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Otra vez, como cada año, la escena se repitió. Antes de la medianoche y algún tiempo después, el cielo se iluminó, pero sobre todo retumbó. Bombas de estruendo, fuegos de alto poder explosivo y detonaciones secas volvieron a escucharse en distintos barrios de Salta Capital y en localidades del área metropolitana, a pesar de que la pirotecnia sonora está prohibida y de que hubo controles.
No es un fenómeno nuevo, pero sí persistente. Si bien durante los últimos años el tiempo durante el cual se escuchan los ruidos se fue acotando, es decir ya no son horas interminables de explosiones como ocurría hace unos cinco o seis años, en muchos lugares los estruendos se concentran en un tramo más corto. Sin embargo, eso no alcanza para quienes padecen sus consecuencias.
González agradeció al personal de Policía de la Provincia, a los Bomberos Voluntarios y a los trabajadores municipales. "Se realizaron los controles, pero no fue suficiente. Entonces, más allá de que tengamos ley y ordenanza, y que la gente sabe que hace mal a muchas personas, tenemos mucha gente que igual compra. Y ahí es donde tenemos que afianzar la campaña de concientización en conjunto, no es porque le moleste al vecino, no es porque le moleste el ruido fuerte, sino porque hay muchas personas que la pasan mal, realmente les hacen daño; que se lastiman, se autoagreden", dijo el padre.
La normativa está. Las campañas de concientización también. Se repite todos los diciembres el pedido de pensar en los demás, de evitar el ruido, de elegir alternativas sin sonido. Aun así, cada fiesta deja el mismo saldo de personas mayores alteradas, bebés que no pueden dormir, mascotas desorientadas, niños con trastorno del espectro autista atravesando momentos de angustia. Y vecinos preguntándose por qué cuesta tanto entender algo tan simple.
Porque el problema, en el fondo, no es solo legal. Es cultural. La pirotecnia sonora sigue apareciendo como una forma de celebración para algunos, aunque implique incomodar o dañar a otros. Y ahí es donde la ley empieza a quedarse corta. Se puede prohibir, sancionar, decomisar. Pero no se puede obligar a alguien a ponerse en el lugar del otro.
Ser empático no cuesta nada. Literalmente, es gratis. No requiere comprar algo distinto ni hacer un esfuerzo extraordinario. Solo implica pensar, por un momento, que al lado hay alguien que no vive la fiesta de la misma manera. Que no todos disfrutan del estruendo. Que hay realidades distintas conviviendo en la misma cuadra.
También es cierto que la empatía no se aprende por decreto. No se enseña con una ordenanza. Mucho menos a los empujones. Es una construcción que empieza en casa, sigue en la escuela y se refuerza en la convivencia diaria.
"Se trata de un cambio cultural. Tenemos leyes y ordenanzas, pero nosotros pretendemos como sector, y como muchos otros sectores, que la gente no use pirotecnia de alto impacto sonoro porque sabe que al otro le hace daño, no porque esté prohibido por una ley o por una ordenanza. Nosotros pedimos inclusión, respeto, y también entendemos que hay familias que les gustan los juegos artificiales; pero que se tiene una gama infinita de juegos artificiales que no hacen estruendo", dijo González.
El padre realizan siempre una vinculación directa y proporcional entre Navidad y Año Nuevo. Siempre en la primera fiesta es menor, en la segunda es significativamente mayor. Ahora bien, con lo que se tiró en Nochebuena se prevé un infierno para recibir el 2026.
Las fiestas son un buen termómetro social. Muestran cuánto avanzamos y cuánto falta. La reducción del tiempo de pirotecnia es una señal positiva, pero insuficiente. El desafío sigue siendo el mismo, entender que celebrar no debería implicar hacer sufrir a otros. Mientras eso no se asuma de verdad, el ruido va a seguir ganándole a la empatía, al menos por unos minutos cada diciembre.