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Habitar el mundo en una época de pasiones tristes

Domingo, 01 de diciembre de 2024 02:43
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El mundo parece desarmarse y desintegrarse día tras día. La realidad se percibe confusa, fragmentada, desordenada, acelerada y, muchas veces; amenazadora. La sensación -para muchos- es la de desamparo; de vulnerabilidad. La de una creciente precariedad. Crece una "ira" en el seno de la sociedad global y se instala la idea de "una necesaria destrucción" de todo lo "viejo" como única forma de poder imponer lo nuevo -aún desconocido y no definido- por venir.

El ser humano parece haberse convertido en un «daño colateral más" de la economía; de las guerras; de los cambios tecnológicos y del cambio climático; de todo lo que vaya a venir. Esto no ocurre sin enormes desgastes individuales y altos costos psicológicos colectivos.

Es necesario entender y dimensionar con justeza la potencia subjetiva de todos estos factores de desestabilización. "Ante la desintegración se impone la necesidad de respuestas, de orden existencial, de valores que nos anclen a una mayor estabilidad, de una reorganización afectiva y vital y, al mismo tiempo, de transformaciones que oscilan entre esferas intercambiables de orden y de desorden. La ruptura y el orden adquieren el lugar de pulsiones centrales. Para llegar al orden, primero hay que cambiar, enfrentar y transgredir", afirma la socióloga española Esther Solano en su último ensayo.

Desde esta perspectiva, es más fácil entender las disrupciones y aberraciones al sistema que encarnan -y que retroalimentan- "fenómenos" como Donald Trump en Estados Unidos; Viktor Orbán en Hungría; Vladimir Putin en Rusia; Boris Jonhson en Gran Bretaña; los Le Pen en Francia; el ultraderechista y anti islámico Geert Wilders en Holanda; el brutal crecimiento del partido político alemán neonazi AfD, aún en zonas como Turingia y Sajonia; Nayib Bukele en El Salvador; Jair Bolsonaro en Brasil o Javier Milei en Argentina.

Todos estos "fenómenos" y "personajes" son, a la vez, síntoma de un sistema político y social en descomposición, tanto como son causa de la aceleración de la degradación de todo el sistema en general. La realidad se ha tornado compleja; poliédrica; multicausal y es retroalimentada por su propia complejidad.

Cocción lenta

El malestar y la ira se vienen cocinando desde hace mucho tiempo "a fuego lento". La crisis económica del 2008; la inevitable inflación post pandemia; la corrupción de las élites; la implosión de los partidos políticos y la falta de legitimidad política de sus líderes; la falta de respuestas "del sistema" y la muerte de las utopías; el aumento de la inequidad económica, educativa y social; la falta de movilidad social ascendente de las clases medias pero, sobre todo, de la población joven; son todos catalizadores de un malestar que deviene resentimiento. Mientras la esperanza es etérea y requiere de paciencia; la ira, es sólida, aglutinante, explosiva e instantánea.

En 2011, ayudados por la convocatoria masiva que se logra a través de las redes sociales, comenzaron a proliferar protestas como la de los "Indignados" en España u "Ocuppy Wall Street" en los Estados Unidos; movimientos que se replicaron de manera similar -con mayor o menor grado de violencia-, en casi todo el mundo.

En Francia, el movimiento de los "Chalecos Amarillos" se había originado como medio de protesta por el alza en el precio del combustible. En muy poco tiempo, se había extendido a Bélgica, Holanda, Alemania, Italia y España. Pero, detrás del aumento del precio del combustible, había una realidad más acuciante. Acorde con la edición del "Retrato Social de Francia" del Instituto Nacional de Estadística y de Estudios Económicos (INSEE) de 2018, la renta familiar disponible en euros constantes era, en ese momento, un 1.2% más bajo en 2016 que en 2008; es decir, unos 440 de euros menos. Es básico; una divergencia sistemática de las perspectivas de vida para estratos cada vez más amplios de la población, se vuelve incompatible con una sociedad civil ordenada.

En muchos de estos casos, estos movimientos devinieron en partidos políticos «anti-sistema" que fueron ganando elecciones presidenciales y parlamentarias; todos compartiendo una fuerte impronta polarizadora cada vez más radicalizada y que exacerba el resentimiento acumulado.

Si se estudia el devenir laboral de sectores como la industria manufacturera y los servicios durante las últimas dos décadas, ambos sectores adoptan patrones similares a los que siguió la agricultura luego de la Primera Revolución Industrial. La mitad -o incluso menos- del personal empleado antes, es capaz de producir el doble -o más- de los mismos bienes y servicios. Aumentó la productividad gracias a la automatización; forzando a los salarios a la baja primero; y aumentando el desempleo, después.

De acuerdo con el informe de OXFAM (*) publicado en Enero 2023, "Supervivencia de los más ricos. Cómo se debe imponer impositivamente a los más ricos"; "la pobreza ha aumentado (a nivel mundial) por primera vez en 25 años". Dato nada despreciable.

Automatización e inequidad

De acuerdo con este informe; el 1% de la población más rica del planeta ha capturado el 63% de la riqueza creada entre los años 2020 y 2021; el 9% siguiente capturó el 27%; y el 90% restante sólo capturó el 10% remanente. Es fácil ver cómo los niveles de inequidad mundial siguen aumentando.

Esto también es consistente con otro reporte reciente de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) según el cual los ingresos laborales pierden peso en la economía global. Dicho de otra manera; los ingresos derivados del producto del trabajo pierden terreno frente a los ingresos derivados de la renta del capital. Esto ya había sido vaticinado por Thomas Picketty tanto en su libro "El capital en el Siglo XXI", de 2013; como en "Capital e Ideología", de 2019.

Hay dos formas de ganar dinero: con el fruto del trabajo o con los ingresos derivados de la acumulación de capital (por ejemplo, alquileres de campos y de departamentos, o intereses por activos financieros). "Los ingresos laborales, junto con los de capital, que son los ingresos obtenidos por los propietarios de activos, suman el ingreso nacional total. Dado que los ingresos de capital tienden a concentrarse entre individuos más ricos, la participación de los ingresos laborales se usa ampliamente como una medida de la desigualdad", detalla el informe.

El reporte muestra una contracción de 1.6% de los ingresos laborales en las últimas dos décadas de los cuales, el 0.6%, ocurrió en los últimos cinco años, revelando una aceleración importante. Aunque la baja parezca modesta en términos porcentuales, la OIT estima que este retroceso significa 2,4 billones de dólares menos en ingresos laborales (en moneda constante) a nivel mundial en 2024, respecto a 2004.

De una muestra de 36 países, la mayoría con economías avanzadas, este análisis de la OIT concluye que las innovaciones tecnológicas en las últimas dos décadas "han producido aumentos persistentes en la productividad laboral y el crecimiento económico, pero también redujeron la participación de los ingresos laborales". Los recortes en la cantidad de horas de trabajo que se verifica a nivel mundial también explican parte de la caída.

Las conclusiones revelan que una innovación tecnológica provoca un aumento en la productividad de alrededor del 2,1% -en promedio- en el año de la innovación; y de 1,7% los cuatro años siguientes, dada la persistencia de sus efectos. Según los investigadores, "como el crecimiento del producto no acompaña por completo al de la productividad, las horas trabajadas disminuyen un 0,7% al principio, y generan una reducción en el empleo de 0,4 %". La participación del ingreso laboral disminuye 0,3% el año de la introducción de la innovación y su efecto "persiste" hasta por cuatro años.

Aunque el estudio no se ha limitado a un tipo específico de innovación tecnológica, los resultados indican que el cambio dominante en estas últimas dos décadas ha sido la introducción de la automatización. Me pregunto cómo serán estos resultados -en diez, quince o veinte años-, tras la introducción masiva de la Inteligencia Artificial y el efecto combinado de esta con la automatización. A la luz de estos resultados, el panorama no puede lucir auspicioso; a pesar de los cantos de sirenas que entona el tecno optimismo imperante.

El sociólogo francés François Dubet afirma que vivimos "una época de pasiones tristes": un mundo desigual que lleva a la frustración, la indignación, la ira y el resentimiento; todas pasiones que -aunque resulta paradójico-, desalientan la búsqueda de una sociedad mejor.

Creo que hemos perdido de vista lo importante: cuál es el único sentido de la economía, de la política y de la tecnología. La economía y la política son meras herramientas que deben servir -únicamente- al propósito de gestionar con eficiencia recursos escasos y de conseguir una correcta y sensata asignación de prioridades en pos del bien común. Por su lado, la tecnología debe ser un factor de inclusión; nunca de exclusión como lo está siendo ahora y como lo será, de manera cada vez más pronunciada; de ahora en más.

Si se pierden de vista estos propósitos, entonces quizás sólo sigamos fomentando más pasiones tristes, y nos encaminemos hacia un futuro distópico e imprevisible que sólo augure una mayor precarización y vulnerabilidad. Ojalá no sea el caso. Ojalá.

(*) Oxfam es una confederación internacional formada por 19 organizaciones no gubernamentales, que realizan labores humanitarias en 90 países. Su lema es "trabajar con otros para combatir la pobreza y el sufrimiento".

 

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