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Civilización o barbarie

Jueves, 22 de junio de 2023 02:57
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Publicado en 1845, el "Facundo o Civilización y barbarie en las pampas argentinas", de Domingo Faustino Sarmiento, es uno de los textos fundacionales de la cultura y de la literatura argentina. Obra excepcional que cruza distintos géneros y registros -del ensayo histórico a la biografía novelada, pasando por la argumentación política y el estudio geográfico y cultural-, la vida de Facundo Quiroga, caudillo federal del interior del país, es utilizada por Sarmiento en su campaña antirrosista para explorar el espíritu político, económico y social de esa época y revelar, finalmente, la dicotomía central en la que el autor ve cifrado el porvenir argentino: civilización o barbarie. Casi 180 años después, seguimos inmersos en la misma dicotomía.

No hace falta empuñar un cuchillo o un arma para ser violento. Se puede ejercer una mucho mayor cuota de violencia empuñando un plan social; la promesa de un terreno; el sueño de una vivienda. La promesa de un sustento a fin de mes. Ofreciendo una educación a cambio de adoctrinamiento que, a edades infantiles, corromperán esas mentes de por vida. Pocas violencias son más violentas, crudas y efectivas que la violencia ejercida acuciando la pobreza y explotando la necesidad.

La Hermana Marta Pelloni dice que las organizaciones sociales son necesarias. No puedo estar en mayor desacuerdo. Las organizaciones sociales solo son necesarias cuando el estado no cumple su rol; cuando el Estado está ausente. Desde Cáritas hasta la más obscura organización social no tendría cabida alguna, ni rol ni razón de ser, en un sistema donde el Estado haga lo que tiene que hacer. Cuando atiende las necesidades de aquellos a quienes pretende atender. La organización social -genuina o ilegítima- sólo tiene razón de ser ante la ausencia parcial o total del Estado.

Pero cuando el Estado desvía su atención y sus fondos a punteros políticos violentos como Emerenciano Sena en Chaco; o a Milagro Sala en Jujuy; o a los infinitos minicaudillos barriales como ellos; el Estado mismo se constituye en una organización social espuria que, con dinero del Estado, compra voluntades y votos. Que ejerce una violencia canallesca lucrando con la necesidad ajena. Que crea más pobreza y más necesidad. Que lucra con esa necesidad y con esa pobreza que acaba de acrecentar.

Además, cuando el Estado desvía estos fondos y atenciones hacia estos personajes bárbaros, brutales y violentos, el Estado mismo se convierte en un Estado bárbaro. Pierde su legalidad y las pizcas de representatividad y legitimidad que le quedan. Se vacía a sí mismo desde dentro hacia fuera. Queda un remedo de Estado democrático. Un remedo de Estado representativo. Un remedo de Estado funcional. Un remedo y una burla de Estado nacional. Subroga la razón de ser de un Estado soberano y patriótico que defiende a sus ciudadanos, solo para convertirse en el Estado más violento posible, el más corrupto, el que hostiga, castiga y persigue a los ciudadanos que clama proteger. Un Estado que esclaviza. Un Estado amoral dirigido por caudillos feudales tan barbáricos como esa misma barbarie que hace cientos de años se trató de erradicar y sobre la cual se quiso construir algo. No lo conseguimos. Seguimos sin conseguirlo.

Los Emerenciano Sena, las Milagro Sala y los infinitos seres despreciables que crecen a la sombra y al abrigo del poder de gobernadores como los Capitanich, los Ramón Saadi o los Alberto Rodríguez Saá, los Zamora, los Gildo Insfrán, y toda la larga lista de dinastías provinciales que se perpetúan en el poder, que quitan y eliminan trabajo legítimo y lo suplantan por dádivas discrecionales o por empleo estatal pagado con dinero obtenido por la pérfida coparticipación; son apenas un síntoma de un sistema que está corrupto y podrido desde la raíz hasta la médula. Un sistema que, por razones que nadie alcanza a comprender, no vamos a poder cambiar sin cambiarlo todo. No el cambio gatopardista -que todo cambie para que nada cambie- que proponen casi todos los precandidatos del oficialismo, de la oposición y de ese absurdo e inhóspito ultraliberalismo radicalizado.

Sólo un cambio de raíz; un cambio completo de la matriz de valores y de los propósitos de la Nación; sólo un cambio de veras revolucionario que busque instalar -por vez primera- un país libre; un país de verdad; una Patria de todos para todos. No esta Patria de pocos para pocos que declaman a viva voz esos mismos pocos escondidos detrás de una falsa pluralidad. Lo dijo Aldous Huxley en "Un mundo feliz": "Revolcarse en el fango no es la mejor manera de limpiarse". Civilización o barbarie. Ciento ochenta años después y el dilema sigue siendo el mismo. Los Emerenciano Sena de este país son el síntoma de una barbarie enraizada que, hoy, aflora por todo el país.

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