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4 de Julio,  Salta, Centro, Argentina
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Fin de ciclo para dos décadas de relato

Martes, 14 de marzo de 2023 00:00
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Los cuatro gobiernos kirchneristas no cambiaron absolutamente nada en favor de la sociedad argentina; por el contrario, desvitalizaron persistentemente al país.

Languidece, sin remedio. Con tibios manotazos, sin haber logrado imponer el proyecto ideológico en sus veinte años de vigencia, el kirchnerismo marcha hacia la finalización de su ciclo, desangrado por la falta de ideas y argumentos políticos, salvo la defensa inevitable de la posesión del poder y la penosa burocratización de su dirigencia.

Este 2023 marca la apertura del corredor que conducirá a la fuerza política que lidera Cristina Fernández de Kirchner hacia el ocaso.

Con el arribo de un presidente como Néstor Kirchner en 2003, bendecido por una coyuntura especial en la que ningún peronista de pura cepa quiso tomar el timón, se abrió inesperadamente la posibilidad de implementar el trasnochado proyecto de los montoneros residuales, tan alejados del sistema democrático y tan cercanos a los modelos dictatoriales del populismo más acendrado.

En los últimos veinte años el kirchnerismo fue incapaz de implementar el famoso socialismo que anidaba en sus entrañas, no pudo vencer al capitalismo ni al modelo de los mercados, tampoco derrotó a los grandes conglomerados económicos que dominan el planeta, estuvo lejos de armar un bloque unificado de países latinoamericanos que tuvieran la misma proa hacia una "Patria Grande", y hasta el momento no logró alinearse decididamente en un agrupamiento mundial opuesto al "imperialismo estadounidense".

Si los señalados fueron los objetivos más caros a su ideología, no cumplieron con ninguno, y en su defecto solo lograron dejar por el suelo todos los índices económicos del país, incrementar desorbitadamente la inflación, destruir el sistema monetario argentino, reducir al mínimo las posibilidades de recuperación y crecimiento de la nación, elevar la pobreza al 50%, someter a los jubilados, emparchar cada uno de los problemas nacionales y mentir hasta el hartazgo sobre cuestiones inherentes a la gestión administrativa del país.

Todo fue más relato que ideología para un enfrentamiento que los argentinos, pese a ser esmerilados por la grieta maldita, resistieron, aguantaron a más no poder las agresiones provenientes desde la cima del poder político, donde algunos cerebros fanatizados pergeñaban a cada instante un ilusorio cambio de la cultura nacional para que se pareciera más a lo peorcito de las naciones latinoamericanas dominadas por dictaduras populistas, espejadas en la decadente revolución cubana.

Está visto que el peor de los cuatro mandatos está en cabeza del muleto kirchnerista, Alberto Fernández, quien ya ha dado sobradas muestras de ineficiencias y desvaríos que no dejan de asombrar. A la mala gestión gubernamental, de la cual deberán dar cuentas en las próximas elecciones, hay que sumarle la incapacidad de ejercer las actividades políticas elementales, una cualidad que pareciera haber desaparecido entre la joven generación kirchnerista refugiada en La Cámpora, que ocupa puestos relevantes en el gobierno y en el Congreso, desde donde exhiben gestiones de enorme improvisación.

En el kirchnerismo el liderazgo pasó a ser una entelequia desde que CFK decidió llamarse a retroceso y refugiarse en el argumento de una proscripción que solo existe en su imaginación, aun cuando la menee discursivamente para su tropa. No tiene sucesores; es lo que les ocurre a todos los líderes que carecen del desapego lógico al que los obliga el tiempo terrenal. Con designar a dedo no alcanza a estas alturas del trayecto político. La señora está encerrada en su propio laberinto, y además está cansada, irritada, sin ideas nuevas ni energía para desplegar siquiera una salida elegante. Esto último no es lo suyo.

La crisis argentina, profundizada hasta límites insoportables en los últimos tres años, es verdaderamente inédita en el país, no hay forma de compararla con otros momentos históricos, porque los pésimos índices económicos superan todas las experiencias anteriores. La debacle económica de la que costará años salir se agudiza toda vez que el espacio partidario de gobierno quiere alumbrar una presunta estrategia para enfrentar el próximo choque electoral. Las tres patas sobre las que se asienta el Frente de Todos son la muestra palmaria de que esa mesa, así, no se sostiene, especialmente porque ninguna de las tres piensa de la misma manera, pero coinciden en que no les importa nada el país.

El fin de ciclo para el kirchnerismo se inició con el fracaso electoral del 2015. Ciertamente tuvo un sorprendente retorno al poder en 2019, pero la oportunidad fue desperdiciada por quien lideraba el espacio hasta hace unos meses, al tomar decisiones equivocadas que incrementaron la bifurcación de su propio gobierno y potenciaron la crisis hasta límites insostenibles.

A nueve meses de la finalización del cuarto mandato kirchnerista, el electorado argentino asiste además azorado a las desavenencias internas que confirman la aceptación mayoritaria del pueblo argentino acerca de que esa fuerza política está francamente incapacitada para conducir los destinos del país.

El lánguido tránsito hacia el ostracismo es el mismo que han vivido otros partidos políticos, otros frentes y alianzas que cumplieron ciclos al cabo de determinados años, porque los recambios generacionales ejercen sobre el cuerpo partidario una presión inevitable cuando perciben el agotamiento de los liderazgos y la inviabilidad del conjunto de propósitos que les dio origen.

Los últimos meses de 2023, probablemente, se constituirán en el momento oportuno que Juan Domingo Perón definía como "hacer tronar el escarmiento".

 

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