inicia sesión o regístrate.
Algunos episodios comienzan a mostrar con claridad, y también con violencia, el hartazgo de una sociedad que día a día se distancia cada vez más de los líderes políticos. Con tantos fracasos, ya no se tolera la percepción de que las mismas figuras, con los mismos relatos, se aferren a su dosis de poder y privilegien sus ingresos y su calidad de vida. Entre tanto, esa sociedad se sumerge en el estancamiento y la pobreza.
En La Matanza, el asesinato del colectivero Daniel Barrientos derivó en un episodio escandaloso, cuando el ministro de Seguridad, Sergio Berni, fue expulsado a golpes por un grupo de compañeros de la víctima, quienes lo trataron de mentiroso, le recordaron los asesinatos de otros dos choferes de la misma línea y lo despidieron con el grito de "que se vayan todos".
El gobernador Axel Kicillof y el propio Berni optaron por colocarse en víctimas de una emboscada imaginaria, con un relato distorsivo que las cámaras desmintieron.
La politización del asesinato es indigerible para la sociedad.
En una encuesta digital realizada en Salta por El Tribuno, el 60,44% de los que respondieron afirmaron que hay hartazgo en la sociedad por la inseguridad; el 34,53% consideró que el Gobierno sigue sin atender temas urgentes como la inseguridad y solo el 5,03% consideró el caso como un hecho aislado.
Este episodio mostró la desconexión entre lo que quieren ver funcionarios y legisladores, y lo que la realidad cotidiana hace padecer al ciudadano común.
No solo se trata de los crímenes y la impunidad de los delincuentes. La inseguridad cala en la gente porque nada es seguro en la Argentina: la inflación es el problema más grave en los hogares y un asalariado no sabe por cuánto tiempo podrá conservar su casa, comer cuatro veces al día y mandar a los hijos al colegio. Porque la otra inseguridad agobiante es el temor a perder el empleo, registrado o no, antes de resignarse a depender de la ayuda discrecional del Estado.
Al mismo tiempo, el ciudadano, que sabe que la inflación endémica es producto de un Estado ineficiente, debe escuchar de las autoridades que se trata de un fenómeno imaginario. Una sensación, igual que la inseguridad.
En medio de tanta frustración camuflada con palabrerías, fotos y eslóganes, oficialistas y opositores se enredan en peleas grotescas que para el ciudadano preocupado son espectáculos irrelevantes.
La dirigencia y la gente común viven realidades paralelas.
El extraordinario impacto provocado por la obtención de la Copa del Mundo también expresa el desahogo de una sociedad que celebró a un equipo que exhibe trabajo, calidad y humildad, y sin prestarse a los juegos de la política. Esa misma sencillez y la necesidad de recuperar valores como la laboriosidad y el diálogo, en Salta han convertido en figuras simbólicas a un niño, José Andrada, que hizo emocionar a los campeones con sus palabras de aliento y un joven, Marcos Ginocchio, ganador en el programa Gran Hermano. La gente busca empatía y éxito genuino, sin jugarretas arteras. Y eso no abunda hoy en la política.
Pero la historia nos muestra que la antipolítica entraña un grave riesgo. El reclamo de "que se vayan todos" no brinda soluciones y, en cambio, puede facilitar el acceso al poder de un fanático que se muestre enojado y prometiendo milagros y quimeras.
Lo que necesitamos en Argentina y en Salta no es un superhéroe proveniente de otra galaxia, sino que todos aquellos que ocupan o aspiran a posiciones de poder bajen de su Olimpo para dialogar con los adversarios, depongan el egocentrismo que los obnubila y empiecen a conocer la realidad y los sueños de quienes sufren en sus vidas la inseguridad de la inflación, el desempleo y el delito.