanura es una y la misma". Retorna allí a la pampa infinita cuando señala: "En medio de la pánica llanura interminable".
La diversidad paisajística aumenta con el relieve y también con las litologías o rocas que conforman esos relieves. Así como también con el clima y los agentes de erosión que modelaron dicho relieve. Relieve que pudo ser engendrado por la tectónica o el volcanismo y trabajado por los agentes meteóricos.
La flora y en menor medida la fauna visten al paisaje. Pero ese "vestido verde" puede beneficiar o perjudicar al paisaje original. Si el origen del relieve es monótono y monocromático, el vestido puede ser beneficioso. Pero si el conjunto litológico y tectónico representa rocas policromáticas fuertemente deformadas, el vestido verde puede ser perjudicial ya que se pierde el valor de la geodiversidad. El David y La Piedad son dos bellas esculturas renacentistas. En un símil metafórico representan el paisaje desnudo. Si ponemos sobre ellas un vestido las arruinamos. Así también se arruinan los paisajes por causas naturales al quedar cubiertos por una vegetación que puede ser vistosa o bien xerofítica y achaparrada.
Pero más se arruina un paisaje por la intervención del hombre. Las causas antrópicas pueden generar bofetadas estéticas al paisaje como ha ocurrido tantas veces con líneas de alta tensión, caminos mal trazados, urbanizaciones desubicadas, o tantas otras obras de infraestructura.
¿Cuánto vale el paisaje?
El valor del paisaje está en su naturaleza prístina y en la suma de su geodiversidad y policromatismo. Cuanto más geodiverso, mayor valor geoturístico. La naturaleza pinta y cincela generando paisajes de gran valor estético. Esos paisajes pueden ser la roca desnuda hasta pasar transicionalmente a lugares con una incipiente hasta rica vegetación. Y así como el hábito no hace al monje, tampoco la vegetación hace al paisaje. El paisaje debe ser aprehendido como una unidad litológica, tectónica, morfológica y climática en tiempo presente y en su evolución desde tiempos antiguos. O sea, desde que se fue configurando, hasta alcanzar los rasgos actuales. Por ello hablamos del paisaje como un palimpsesto de firmas ambientales superpuestas.
Donde existe una metamorfosis de climas antiguos solapados en el tiempo que imprimieron distintas marcas al cuadro holístico que observamos. Y donde "ver" es mucho más importante que "mirar". Y por ello traemos a colación la emblemática frase de Atahualpa Yupanqui: "El que mira la tierra sin ver, ve tierra nomás".