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La parálisis de las grandes potencias mundiales

No estamos en una era de fortalecimiento del orden internacional. Más bien, todo indica que el poder global se fragmenta de manera rápida y anárquica, y en el que las grandes potencias sólo atinan a hacerse las distraídas.
Domingo, 07 de enero de 2024 01:42

En los círculos académicos se puso de moda la idea de que la competencia entre las grandes potencias define la geopolítica mundial, algo que había quedado en el olvido tras el fin de la Guerra Fría. A grandes rasgos, hoy existen cuatro grandes potencias mundiales: Estados Unidos, Rusia, Europa y China y, algunos analistas asumen que lo que hagan estas potencias determina la forma del mundo. Quizás, puedan estar equivocándose y, en realidad, dan más forma al mundo con lo que dejan de hacer que con lo que hacen.

Por ejemplo, la guerra en Ucrania podría ser interpretada como un ejemplo de competencia entre potencias. Para Putin, la invasión fue un acto de resistencia ante el avance americano y europeo en su zona de influencia. Ahora tanto Rusia como los estados occidentales buscan apoyo internacional para lo que cada uno de ellos considera una lucha existencial entre valores opuestos. Por el momento, esta guerra sólo ha profundizado las tensiones entre Rusia, Estados Unidos y Europa, mientras ha irradiado hacia afuera, generando oleadas de migraciones forzadas que agudizan los problemas de los países vecinos. Pero, detrás del marco teórico de la competencia entre potencias, se pueden apreciar otras dinámicas que escapan a esta lógica y que muestran que existen fuertes tensiones entre todas ellas que obstaculizan sus despliegues internacionales.

Por ejemplo, Estados Unidos y Europa están unidos por alianzas formales y firmes, pero determinadas formas de competencia tecnológica -como los subsidios de Estados Unidos a la tecnología verde- los ubican en veredas opuestas en ciertos temas. En Estados Unidos, el fracaso de la política del “desacople” impulsado por el expresidente Trump -y que resalta aún más la profunda interdependencia económica entre Estados Unidos y China-, sumado a la enconada competencia tecnológica y comercial entre ambos; los convierte en adversarios que no podrían asumir un enfrentamiento final. Y China y Rusia tienen una asociación no formal por la cual buscan no estorbarse el uno al otro y hasta se ayudan por detrás de bambalinas.

Si bien estas “trabas” podrían parecer una bendición, en realidad, parecen estar convirtiéndose en una suerte de maldición y de parálisis. Los vacíos de poder se multiplican. En África, los Balcanes, el Medio Oriente y el Cáucaso Sur, viejos conflictos -algunos inactivos por años-, se reavivan mientras algunas potencias intermedias y actores locales se vuelven más audaces. Y, en casi todos los casos, las grandes potencias miran impotentes sin saber qué hacer y sin el apoyo interno que nPor ejemplo, en los próximos meses, las partes afectadas por la guerra entre Israel y Hamas buscarán ayuda en estas grandes potencias y es probable que las encuentren incapacitadas para resolver la situación. Rusia depende de Irán para dar ayuda militar. Estados Unidos brindará apoyo a Israel, pero tendrá dificultades para llevar a los palestinos a la mesa. China suele ofrecer ampulosas palabras sobre la paz, pero evitará cualquier tipo de participación directa, y Europa se encontrará con que no puede hacer nada. Quizás este un síntoma del nuevo orden internacional multipolar del siglo XXI.

 Un emperador sin ropa

En septiembre, Azerbaiyán lanzó una ofensiva militar en Nagorno-Karabaj, un territorio disputado por mucho tiempo y poblado en su mayoría por armenios. Históricamente, Rusia siempre fue el intermediario diplomático y militar externo en esa zona. Si Rusia no hubiera invadido Ucrania, podría haber estado en una mejor posición para respaldar a Armenia. Pero en Ucrania, Rusia se ha anudado a sí misma en una guerra interminable y tanto los recursos militares y económicos de Moscú están al límite como para abrir otro frente de conflicto.

En diciembre de 2022, confiando en la fragilidad de Rusia, Azerbaiyán bloqueó la única carretera que conecta Armenia con Nagorno-Karabaj. Cuando los pacificadores rusos no pudieron desbloquearla, Azerbaiyán y su principal aliado, Turquía, juzgaron con razón que Rusia era un emperador sin ropa. La respuesta rusa sugirió -con crueldad- que los problemas de Armenia fueron autoinfligidos y que eran el precio por su deriva hacia Occidente.

 ¿Y Europa?

Europa ha usufructuado durante mucho tiempo su “poder blando” para imponer sus valores. Pero es una gran potencia asimétrica: su capacidad militar no coincide con su capacidad económica.

Los europeos, que disfrutaron de décadas de estabilidad y que confiaban que la paz en el continente duraría para siempre, se encontraron de improviso con que la guerra había vuelto al continente, exponiendo sus debilidades como un actor de peso en el escenario internacional. Muchos de los Estados miembros de la UE no están alineados en sus intereses y prioridades: Italia se preocupa por la inmigración; Polonia teme la agresión rusa y Portugal se preocupa por su economía. Peor, la propia configuración política europea va en contra de una política exterior proactiva en conflictos de esta índole.

Frente a la ofensiva de Azerbaiyán y la huida masiva de armenios de Nagorno-Karabaj, las tensiones entre Kosovo y Serbia, o la guerra civil en Sudán, Europa ha sido un espectador pasivo. En África las naciones no olvidaron su pasado colonial y, en una sucesión de golpes de Estado en Burkina Faso, Malí, Níger y el Sahel, expulsaron a sus fuerzas militares y a embajadores europeos sin obtener respuesta europea. Otro emperador que perdió el título y la ropa.

Desunidos y polarizados

A pesar de los esfuerzos hechos por Donald Trump por enredar la política exterior americana, Estados Unidos sigue siendo una potencia mundial. Sus activos estratégicos combinados, desde su economía hasta sus instituciones de inteligencia y su ejército, son incomparables.

Para competir con la Iniciativa del Cinturón y Ruta de la Seda de China, Estados Unidos presentó un plan para invertir en un corredor económico que fortalecerá los vínculos de transporte y comercio entre la Unión Europea, India y el Medio Oriente. Washington también fortaleció sus alianzas en el Indo-Pacífico, y el equipo de Biden ha apoyado con fuerza los esfuerzos de Israel por normalizar las relaciones con los estados árabes vecinos, en particular con Arabia Saudita.

Pero la política exterior de Estados Unidos también sufre de una disparidad entre la intención y la capacidad. La guerra en Ucrania ha consumido muchos recursos militares y económicos, imponiendo restricciones en la provisión de armas y municiones ahora a Israel o, en un futuro, a Taiwán. Washington no estableció líneas rojas creíbles para Bakú en Nagorno-Karabaj, y su atención a las crisis en África occidental es aleatoria.

Además, la polarización política interna y el creciente alejamiento entre el poder ejecutivo y el legislativo han hecho que las transiciones de la política exterior entre las administraciones presidenciales sean abruptas y discordantes. Desunidos y polarizados, Estados Unidos se muestra voluble e indeterminado.

El dragón ineficiente

China es la más inescrutable de las grandes potencias actuales. China tiene más poder militar a su disposición que Europa, y al no usarlo, está menos sobrecargada que Rusia y Estados Unidos. Sin embargo, en el último medio siglo, China ha evitado guerras ejerciendo una precaución que Pekín considera un sello distintivo de su identidad nacional. El presidente chino Xi Jinping no ha invadido Taiwán y es posible que no lo haga. Así, ha aumentado su prestigio en el sur global reforzando su reputación como potencia económica; un superpoder del comercio que lo ha alejado de la imagen de provocador geopolítico.

No obstante, China no ha traducido esta influencia económica y su reputación de no agresión en una gestión eficaz de los problemas globales. En febrero, China propuso un plan de paz para Ucrania pero, poco antes de la invasión rusa, China se había comprometido en una asociación "sin límites" con Rusia. Beijing mantiene una importante relación de defensa industrial con Moscú y, en foros internacionales, protege a Rusia de las críticas; lo que convierte a estos esfuerzos en poco creíbles.

En Medio Oriente, China se ha convertido en uno de los mediadores más entusiastas pero menos eficaces del mundo. Ha realizado incursiones diplomáticas en toda la zona sin lograr ningún resultado concreto para la paz y la estabilidad regional; salvo el de haber hecho negocios con todos ellos.

Mirando a otro lado

La parálisis de las grandes potencias es un riesgo considerable a largo plazo.

Azerbaiyán está lejos de ser una superpotencia; su población es de menos de diez millones de personas. Pero pudo actuar con total impunidad en Nagorno-Karabaj. Hamas no es un estado, pero se sintió fuerte como para atacar a un país con una fuerza militar de clase mundial y con socios internacionales. Comienzan a aparecer actores inesperados mostrando conductas agresivas; países desconocidos díscolos y envalentonados; o actores no estatales con una fuerza y un empoderamiento que antes hubieran resultado impensados.

No parece ser que estemos frente a una era de fortalecimiento del orden internacional. Tampoco parece ser otra era de competencia entre grandes potencias. Por el contrario, parece ser un momento en el que el poder global se fragmenta de manera rápida y anárquica, y en el que las grandes potencias sólo atinan a hacerse las distraídas -mirando hacia otro lado- como una forma de ocultar la parálisis que las aqueja.

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