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La prudencia sugiere poner límites a la euforia

Miércoles, 20 de noviembre de 2024 02:16
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Hoy podemos darnos cuenta de un error fatal que cometieron la mayoría de los gobiernos durante la pandemia y meses posteriores a lo peor de la crisis medica: no explicar las consecuencias económicas del rescate social. Me refiero a utilizar las estrategias de comunicación de riesgos aplicada al ámbito político para explicar a la población el costo de proteger millones de empleos, industria y sectores enteros de servicios. Al tener que exponer los déficits fiscales para financiar los rescates sociales y afrontar el desorden de la cadena mundial de insumos, la inflación moderada y alta en el mundo era algo más bien lógico. No explicar a la inflación como una consecuencia de un rescate es el error que pago caro el partido Demócrata en Estados Unidos. La gente odia la inflación. La inflación es una razón más que explica la ola de derrotas de los oficialismos post 2020. En España, por ejemplo, el partido socialista no fue víctima de la derrota al utilizar, justamente, un argumento económico progresista y las ayudas de la pandemia como estrategia de campaña para explicar la inflación.

En Argentina, este argumento se quedaría, en parte, corto. A un año del debate presidencial entre Javier Milei y el entonces ministro de Economía Sergio Massa, queda claro que el drama de la inflación fue parte del armado de razones que derivaron en la elección del libertario. Pero no fue lo único. La sociedad pidió cambio por sobre rutina. Pidió lo extremadamente diferente y un paso no calculado al futuro por sobre la cotidianeidad de un sistema político roto, que no representa. Un año después del debate presidencial, y 10 meses de gestión, la sociedad no naturaliza el cambio drástico como el deseado, pero no castiga al gobierno mientras pueda vencer a la inflación. Cuando el objetivo político se logra, se pregunta menos sobre la solución mientras se festeja el resultado de encuestas de opinión pública, el clima de los mercados o la falta de movilización pública. El gobierno está logrando sostener su necesidad al ritmo de la baja de la inflación. Sostener la épica económica sumada a la narrativa libertaria promercado sirve de encuadre para llegar a las elecciones de medio termino con el objetivo real de conseguir suficientes Diputados y Senadores propios para blindar cualquier veto legislativo. Y si los resultados expectantes acompañan, lanzar la reelección de manera anticipada.

Los límites de un modelo

Ahora bien, la euforia que exhibe el gobierno tiene sus límites. El sistema económico financiero del oficialismo tiene desequilibrios innatos a una filosofía que descree del Estado. Sin entrar en lo técnico, la correlación entre el tipo de cambio, los niveles de exportación, el nivel de las reservas y la recesión inducida para pisar precios pueden entrar en crisis en cualquier momento. Me refiero a que las expectativas de financiamiento a través del superávit o el carry trade son sensaciones políticas, no económicas. Cuando Donald Trump ejecute su plan de tarifas y proteccionismo y afecte a China como a otras economías emergentes como Brasil, Argentina tendrá coletazos económicos que absorber. Cuando los desequilibrios externos lleguen, también llegaran los vencimientos de deuda del Fondo Monetario. Al mismo tiempo, sin la capacidad de un Estado que coordine inversión pública en sectores claves para exportar, el gobierno volverá a acudir al déficit, entonces, volviendo al principio que ya costó 50% de pobreza. Ahora bien, los escenarios pueden fallar y las predicciones menguarse, pero sería difícil entender que el gobierno sabiendo este escenario no planifique su mitigación.

Un plan de mitigación se parece mucho a utilizar el capital político que tiene ahora mismo para saltar ideologías que atrasan y entender en la necesidad de coordinar expectativas, inversión y reglas claras para más producción y por ende, exportaciones. Los famosos consensos que tanto reclamamos en estas columnas. No hay que inventar mucho si se mira al rol de la universidad pública, la ciencia, la tecnología, la infraestructura, la transición energética y la sostenibilidad del ecosistema minero. Cuando el gobierno deba dejar de lado sus postulados libertarios del siglo 19 y se vea atrapado por una crisis de inercia, seguramente irá a un plan de inversión para sacar a la economía del pozo. Cuando llegue ese momento, como ya sucedió con la presidencia de Macri, la inflación volverá a ser un problema, los fondos golondrina ya habrán especulado y la población votará a un proyecto político que castigue el mal manejo del Estado, que claro, tendrá menos capacidad que el anterior. Todo esto es evitable.

El optimismo y la inversión

El gobierno debe utilizar su euforia para convertir el saneamiento de las cuentas públicas en catalizador para la inversión productiva. No digo no empoderar al privado para que lleve adelante su rol en la economía. Lo que sugiero

es su potencialización para que las inversiones sean para proteger el futuro y para prepararse para el futuro. A modo de ejemplo: dejaríamos de debatir el rol de la ciencia y la tecnología o la universidad pública como costo. Mas bien, lo llamaríamos inversión productiva. La euforia actual puede ser vista como exageración cuando las condiciones sociales todavía son pésimas, y los problemas estructurales de pobreza persisten.

Si hay que celebrar que la sociedad acompaño el proceso de ajuste, lo justo es ahora acompañar a la sociedad a la búsqueda de tranquilidad política, acuerdos democráticos y consensos al largo plazo. Convengamos que el famoso y fallido Consejo de Mayo venía para ayudar en esa dirección. Aún comprando la venia ideológica y la batalla cultural, el gobierno puede rearmar la calma desde la entereza económica para poder salir del enfrentamiento sin sentido. Ya hemos visto los límites ideológicos del presidente que mengua de odiar al comunismo a querer reunirse con su par Chino de manera urgente. Lo pragmático de la etapa que viene es saber pararse de la épica de los resultados para mejorar el panorama general del país, no para darle material audiovisual a los trolls de las redes sociales.

Repito: la euforia tiene límites. La Argentina ya vivió la euforia menemista de compras en Miami, la de Néstor Kirchner con su discurso anti-Fondo Monetario, la del periodo de Cristina Fernández y el país de 'buena gente', hasta los globos amarillos y la eterna 'Reconstrucción Argentina' de Alberto Fernández. No necesitamos slogans o épicas percibidas como necesarias para ir a lo concreto: el país tiene cuentas pendientes desde hace décadas de calmar y enfocar a su sistema político a una serie de consensos a largo plazo, intocables, plenamente financiados, y sin dueño más que todo el pueblo. El gobierno está a tiempo para lograr una metamorfosis de lo ideológico al centro práctico de gestionar y gobernar. Enterrarse en la batalla cultural, la financiación de la economía y la falta de negociación al largo plazo solo va a llevar a este gobierno a encontrarse con los resultados magros de otros experimentos en nuestra historia. En ningún caso, esos experimentos, terminaron bien.

 

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