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En Austria sobrevuelael fantasma neonazi

Como en Hungría, Italia y Francia, la fragmentación política y el retroceso de las fuerzas tradicionales revive u un movimiento radicalizado de derecha, emparentado con los que condicionan a la Unión Europea y al sistema democrático.
Miércoles, 13 de noviembre de 2024 02:26
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Una marea ultraderechista sacude el corazón de Europa. Después de las elecciones legislativas francesas que colocaron a la Agrupación Nacional (AN) de Marine Le Pen como la fuerza política más importante de su país y las elecciones regionales alemanas que pusieron a Alternativa para Alemania en primer lugar en los estados de la antigua franja comunista del Este, el Partido de La Libertad (FPO) austríaco, que encabeza Herbert Kickl, obtuvo el primer puesto en las elecciones parlamentarias del 29 de septiembre y reclama su derecho a formar gobierno, pero el presidente Alexander Van der Bellen, de 80 años, dirigente del minoritario Partido Verde, estima que la composición del Parlamento surgido de esa compulsa torna imposible semejante giro ideológico en la conducción del Estado y trata de forjar alguna coalición provisoria que permita superar un verdadero atolladero político.

El escrutinio definitivo determinó que el FPO cosechó el 29,8% de los votos, contra un 26,5% de la centro-derecha del Partido Popular Austríaco (OVP), un 21% de la centroizquierda del Partido Socialdemócrata (SPO) y un porcentaje mucho más bajo del Foro Nueva Austria y Liberal (NEOS) y otros partidos minoritarios. La distribución de escaños derivada de esas cifras obliga a un acuerdo multipartidario de muy difícil concreción.

El Partido Popular Austríaco, una coalición de conservadores y demo-cristianos, experimentó la mayor derrota de su historia. Su líder, el primer ministro Karl Nehammer, asumió - aunque con un tono más moderado – las consignas de la ultraderecha en materia de seguridad e inmigración. Sin embargo, ese viraje no le impidió hacer la peor elección de su historia, con un 11% de votos menos que en 2019, porque privó a Nehammer de la oportunidad de aprovechar el impulso modernizante del presidente de su partido, Sebastián Kurz.

El Partido Socialdemócrata alcanzó su mínimo histórico. Apenas si logró superar la barrera del 20%, un piso que en términos de imagen pública lo salva de la irrelevancia. Los socialdemócratas tuvieron mejores resultados en elecciones anteriores cuando adoptaron una línea más centrista que la de sus congéneres de Europa Occidental. Pero su líder, Andreas Babler, quiso animar a sus partidarios con un discurso izquierdista que consiguió efectos opuestos a los buscados.

Babler, un candidato nacido y criado en el mundo obrero, no atrajo a una franja significativa de trabajadores que emigraron hacia la ultraderecha. En cambio, tuvo mejores números en los distritos habitados por la clase media "progresista", tradicionalmente más cercanos al Partido Verde pero para frenar el ascenso de la ultraderecha, apostaron tácticamente a votar por los socialdemócratas.

Los analistas tienden a emparentar la parálisis parlamentaria surgida de la fragmentación del escenario político, evidenciado en las urnas, con lo sucedido tras las elecciones francesas, cuando el presidente Emmanuel Macron se vio forzado a urdir una extraña coalición minoritaria de centro que gobierna con el apoyo condicional del bloque ultraderechista de Agrupación Nacional, comandado por Le Pen, contra la furiosa resistencia de la oposición de izquierda del Nuevo Frente Popular, que fundamenta su pretensión a constituir gobierno en su condición de primera fuerza parlamentaria.

Una genealogía muy singular

Si bien es cierto que esa asociación con Le Pen y otras fuerzas políticas europeas, como la encabezada por primera ministra italiana Giorgia Meloni, Vox en España o la emergente Nueva Alternativa para Alemania, y también con los republicanos de Donald Trump en Estados Unidos, está basada en un común denominador cultural neoconservador, el Partido de la Libertad hunde sus raíces en la historia austriaca y ese arraigo le otorga cierta especificidad dentro de esa familia política de la derecha mundial.

Desde 1999, cuando protagonizó una sorpresa electoral con el liderazgo carismático de Jorg Haider, la organización de ultraderecha tiene una presencia activa en el escenario político. En aquellas elecciones ganaron los socialdemócratas. Haider ocupó el tercer lugar con el 27% de los votos. Un cuarto de siglo más tarde la correlación de fuerzas se invirtió. El Partido de la Libertad cosechó el primer lugar y la socialdemocracia quedó relegada al tercero.

Pero el origen histórico del Partido de la Libertad se remonta a 1956, un año después de que las cuatro potencias aliadas vencedoras en la segunda guerra mundial devolvieran la independencia al estado austríaco, que había sido anexado por Alemania en 1938 y ocupado militarmente en 1945 por la pertenencia de su gobierno al régimen nazi.

El primer jefe de la agrupación fue Anton Reinthaller, un antiguo miembro de las SS que estuvo preso entre 1950 y 1955 por su vinculación con un grupo neonazi. En su juventud Reinthalier había integrado el Partido Nacional Socialista Alemán de los Trabajadores (la rama austríaca del nazismo) y luego de la anexión fue designado Ministro de Agricultura. En su primer discurso al frente del partido dejó bien en claro su concepción pangermanista: "la idea nacional no significa en puridad más que el reconocimiento de nuestra pertenencia al pueblo alemán".

En la década del '80 el partido protagonizó un giro centrista, patentizado en la adopción de una plataforma económica liberal que funcionó como un factor de moderación para su radicalismo nacionalista. Haider recogió esa bandera para instalarlo como una formación política cuya legitimidad pasó a ser reconocida por los demás partidos, que en algunas ocasiones procuraron incluso su respaldo para enfrentar situaciones de crisis.

Kickl heredó el cargo de Haider, pero no su carisma. Su carrera comenzó como redactor de discursos de otros candidatos y era considerado más como un estratega político que como un dirigente con proyección electoral. La marea lo colocó ahora en un lugar protagónico. "Nuestra mano está tendida a todos los partidos", declaró la noche de su victoria, aunque ese gesto hasta ahora no fue correspondido por sus destinatarios.

El fantasma del nazismo está presente en Austria desde la derrota del Eje en la segunda guerra mundial. En las primeras elecciones del Parlamento, celebradas en 1945 bajo la estrecha supervisión de las fuerzas militares aliadas que ocupaban el territorio, en las que la centroderecha del Partido Popular Austríaco obtuvo el 49,8% de los sufragios contra el 44,5% de los socialdemócratas, relegando al Partido Comunista al 5,4%, fueron excluidos del padrón electoral 482.000 votantes que habían sido inscriptos en listas especiales por haber sido afiliados al Partido Nazi o desempeñado cargos burocráticos durante su administración.

Nunca hay que subestimar el hecho de que, más allá de su larguísima historia previa, Italia y Alemania son los dos estados nacionales más recientes de Europa Occidental. Su nacimiento oficial se remonta a 1870, medio siglo después de la independencia americana. Esto explica que el origen común de austríacos y germanos excede de lejos la comunidad idiomática entre ambos pueblos. Si fuera necesario un ejemplo bastaría con señalar que Hitler nació en 1889 en la ciudad austríaca de Braunau- Am-Inn.

La unidad nacional alemana, forjada por la hegemonía de Prusia sobre los demás reinos circundantes, fue concretada por Otto Bismarck con la victoria contra el reino austríaco en 1867. Esa derrota militar, que la marginó de la unidad alemana, llevó a la creación del Imperio Austrohúngaro, aliado de Alemania en la primera guerra mundial y disuelto tras el armisticio de 1918, que erigió a Austria en esa república independiente anexada por Hitler en 1938.

Quiso el fatalismo histórico y geográfico que el ascenso del Partido de la Libertad en Austria coincida con el crecimiento en su frontera occidental de Alternativa por Alemania en los estados de la vieja Alemania comunista y en su flanco oriental, en su límite con Hungría, con el régimen de Viktor Orban, un ejemplo paradigmático de "democracia iliberal". Si se agrega que Austria, que por los acuerdos de postguerra no integra la OTAN y su estructura energética tiene una notoria dependencia del gas proveniente de Rusia, cabe entender que este avance de la ultraderecha sea festejado jubilosamente por Vladimir Putin.

* Vicepresidente del Instituto de Planeamiento Estratégico

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