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La expresidenta Cristina Kirchner, postulada a la presidencia del PJ, trata de introducir matices reformistas en su discurso tradicional. En sus últimas intervenciones ha incorporado materias que parecían serle ajenas (por ejemplo: atender el equilibrio fiscal, modernizar la legislación laboral porque –ha dicho- "El mundo cambió y tenemos nuevas demandas (…) ha surgido un mundo informal (…) hay que volver a representar al conjunto de los trabajadores de la República Argentina"). Quiere modular un mensaje más adecuado a los tiempos y trascender el rígido corset kirchnerista para romper el aislamiento en el que su fuerza luce enclaustrada. Pero le cuesta producir una melodía que suene bien a públicos ajenos sin por ello espantar al público propio. En realidad, su trayectoria es más elocuente que sus palabras y determina lo que ella representa.
Los estudios de opinión pública destacan la prevalencia de las menciones negativas que ella recoge, pero reafirman que tiene un público fiel que no baja del 25 %, con mayor peso en el conurbano. Varias encuestas recientes muestran también el crecimiento de una opción, que se encuadra bajo el rubro "peronismo no kirchnerista", que ha trepado a una tercera colocación en la opinión pública (después de "libertarios" y "kirchneristas"), con mediciones de dos cifras que representan más de la mitad del caudal atribuido al "kirchnerismo". Allí parece prefigurarse una base para intentos de renovación peronista alejados del kirchnerismo, abiertos a un programa actualizado, a nuevas alianzas y una definición federal.
La polarización con Javier Milei que el kirchnerismo busca y encuentra, intenta bloquear esa posible alternativa independiente y absorber a ese sector de la opinión pública de genealogía peronista, del mismo modo que el presidente pretende, con análogo recurso, quedarse con el grueso del público anti-kirchnerista que todavía sigue al macrismo o a la UCR. Los dos les dan a las urnas de 2025 la jerarquía de un parteaguas y, dicho en términos futbolísticos, se tiran centros simulando que patean penales.
"Pero Milei gobierna y necesita generar hechos además de relatos, si quiere llegar a octubre de 2025 en las mejores condiciones".
Pero Milei gobierna y necesita generar hechos además de relatos, si quiere llegar a octubre de 2025 en las mejores condiciones y sin seguir perdiendo las adhesiones que consiguió en noviembre del último año.
Su fuerza principal radica en el ejercicio vigoroso del hiperpresidencialismo, que es lo que le ha permitido impulsar reformas y permeabilizar el terreno a las transformaciones que auspicia. Pero además del aplauso y la simpatía que los ámbitos empresariales prodigan a los objetivos presidenciales, los mercados esperan otras señales. La sociedad también.
Milei ha satisfecho, en principio, el objetivo de reducir la inflación, aunque todavía falte un buen tramo para, si no eliminarla, colocarla en niveles normales en términos del mundo. El problema es que, al compás del relativo alivio inflacionario, lo que ahora más preocupa a la sociedad es la combinación de caída de la producción y el consumo y el creciente temor por la pérdida del empleo.
Otro obstáculo para atraer inversiones es la disgregación política.
La atomización del sistema político, que el gobierno observa y atiza como una ventaja para compensar su debilidad, no aporta previsibilidad y confianza a los potenciales inversores. El paso atrás de Petronas, que parecía disponerse a protagonizar "la mayor inversión de la historia" en Río Negro junto a YPF y ahora se retrajo, es una señal para tomar en cuenta: el RIGI (régimen de incentivos a las grandes inversiones) es sin duda una condición necesaria, pero no ha sido suficiente. Además de iniciativas atractivas, los inversores necesitan señales de confianza y estabilidad que normalmente florecen en un clima de acuerdos básicos de Estado, no en una atmósfera de agresividad, desorden y dispersión.
Corto plazo
La dispersión del sistema político puede ser una ventaja en el corto plazo para un oficialismo numéricamente débil por aquello de que, en el país de los ciegos, el tuerto es rey. Pero lo que está requiriendo el mercado como gran examinador, es un horizonte de confianza, más allá de la que ya le puede merecer la figura de Milei. Se miden las relaciones de Milei con el Congreso, con la Justicia, con las leyes y con los medios (y, obvio, con la sociedad, con la calle). Se mide lo que vendrá después de Milei.
Se necesita que un sistema político más amplio ayude a transitar un cambio de modelo y acompañe las transformaciones estructurales que se entrevén para darles sustentabilidad en el tiempo.
Otro límite se marcó en la calle con la enorme caminata a Luján orientada por una Iglesia que al tiempo que prioriza la atención sobre los más vulnerables y desguarnecidos y sostiene la justicia social, siguiendo el principio del Papa, prioriza la unión nacional pues considera que la unidad es superior al conflicto. La homilía del arzobispo García Cuerva en Luján lo expresó con clara firmeza.
Esos límites –los del mercado y los inversores, los del Congreso y las instituciones, los de la calle- son manifestaciones de una realidad que empuja en el sentido de profundizar la reconfiguración del sistema político de la que la presidencia Milei es un capítulo.