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La transformación es la llave

Miércoles, 10 de enero de 2024 01:15
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No habrá transformación si la corrupción sigue vigente y la justicia continúa ciega. No habrá transformación en Argentina si no se libera de obstáculos a la producción nacional, al campo y a la industria. ¿Queda alguna duda acerca de que Argentina tiene que transformarse en múltiples sentidos para convertirse en un país acorde con los avances mundiales? La transformación no es lo mismo que el cambio, pues un cambio es aquello que generalmente se hace por alguna necesidad externa para adaptarnos a un entorno o situación, mientras que la transformación es un proceso interno que tiene un propósito profundo destinado a fortalecer los cimientos, las estructuras, las instituciones y a la sociedad en su conjunto.

Es necesario ubicarnos en la época actual y explorar las posibilidades de construir hacia el futuro un escenario nacional muy diferente al actual, que incluya la adecuación de la sociedad a un mundo nuevo, ése que creció enormemente en cuanto a descubrimientos científicos y tecnológicos, el que dejó atrás pensamientos obsoletos y formas de comportamiento productivos y sociales ultra tradicionales.

El año 2023 quizás se recuerde como el de un tránsito tormentoso, pleno de incertidumbres y debates. Sin embargo, en medio del revoltijo hubo ciertas coincidencias provechosas: no podemos seguir como estamos.

En esos momentos de enorme angustia los pueblos suelen tirar el agua del balde con el bebé adentro. Sin darse cuenta, quizás, provocan el giro de la historia que los políticos no se animaron a dar por el simple hecho de defender un "statu quo" en el que se apoltronaron, acunándose en una comodidad construida exclusivamente para hibernar por décadas, sin reformular nada, ni actualizar el estado de las cosas. En suma, sin progresar en lo más mínimo.

El giro no pidió un cambio, tampoco reformas, mucho menos un cambio de ideologías. El pueblo quiere una transformación, aspira a poner la torta con las velitas para abajo, y en ese anhelo persistirá sin importarle quien esté en el poder. Lo único que no perdonará es que no haya transformación.

¿Que el Estado sea grande o chico? Se discute. Los argentinos quieren que funcione de verdad y deje de ser un elefante blanco en medio de un bazar. ¿Qué baje la inflación? Sólo ruegan que baje porque sus bolsillos están exhaustos. ¿Qué bajen los precios, por favor? No importa de qué modo, pero que bajen. ¿Qué suban los salarios?, obviamente. ¿Qué haya más puestos de trabajo para salir de la informalidad?, por supuesto. ¿Qué el problema de los alquileres de vivienda se resuelva?, sí, con ley o sin ley, pero que puedan pagarlos. ¿Qué suban las jubilaciones de los que aportaron treinta o cuarenta años?, ya mismo. ¿Qué los productores del campo dejen de pagar altas retenciones?, es evidente. ¿Qué los boletos de colectivo suban un poco pero no demasiado?, claro está. ¿Y las tarifas de gas y luz?, gradualismo por favor.

La transformación tiene una envergadura mucho más profunda.

Transformar la educación no es garantizar el cumplimiento de los días de clase en el año, eso es el primer escalón, no el más alto.

Educar al soberano (pueblo) supone cancelar la enorme deuda contraída por una docena de gobiernos (militares y democráticos) empeñados en imponer su propia ideología a por lo menos seis generaciones, y eliminar los abusos sindicales respecto del derecho de huelga que no defienden salarios sino intereses dirigenciales.

La transformación educativa será aquella que genere los máximos conocimientos y contenidos; que ofrezca a los alumnos los recursos tecnológicos más adelantados -de última generación- para competir con otros países en las mismas condiciones, y prepararlos para un ingreso universitario de excelencia.

No habrá transformación en Argentina si no se libera de obstáculos y se incentiva generosamente a la producción nacional, al campo y a la industria, a la energía en general y la nuclear en particular, a la minería, a las Pymes y a las grandes empresas nacionales y extranjeras.

No habrá transformación si no se multiplican por tres los puestos de trabajo registrado. No habrá transformación si no se resguarda y explota la riqueza pesquera en el Atlántico Sur. No habrá transformación si el comercio exterior solo encuentra vallas en la exportación y la importación. No habrá transformación sin una moneda nacional lo suficientemente fuerte para competir internacionalmente. No habrá transformación si no se reduce a Cero la pobreza estructural.

El poder ciudadano ha estado ausente frente a los caprichos de quienes manipularon los valores económicos. Es hora de que ese factor sustancial de la sociedad se levante para defender sus intereses y diga ¡no a los abusos!

Para una transformación de 180 grados hay que tener la inteligencia suficiente para contemplar y apreciar los esfuerzos prolongados de una sociedad, los logros grandes y pequeños, los sueños cumplidos y los perdidos; la historia del pueblo argentino.

Las transformaciones mundiales duraderas nunca se alcanzaron por el mérito de la soberbia, sino por la humildad de los líderes de turno. Una humildad sabia, no débil. Una humildad que asume que no se llega fácilmente al puerto deseado. Y ya saben que los mejores resultados se conquistan "paso a paso", sin grandes estridencias, con negociaciones permanentes y consensos sólidos alcanzados mediante el arte de persuadir.

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