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René Favaloro ya es una de las figuras más trascendentes de la historia argentina. Su vida y su muerte describen con transparencia, frustración y dolor lo que nuestro país podría ser; lo que debería ser, si siguiera los mandatos de los próceres de la independencia y de la organización nacional.
El médico salteño Ricardo León de la Fuente propuso el otro día "recordarlo como un prócer, no solo de la medicina, sino de la historia argentina".
Es que este científico extraordinario, creador del by pass coronario, una práctica quirúrgica que desarrolló personalmente en Estados Unidos y que le dio fama mundial, y que, sobre todo, permite salvar millones de vidas, fue un patriota y un humanista.
Desde el punto de vista académico está a la altura de Bernardo Houssay, Luis Federico Leloir y César Milstein, nuestros tres Premios Nobel en Ciencias. Pero él prefería que se lo recordara como médico rural y docente.
Apenas graduado, no aceptó un cargo en el Policlínico de La Plata porque se le exigía adherir al partido gobernante y, por eso, porque era un demócrata, decidió trabajar durante doce años en el pequeño pueblo pampeano de Jacinto Arauz, el mismo lugar que eligió para que descansen sus cenizas. Nacido en el barrio El Mondongo, de La Plata, la nobleza del trabajo y el valor del estudio disciplinado signaron su vida tanto como su sensibilidad frente al paciente. De Jacinto Arauz se trasladó a Cleveland, en Estados Unidos, donde valoró el respeto de la política por la ciencia y la investigación y donde su talento como médico y su tenacidad en el estudio le permitieron llegar a las más altas cumbres de la medicina mundial.
Como era un patriota, volvió a la Argentina para tratar de aportar al país sus conocimientos y su vocación como educador.
En 1971 puso en marcha el proyecto de crear una institución para formar a profesionales en la medicina de excelencia. De esa voluntad nació la Fundación Favaloro.
No fue un político, sino un médico que conocía el esfuerzo y la pobreza, pero también la grandeza del saber; que dedicaba al paciente una atención privilegiada, y que tenía un proyecto de país.
Muy pronto experimentó la frustración que generan la burocracia estatal, la corrupción, la manipulación de las obras sociales a manos de los sindicatos, las artimañas de muchos profesionales para sacar ventaja a costa de los pacientes y de la venalidad generalizada.
Estableció en la Fundación un decálogo que debían aceptar quienes quisieran trabajar a su lado, pero que sintetiza lo que él esperaba para el país, porque lo veía como el único camino hacia la grandeza y la paz social.
Esa normativa ética se basaba en la honestidad, el trabajo "esforzado y apasionado" y la libertad sin dogmatismos ni prejuicios. Expresaba que el paciente, como el país, deben ser los únicos privilegiados porque "lo individual debe subordinarse al bien común". Y destacaba que para el médico y para todos los seres humanos, "el único verdadero premio es la satisfacción por el deber cumplido".
El 29 de julio se cumplirán 23 años de su muerte. En su carta de despedida a su familia menciona ese plexo de valores, esencialmente humanistas, democráticos respetuosos de la libertad y la dignidad. Repasa su vida y denuncia "… la tremenda corrupción que ha contaminado a nuestro país en todos los niveles".
René Favaloro nos interpela con su vida y con su muerte: "A mí me ha derrotado esta sociedad corrupta", dice en ese mensaje final, y añade: "Alguna vez en un acto académico en USA se me presentó como a un hombre bueno que sigue siendo un médico rural. Perdónenme, pero creo, es cierto. Espero que me recuerden así".