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Los argentinos atravesamos tiempos convulsionados, en los que reina la incertidumbre sobre el futuro inmediato.
El gobierno y los dirigentes de la oposición deben tomar conciencia de que, sin un acuerdo de gobernabilidad basado en objetivos de interés nacional, la decadencia del país se profundizará y todo su peso caerá sobre la ciudadanía.
Necesitamos llegar con la mayor calma posible al 10 de diciembre y tomar conciencia de que el futuro presidente, sea quien sea, no tendrá en el Congreso el número suficiente para gobernar sin acuerdos.
Muchas décadas de fragilidad monetaria nos han enseñado que el dólar y la inflación suben de la mano, con un progresivo deterioro de la calidad de vida.
A lo largo de este mes, la cotización aumentó $76. El viernes cerró a $469. Un incremento de 19,3% en 28 días. Con el dólar oficial a $229, la brecha cambiaria llega al 105%.
Negar la realidad solo agrava los problemas.
Como dijo el jueves Cristina Kirchner, "hace falta honestidad intelectual" (para todos, claro). De esa manera, aceptar la evidencia de que cuando se gasta más de lo que ingresa y cuando se produce menos de lo que hace falta, la economía del país retrocede y, con ella, la calidad de vida de la gente.
Al dólar y a la inflación no lo frenan medidas represivas sino políticas congruentes, en las que el Estado apoya claramente a la producción y al comercio exterior. Ese es el viraje que necesita el país y que solo será posible si la política se ordena y el Estado se profesionaliza y deja de ser botín de las elites políticas.
Es imposible mantener la calma en este clima que presagia un fin de ciclo. Todos los problemas se van agravando, con un costo social altísimo.
Para preservar su patrimonio, los comerciantes salteños dejan de vender determinados productos debido a la falta de precios de los proveedores; ese es el síntoma más claro de un estado previo a la hiperinflación. Una señal de que la crisis llega al extremo.
Con el Banco Central con mínimas reservas netas y debiendo sostener un circulante de $5 billones y una deuda en Leliq por $12 billones, no es extraño que muchos funcionarios deslicen el temor de que el estallido llegue antes del cambio de gobierno.
Urge tomar medidas de fondo, aunque no coincidan con el relato. Sin embargo, la falta de armonía entre el presidente Alberto Fernández, la vicepresidenta y el ministro Sergio Massa los paraliza. Por eso, las decisiones que se anuncian son de mera coyuntura.
Mientras se lleva adelante una devaluación encubierta del peso frente al dólar, que llega al 25,7% en el año, Massa recurre al FMI, al Tesoro norteamericano y a la asistencia de China tratando de conseguir divisas que eviten el colapso, al menos, antes de agosto.
Pero no se gobierna seriamente sin tomar medidas de largo plazo. El país demanda proyectos de fondo, que se pongan en marcha sin demora para que el próximo presidente los continúe. Es difícil esperarlo de una dirigencia agrietada y sin ideas, pero es imprescindible.
El actual gobierno debe encaminar los problemas pendientes, que son muchos y en todas las áreas. Y acordar con la oposición los pasos a dar en estos siete meses de transición.
El próximo presidente deberá afrontar un proceso sumamente complejo. Es signo de honestidad intelectual reconocer que sin negociación y acuerdos parlamentarios la crisis se precipitará enseguida. Los agravios, los mesianismos y las amenazas cierran cualquier sendero de salida.
Sin un cambio de actitud de todos los sectores, seguiremos jugando con fuego en medio de una sociedad agotada y sin confianza en la política ni en las instituciones.
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