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4 de Julio,  Salta, Centro, Argentina
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A pesar de todo, ¡a votar!

Viernes, 11 de agosto de 2023 02:17
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Argentina atraviesa un tramo agónico en el que el desgano del 31,8% (promedio) de la población electoralmente habilitada hizo más de 5,3 millones de votantes ni siquiera fueran a votar en las 17 elecciones provinciales realizadas hasta fines de julio de 2023. A estos hay que agregar quienes votaron en blanco o promovieron impugnaciones, para mostrar su profunda frustración.

El agotamiento es general por una pila de razones: el salario no alcanza, falta trabajo, la informalidad es cada vez más ancha, la inflación está matando a todos, los precios no paran de subir, el valor del peso es cada vez más bajo, imposible planificar la economía del mes, las compras son cada vez más escuálidas, no hay actividad económica visible, el crecimiento se detuvo, el dólar no para de subir, la emisión de papeles color naranja tampoco cesa, la pobreza se incrementa día a día (43%), proliferan quienes duermen en la calle, el delito está desbocado, la inseguridad es irrefrenable, el narcotráfico se triplica sin que el gobierno reconozca el caos y se alarme un poco.

Las oposiciones están encarnizadas sin distinguir a su verdadero adversario. Algunos exhiben proyectos para una salida, pero explican poco y mal lo que van a hacer realmente. Faltan liderazgos nítidos, porque esta tampoco es una etapa de previsibles surgimientos de hombres o mujeres con el nivel político de excelencia que requiere la crisis de mayor envergadura que se ha registrado en la historia del país. Es lo que hay, una inmensa mediocridad incapaz de extraer de los argentinos una simple mueca de sonrisa.

Al interior de los grupúsculos conformados dentro de las alianzas presentadas se revela un peligroso entretenimiento cuyo foco principal apunta a las vivarachas respuestas de ocasión hacia los contrincantes. Como en las peleas de barrio, no se dejan pasar ni una; típica gilada argenta de un conjunto de dirigentes -de ambos lados de una grieta desahuciada-, más preocupados en dar el zarpazo final que en ofrecer posibilidades concretas de resolución de los conflictos reales, que son muchos y demasiado grandes.

Ahora ya todos saben que la Argentina ocupa los peores lugares de los rankings mundiales en cuestiones económicas y de calidad democrática. Más abajo no se puede estar. Sin embargo, persisten las actitudes adolescentes de retruques perennes, convencidos de que es inminente la última batalla campal.

Mientras tanto, la población en general los ignora porque está harta de la política de cabotaje.

En la actualidad se reflotan confrontaciones estériles entre presuntas derechas e izquierdas, cuando en realidad las peleas de fondo siempre fueron y son, estrictamente, por la mayor tajada de la torta del poder. Extrañamente, y como si faltara algo más, el liberalismo hizo su ingreso delirante al ring con discursos éticos insostenibles.

La ética y la moral no abundan. Muchos moralistas, sin importar a qué alianza o partido pertenezcan, han vivido o viven de la teta del Estado. Los más osados fueron protagonistas de enormes hechos de corrupción y hasta fueron condenados, pero los hay también bordeando las líneas grises de negocios no reconocidos o sueldos abultados en un conchabo estatal.

Cruje el sistema democrático argentino, al igual que en otros países latinoamericanos; se han perdido las mínimas normas de convivencia; la Constitución Nacional y las provinciales son incumplidas o modificadas "a piacere" para beneficios personales. Por las malas praxis económicas Argentina ha perdido el valor de su moneda. Las producciones agropecuarias e industriales tienden a detenerse; exportar es un martirio y las importaciones fueron jaqueadas con los nuevos impuestos. El pueblo argentino soporta la presión de 180 impuestos fiscales, de los cuales solo unos 10 son justificables. Los productores, los empleados formales e informales deben trabajar medio año para mantener al Estado y "ganar" -es un decir- en el semestre siguiente.

La educación argentina se arrastra por el piso, las nuevas generaciones carecerán de la formación necesaria por la estupidez de una ideología empeñada en fabricar mentes ignorantes. Ignorantes te quieren, ignorantes te necesitan para doblegar a un país entero. La base sustancial del crecimiento de una nación está en la educación, y si esa base es endeble, el país será también endeble.

La inseguridad interna está cobrando un status de gran peligrosidad, alentada por la injerencia del narcotráfico que no se combatió en los últimos cuatro años.

La política exterior argentina brilla por su ausencia, por su falta de rumbo, por la ineficacia en el manejo de los vínculos y las relaciones internacionales.

El embrollo es monumental.

El hecho de que se respeten las elecciones generales es un buen síntoma para la reconstrucción del sistema democrático de la República Argentina. Sin proscripciones ni avasallamientos contra los opositores, como en Venezuela o Cuba, el acto eleccionario da fe de que no está todo perdido.

Por eso, en el dramático panorama trazado, queda una luz de esperanza, pero para que todo comience a transformarse hace falta lo más esencial de la democracia: que los habitantes de este suelo vayan a votar. Votar es la herramienta indispensable para gritar la disconformidad, confirmar los proyectos personales, y ejercer el mejor derecho con el que cuentan los ciudadanos de un país que no se rinde, pese a todo.

 

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