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Desde el fin de la dictadura cívico-militar, cada gobierno democrático en la Argentina ha utilizado sus principios políticos para darle una impronta a la política exterior. A lo largo de este tiempo, lo sensible ha sido reflexionar cual es el interés nacional y, en conjunto, con la impronta política, dar debates en ciertas formas y maneras en el plano internacional, desde lo regional a lo global. Cada gobierno democrático pudo elegir de qué manera defender pactos de Estado como por ejemplo la soberanía argentina en las Islas Malvinas y el Atlántico Sur. También como gestionar las relaciones entre estados y entre organizaciones internacionales para poner en agenda debates importantes, como el enjuiciamiento a los responsables por el atentando a la AMIA y la necesidad de sostener principios rectores para resolver los mecanismos de deuda soberana. En cada gobierno, cada oficialismo marco su impronta.
Repasando rápidamente: Alfonsín pacificó las relaciones con Chile durante el conflicto del canal de Beagle y utilizó aquel logro para relanzar relaciones regionales con Brasil, sentando las bases para el MERCOSUR. Menem, más allá de las relaciones carnales con Estados Unidos, consolidó los logros de Alfonsín para crear el MERCOSUR al mismo tiempo que la Argentina jugo un papel preponderante en las negociaciones del Tratado de No Proliferación Nuclear en 1995 y la creación de la Corte Penal Internacional en 1998. De la Rúa, aun en su mandato corto, también priorizó el rol del país en el sistema internacional donde se recuerdan los esfuerzos para estabilizar la crisis política en Perú tras la caída de Alberto Fujimori en 2000. La presidencia de Néstor Kirchner resignificó las alianzas regionales, confrontó con el rol financiero del Fondo Monetario Internacional y dedicó su gestión a fortalecer organismos de derechos humanos a nivel regional y global. Los dos mandatos de Cristina Fernández siguieron la misma línea donde también se puede rescatar la inclusión de Argentina al G20, el fin de la política unipolar más enfatizada en la relación con Estados Unidos, y la declaración del G77 + China en Naciones Unidas a favor del argumento argentino de soberanía de las Islas Malvinas. Mauricio Macri fortaleció el rol en el G20, lideró el tratado de Escazú y finalizó la negociación técnica del tratado de libre comercio entre el MERCOSUR y la Unión Europea. Alberto Fernández, pandemia de por medio, impulso la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) y volvió a plantear la necesidad de mecanismos adecuados para proteger a países de fondos buitres ante el colapso de su deuda soberana. Cada gobierno, de cada símbolo político, logró dar su impronta a la política exterior sin dejar de lado valores rectores del país como la cuestión Malvinas, la defensa del orden internacional, el derecho internacional y la multipolaridad entre Estados.
Votos conflictivos
En ningún caso, partiendo de la historia, en los últimos 40 años, la Argentina había votado por la negativa en soledad en la Asamblea de Naciones Unidas, tal cual ocurrió este mes cuando el presidente Milei llamó a votar en contra de una resolución contra la violencia de género en el entorno digital. Ni siquiera Corea del Norte, Rusia, Nicaragua e Irán votaron en contra. En la Organización de Estados Americanos, la Argentina militó la remoción de la mención del rol de la violencia sexual y de género en contextos de crisis interna durante el debate de la situación en Haití. En el G20 en Brasil, la Argentina fue el único país en disidencia del comunicado oficial solo porque este mencionaba el compromiso con la Agenda 2030 de Naciones Unidas. La Agenda 2030 es la continuación de los Objetivos de Desarrollo Sostenible adoptados por todos los países miembros de Naciones Unidas en 2015. Entre los 17 objetivos se encuentra: la erradicación de la pobreza en todas sus formas, lograr una educación inclusiva, equitativa y de calidad; y promover sociedades pacíficas, justas e inclusivas. Lo que el gobierno de La Libertad Avanza ve como una amenaza por desviar el foco de Naciones Unidas a la "ideología de género" es, a contramano, el fruto del consenso internacional. Repito: ni siquiera Corea del Norte denuesta activamente las metas de desarrollo sostenible. Ni hablar del paupérrimo rol de la delegación argentina en las negociaciones del Tratado de París sobre el Cambio Climático en Azerbaijan la semana pasada. Después del papelón de retirar la delegación de la cita internacional, la Argentina no participo de la negociación sobre los instrumentos de financiamiento para acelerar la transición energética y mitigar los efectos de la crisis climática. Para un país con potencia en energía renovable y altísimas deudas de todo carácter, perder la oportunidad de influencia en los mecanismos de financiamiento verde es más que un error estratégico a corto plazo. Para terminar de graficar: el gobierno de Milei toma una postura pro - israelí que atenta contra el derecho doméstico e internacional al repudiar el pedido de captura al primer ministro Netanyahu y el ex ministro de Defensa Gallant iniciado por los jueces de la Corte Penal Internacional. Si tanto Netanyahu, Gallant o Mohammed Deif (de Hamas) entrasen en territorio argentino, el gobierno tiene la obligación legal de arrestarlos. La Argentina es miembro del Estatuto de Roma, que crea la Corte Penal Internacional, y el Estatuto tiene jerarquía constitucional según el Artículo 27 de la Constitución Nacional. Para ser claros y demostrar el error: la Argentina debería arrestar a Putin también, otro fugitivo de la Corte.
El personalismo
Lo que estos ejemplos intentan mostrar es el error de pensar la política exterior nacional como posicionamiento personalísimo del presidente y su entorno. Los tiempos de autocracias se han acabado. Lo que tanto critica el presidente del comunismo parece encararlo al someter a la Cancillería al culto de personalidad y pensamiento único. La Cancillería Argentina es una de las instituciones que mejor funcionan en el Estado y está liderada por personas que previamente han rendido concurso, oposición y logrado una formación profesional de altísimo nivel dentro del Instituto del Servicio Exterior de la Nación. Ningún otro ministerio tiene el mismo rigor para reclutar a su staff. Cuando el presidente hace circular su amenaza al cuerpo diplomático confundiendo su postura personal como política de Estado, también logra socavar el posicionamiento nacional ante otros Estados y organismos internacionales al mismo tiempo que deja en ridículo los logros de décadas de profesionalidad en las relaciones internaciones de la Argentina. A modo de ejemplo de los límites del dogma libertario en política exterior: después de tildar a China como 'comunistas' y prometer ninguna relación comercial durante la campaña, la necesidad de financiamiento para sostener las reservas y así sostener un dólar artificialmente barato (que sostiene la caída de la inflación), el presidente corre a pedir una reunión con su Xi, su par chino durante el G20 en Brasil.
Apuesta riesgosa
El infantilismo con el que este gobierno maneja sus relaciones internacionales puede terminar en vergüenza si la Argentina no es inteligente en la próxima relación con Donald Trump. Argentina tiene poco que ganar en una batalla de aumentos de aranceles internacionales y muy poco que perder en volver a centrar los intereses nacionales en una política exterior pragmática, como ocurrió en muchas presidencias no peronistas. La sobreactuación con temas particulares, como la Agenda 2030 de Naciones Unidas, tendrá precio alto cuando las finanzas no cierren por los coletazos de las decisiones de Trump, y la Argentina tenga que negociar bilateralmente con países del Club de Paris o con el Banco Mundial, otro gran impulsor de la Agenda 2030. Mas allá de un tema en particular, el gobierno debe reencauzar su política exterior con el objetivo de fortalecer los medios para generar consensos en un debilitado sistema internacional, generar inversión productiva y duradera y volver a la confianza de ser un país que sostiene consensos globales. Pensando de otra manera: ¿cómo será posible promover el RIGI en el exterior cuando las grandes corporaciones son parte de la Agenda 2030? Le haría bien a este gobierno volver a las bases de una política exterior pragmática, desde su impronta, pero inteligente.