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La movilización masiva de policías, gendarmes y unidades de élite no pudo detener una quinta noche consecutiva de violencia en toda Francia tras la muerte de Nahel M., abatido por un policía en Nanterre, un suburbio al oeste de París.
Nahel era un joven de origen argelino, un hijo único que fue criado por su madre en el distrito Vieux-Pont de Nanterre, según el diario local Le Parisien. Se ganaba la vida como repartidor de pizza.
Era un "niño de barrio" que tenía "ganas de encajar social y profesionalmente, (no era) un niño que vivía del tráfico de drogas o en la delincuencia", le dijo a Le Parisien Jeff Puech, presidente de un club donde el joven jugaba rugby.
Pocas horas después de su muerte, la fiscalía de Nanterre aseguró en un comunicado que el adolescente era "conocido por los servicios de Justicia, en particular por negarse a obedecer".
Según el relato del policía que disparó, Nahel habría muerto precisamente tras desobedecer la orden de alto.
El caso de Nahel ha reavivado la controversia sobre la acción policial en Francia, donde se registró un récord de 13 muertes durante controles de tráfico el año pasado. Nahel es la segunda víctima en este año.
Organizaciones como Amnistía Internacional y el Consejo de Europa han acusado recientemente a las fuerzas de seguridad francesas de abuso policial en el manejo de manifestaciones masivas, como las de los "chalecos amarillos" o las más recientes protestas contra la reforma de las pensiones.
Pero la muerte de Nahel parece poner en evidencia que el problema va más allá. A tres días de su muerte, la ONU le pidió este viernes a Francia que aborde con seriedad los problemas de racismo y discriminación racial dentro de sus cuerpos policiales.
Este homicidio ha despertado nuevamente la ira de los suburbios desfavorecidos en Francia, esas barriadas periféricas que a menudo albergan a los sectores más pobres de la sociedad francesa.
"Las personas que viven en estas comunidades tienen dos veces más probabilidades de ser inmigrantes que el promedio nacional y tres veces más probabilidades de estar desempleados", escribió Lefebvre en su artículo para el Instituto Montaigne.
Estos barrios, conocidos como banlieues (la periferia de las ciudades), se vuelven escenarios de violentas protestas tras casos como el de Nahel, que ocurren con cierta frecuencia.
En 2005 fue el suburbio parisino de Clichy-sous-Bois el que estalló, tras la muerte de dos jóvenes musulmanes de 15 y 17 años, electrocutados en una subestación eléctrica cuando escapaban de la policía.
Nicolas Sarkozy, quien era en ese entonces ministro del Interior y luego sería presidente de Francia, calificó a los manifestantes que comenzaron las protestas de "escoria".
La banlieue se volvió a despertar en 2017, luego de que el joven Théodore Luhaka fuera violentamente maltratado por la policía en otro suburbio de París, Seine-Saint-Denis.
Ahora es el turno de Nanterre tras la muerte de Nahel.
El sociólogo francés Fabien Truong, profesor en la Universidad de París-VIII, explicó en una entrevista al diario Le Monde que muchos de los manifestantes son chicos de la misma edad que este adolescente, que reaccionan "de forma íntima y violenta" por la sencilla razón de que la víctima pudo haber sido alguno de ellos.
"Todos los adolescentes de estos barrios tienen recuerdos de altercados negativos y violentos con la policía", dijo el académico y concluyó: "En estos barrios, la pobreza y la inseguridad son realidades concretas. Por eso este enfado es político".