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26 de Junio,  Salta, Centro, Argentina
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2023: un año electoral que marca un punto de inflexión

Miércoles, 15 de marzo de 2023 02:41
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La Argentina atraviesa el ocaso de una época histórica, algo que es el prólogo necesario de un cambio de época. Termina la era del "kirchnerismo", entendido no como una corriente política, que seguramente sobrevivirá en el tiempo, sino como una alternativa viable de gobierno para la Argentina. Ese período comenzó hace 20 años como resultado de la debacle de 2001.

Esta percepción generalizada sobre un cambio de época traslada la atención hacia lo que suceda con el peronismo, puesto ante la disyuntiva de convertirse en un actor político vegetativo en proceso de decadencia, como ocurrió con el radicalismo desde diciembre de 2001, o en protagonista de una respuesta a la situación de emergencia que afronta hoy la Argentina.

Los gobernadores del Frente de Todos tratan de encontrar un candidato presidencial competitivo que les permita hacer el mejor papel posible en la elección de diputados y senadores nacionales. Algo similar sucede con la CGT y las organizaciones sociales nucleadas en el Movimiento Evita.

La reinvención del peronismo

El peronismo está obligado otra vez a reinventarse a sí mismo. Esto demanda una visión de futuro. Hoy, en el mundo entero, el pensamiento político corre detrás de la realidad. Todas las fuerzas políticas afrontan convulsiones y debates internos para redefinir su identidad de cara al porvenir. Lo mismo sucede en la Argentina y el peronismo no puede escapar a este desafío.

La cuestión reside en desentrañar las claves que permitan entender lo que ocurre a nivel global. La cuestión central de la época es la contradicción entre las sociedades que emergen al ritmo acelerado del despliegue tecnológico y la subsistencia de las estructuras económicas, políticas, sociales y culturales preexistentes a esta transformación. Como producto de esa dicotomía, los sistemas políticos resultan cada vez más impotentes para guiar el rumbo de los acontecimientos. De allí el cuestionamiento generalizado a la política tal como la conocemos.

En las últimas quince elecciones presidenciales latinoamericanas, desde 2019 hasta hoy, en catorce ganaron candidatos de la oposición. La única excepción fue en Nicaragua, con la reelección de Daniel Ortega, cuya legitimidad resultó cuestionada en la comunidad internacional. No importa si ganaron candidatos más de derecha o más de izquierda. Triunfaron quienes estaban más a la izquierda cuando los gobiernos estaban a la derecha y a la inversa. En síntesis, los gobiernos no pudieron satisfacen las expectativas depositadas por sus votantes.

El escenario argentino 

En el caso argentino hay razones intrínsecas que explican esa realidad. La economía argentina atraviesa una prolongada fase de estancamiento, que incluye el segundo período presidencial de Cristina Kirchner y el gobierno de Mauricio Macri. El ingreso por habitante es menor que hace doce años y los índices de pobreza y de indigencia fueron en aumento. La pandemia empeoró los indicadores sociales preexistentes.

Hay una enorme crisis de confianza, un descreimiento colectivo que enlaza el rechazo a la política con la migración de los jóvenes, la fuga de capitales y la caída de la inversión. Esa desconfianza explica que los argentinos tenemos ahorrado fuera del sistema bancario, sea en el país o en el exterior, una masa de divisas equivalente a nuestro producto bruto interno. Fuera de Estados Unidos, somos el país del mundo con mayor cantidad de dólares por habitante. Si se invirtiera un 10% de esa cifra en la actividad productiva sería más que suficiente para motorizar el despegue de la economía.

Pero toda estrategia económica requiere una sólida apoyatura política. La situación exige una reformulación integral del sistema de poder instaurado en diciembre de 2019. Este axioma impone hoy la necesidad de una convergencia entre los sectores populares, históricamente representados por el peronismo y expresados en las organizaciones sindicales y los movimientos sociales, y los sectores productivos tecnológicamente más avanzados e internacionalmente más competitivos, cuya principal manifestación, aunque no la única, es el complejo agroindustrial. Es lo que Pablo Gerchunoff, un economista radical de sólida formación intelectual y política, sintetizó como la creación de una "coalición popular exportadora".

Una crisis sistémica 

La lucha política tiene carácter sistémico. Toda modificación significativa en alguno de sus actores principales impacta en el conjunto. La pérdida de centralidad de Cristina Kirchner provoca un reacomodamiento en los sistemas de alianzas en el oficialismo y la oposición. La crisis del "kirchnerismo" supone una crisis en el "antikircherismo". No solo el peronismo sino también Juntos por el Cambio está obligado a replantear su identidad ante esta nueva etapa.

Esta exigencia de recomposición del sistema político coincide con un cambio en las tendencias profundas de la sociedad. Las encuestas indican algo que en términos metafóricos, propios de un reduccionismo periodístico, cabría definir como una suerte de "giro a la derecha" de la opinión pública. Esas mediciones consignan que la escalada inflacionaria está en el tope de las preocupaciones populares, seguidas por la seguridad ciudadana.

Hay ya antecedentes sobre el modo

en que estas mutaciones en la opinión pública preceden a los cambios políticos. A mediados del gobierno de Alfonsín, las encuestas anticipaban que la mayoría de los argentinos, agobiados por la inflación y el déficit de los servicios públicos, empezaba a revisar sus conceptos sobre el papel del Estado en la economía y apoyaba la privatización de las empresas estatales. Ese giro explica el aval que encontraron en la década del 90 las reformas estructurales realizadas por el peronismo, con el liderazgo de Carlos Menem, en un escenario mundial signado por la caída del muro de Berlín y el avance de la globalización del capitalismo.

A la inversa, la crisis de 2001 provocó un deslizamiento en la opinión pública hacia el estatismo. Ese cambio de tendencia favoreció el encumbramiento de Néstor Kirchner, en un mapa regional caracterizado por el triunfo de Lula en las elecciones brasileñas de 2002, el protagonismo de Hugo Chávez desde Venezuela y la pérdida de importancia relativa de América Latina para Estados Unidos, que tras el atentado contra las Torres Gemelas de septiembre de 2001 concentró sus prioridades en la guerra contra el terrorismo.

La dirigencia peronista tiene un modo especial de metabolizar estos cambios globales. Kirchner solía narrar una anécdota ocurrida en una de las reuniones de gobernadores peronistas en el Consejo Federal de Inversiones en 2002, en la que le tocó sentarse junto a Carlos Reutemann, entonces gobernador de Santa Fe y uno de los más mentados candidatos para las elecciones de 2003. En esa ocasión, en voz muy baja, le preguntó: "Y, Lole, ¿te largás…?". Y Reutemann le susurró: "No, éste no es un momento para la centroderecha sino para el centroizquierda. Esta vez te toca a vos". Es probable que diálogos parecidos empiecen a escucharse en esas mismas oficinas del CFI y en todos los cenáculos políticos y sindicales del peronismo.

Barajar y dar de nuevo

La descomposición del actual sistema de fuerzas en su conjunto abre una oportunidad para la configuración de una nueva alternativa de poder. No se trata de reconstruir una imaginaria mayoría preexistente, sino de una mayoría a construir, con ideas y propuestas capaces de responder a los desafíos de hoy. Nadie gana ya "con la camiseta". Esta fue la lección que el peronismo aprendió en 1983 y originó el surgimiento de la renovación, que posibilitó su regreso al gobierno en 1989.

Avanzar en esa dirección requiere, ante todo, afirmar la unidad nacional como valor supremo.

A diez años del pontificado de Francisco, es más que oportuno recordar uno de sus apotegmas favoritos: "la unidad es superior al conflicto". Esta formulación no implica desconocer la existencia de los conflictos, sino buscar siempre una vía de superación y no la exaltación de la confrontación permanente. En las presentes circunstancias, exige enterrar el pasado como asunto de discusión política, tal como lúcidamente hizo Perón al retornar a la Argentina en noviembre de 1972.

* Presentación en el Centro de Reflexión Política Segundo Centenario, el martes 7 de marzo

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